Berichte über Hernán Cortés /

Página de relación

 

 

TERCERA RELACIÓN

 

 

 

 

Carta tercera de relación enviada por Fernando Cortés, Capitán y Justicia Mayor del Yucatán llamado la Nueva España del Mar Océano, al Muy Alto y Potentisimo César e Invitísimo Señor Don Carlos, Emperador Semper Augusto y Rey de España, Nuestro Señor, de las cosas subcedidas y muy dinas de admiración en la conquista y recuperación de la muy grande y maravillosa cibdad de Tenustitán y de las otras provincias a ella subjetas que se rebelaron, en la cual cibdad y dichas provincias el dicho capitán y españoles consiguieron grandes y señaladas vitorias dignas de perpetua memoria. Asimesmo hace relación cómo han descubierto el Mar del Sur y otras muchas y grandes provincias muy ricas de minas de oro y perlas y piedras preciosas, y aun tienen noticia que hay especería. Muy Alto y Potentisimo Príncipe, Muy Católico e Invitísimo Emperador, Rey y Señor: Con Alonso de Mendoza, natural de Medellín, que despaché desta Nueva España a cinco de marzo del año pasado de quinientos y veinte y uno, hice segunda relación a Vuestra Majestad de todo lo sucedido en ella, la cual yo tenía acabada de hacer a los 30 de otubre del año de quinientos y veinte, y a cabsa de los tiempos muy contrarios y de perderse tres navíos que yo tenía para enviar en el uno a Vuestra Majestad la dicha relación y en los otros dos enviar por socorro a la isla Española, hobo mucha dilación en la partida del dicho Mendoza, segúnd que también más largo con él lo escribí a Vuestra Majestad. Y en lo último de la dicha relación hice saber a Vuestra Majestad cómo después que los indios de la cibdad de Temixtitán nos habían echado por fuerza della yo había venido sobre la provincia de Tepeaca, que era subjeta a ellos y estaba rebelada, y con los españoles que habían quedado y con los indios nuestros amigos le había hecho la guerra y reducido al servicio de Vuestra Majestad; y que como la traición pasada y el grand daño y muertes de españoles estaban tan recientes en nuestros corazones, mi determinada voluntad era revolver sobre los de aquella gran cibdad que de todo había seído la causa, y que para ello comenzaba a hacer trece bergantines para por la laguna hacer con ellos todo el daño que pudiese si los de la cibdad perseverasen en su mal propósito. Escribí a Vuestra Majestad que entre tanto que los dichos bergantines se hacían y yo y los indios nuestros amigos nos aparejábamos para volver sobre los enemigos, enviaba a la dicha Española por socorro de gente y caballos y artellería y armas, y que sobre ello escribía a los oficiales de Vuestra Majestad que allí residen y les enviaba dineros para todo el gasto y espensas que para el dicho socorro fuese nescesario. Y certefiqué a Vuestra Majestad que hasta conseguir vitoria contra los enemigos no pensaba tener descanso ni cesar de poner para ello toda la solicitud posible, posponiendo cuanto peligro, trabajo y costa se me pudiese ofrecer, y que con esta determinación estaba aderezando de me partir de la dicha provincia de Tepeaca. Ansimismo hice saber a Vuestra Majestad cómo al puerto de la villa de la Vera Cruz había llegado una carabela de Francisco de Garay, teniente de gobernador de la isla de Jamaica, con mucha nescesidad, la cual traía hasta treinta hombres, y que había dicho que otros dos navíos eran partidos para el río de Pánuco, donde habían desbaratado a un capitán del dicho Francisco de Garay, y que temían que si allá aportasen habían de recebir daño de los naturales del dicho río. Y ansimismo escribí a Vuestra Majestad que yo había proveído luego de enviar una carabela en busca de los dichos navíos para les dar aviso de lo pasado, y después que aquello escribí plugo a Dios que el uno de los navíos llegó al dicho puerto de la Vera Cruz, en el cual venía un capitán con obra de ciento y veinte hombres, y allí se informó cómo los de Garay que antes habían venido habían sido desbaratados, y hablaron con el capitán que se halló en el desbarato y se les certeficó que si iba al dicho río de Pánuco no podía ser sin recibir mucho daño de los indios, y estando ansí en el puerto con determinación de se ir al dicho río comenzó un tiempo y viento muy recio e hizo la nao salir, quebradas las amarras, y fue a tomar puerto doce leguas la costa arriba de la dicha villa a un puerto que se dice Sant Juan, y allí, después de haber desembarcado toda la gente y siete u ocho caballos y otras tantas yeguas que traían, dieron con el navío a la costa porque hacía mucha agua. Y como esto se me hizo saber yo escribí luego al capitan dél haciéndole saber como a mí me había pesado mucho del lo que le había sucedido, y que yo había inviado a decir al teniente de la dicha villa de la Veracruz que a él y a la gente que consigo traía hiciese muy buen acogimiento y les diesen todo lo que habían menester y que viesen qué era lo que determinaban, y que si todos o algunos dellos se quisiesen volver en los navíos que alli estaban, que les diese licencia y los despachase a su placer. Y el dicho capitán y los que con él vinieron deteminaron de se quedar y venir adonde yo estaba. Y del otro navío no hemos sabido hasta agora, y como ha ya tanto tiempo tenemos harta duda de su salvamento. Plega a Dios lo haya llevado a buen puerto. Estando para me partir de aquella provincia de Tepeaca supe cómo dos provincias que se dicen Cecatami y Xalazingo, que son subjetas al señor de Temixtitán, estaban rebeladas, y que como de la villa de la Vera Cruz para acá es por allí el camino, habían muerto en ellas algunos españoles, y que los naturales estaban rebelados y de muy mal propósito. Y por asegurar aquel camino y hacer en ellos algún castigo si no quisiesen venir de paz, despaché un capitán con veinte de caballo y docientos peones y con gente de nuestros amigos, al cual encargué mucho y mandé de parte de Vuestra Majestad que requiriese a los naturales de aquellas provincias que viniesen de paz a se dar por vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían hecho, y que tuviese con ellos toda la templanza que fuese posible; y que si no quisiesen recibirle de paz, que les hiciese la guerra, y que fecha y allanadas aquellas dos provincias, se volviese con toda la gente a la cibdad de Tascaltecal adonde le estaría esperando. Y ansí se partió entrante el mes de diciembre de quinientos y veinte y siguió su camino para las dichas dos provincias, que están de allí veinte leguas. Acabado esto, Muy Poderoso Señor, mediado el mes de diciembre del dicho año me partí de la villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, y dejé en ella un capitán con sesenta hombres porque los naturales de allí me lo rogaron mucho. Y envié toda la gente de pie a la cibdad de Tascaltecal adonde se hacían los bergantines, que está de Tepeaca nueve o diez leguas, y yo con veinte de caballo me fue aquel día a dormir a la cibdad de Cholula porque los naturales de allí deseaban mi venida, porque a cabsa de la enfermedad de las viruelas, que también comprehendió a los destas tierras como a los de las Islas, eran muertos muchos señores de allí y querían que por mi mano y con su parecer y el mío se pusiesen otros en su lugar. Y llegados allí, fuemos dellos muy bien recibidos, y después de haber dado conclusión a su voluntad en este negocio que he dicho y haberles dado a entender cómo mi camino era para ir a entrar de guerra por las provincias de Méxyco y Temixtitán, les rogué que, pues eran vasallos de Vuestra Majestad y ellos como tales habían de conservar su amistad con nosotros y nosotros con ellos hasta la muerte, que les rogaba que para el tiempo que yo hobiese de hacer la guerra me ayudasen con gente, y que a los españoles que yo enviase a su tierra y fuesen y viniesen por ella les hiciesen el tratamiento que como amigos eran obligados. Y después de habérmelo prometido ansí y haber estado dos o tres días en su cibdad me partí para la de Tascaltecal, que está a seis leguas. Y llegado a ella, hallé allí juntos todos los españoles y los de la cibdad y hobieron mucho placer con mi venida. Y otro día todos los señores desta cibdad y provincia me vinieron a hablar y me decir cómo Magiscacin, que era el prinicipal señor de todos ellos, había fallecido de aquella enfermedad de las viruelas y bien sabían que por ser tan mi amigo me pesaría mucho, pero que allí quedaba un hijo suyo de hasta doce o trece años y que a aquél pertenecía el señorío del padre, que me rogaban que a él, como a heredero, gelo diese. Y yo en nombre de Vuestra Majestad lo hice ansí y todos ellos quedaron muy contentos. Cuando a esta cibdad llegué hallé que los maestros y carpinteros de los bergantines se daban mucha priesa en hacer la ligación y tablazón para ellos y que tenían hecha razonable obra. Y luego proveí de enviar a la villa de la Vera Cruz por todo el fierro y clavazón que hobiese, y velas y jarcia y otras cosas nescesarias para ellos. Y proveí, porque no había pez, la hiciesen ciertos españoles en una sierra cerca de allí, por manera que todo el recabdo que fuese nescesario para los dichos bergantines estuviese aparejado, para que después que, placiendo a Dios, yo estuviese en las provincias de Méxyco y de Temixtitán, pudiese enviar por ellos desde allá, que serían diez o doce leguas, hasta la dicha cibdad de Tascaltecal. Y en quince días que en ella estuve no entendí en otra cosa salvo en dar priesa en los maestros y en aderezar armas para dar orden en nuestro camino. Dos días antes de Navidad llegó el capitán con la gente de pie y de caballo que habían ido a las provincias de Zacatami y Xalazingo, y supe cómo algunos naturales dellas habían peleado con ellos y que al cabo, dellos por voluntad, dellos por fuerza, habían venido de paz. Y trujéronme algunos señores de aquellas provincias, a los cuales, no embargante que eran muy dignos de culpa por su alzamiento y muertes de cristianos, porque me prometieron que de ahí adelante serían buenos y leales vasallos de Su Majestad yo en su real nombre los perdoné y los envié a su tierra. Y así se concluyó aquella jornada en que Vuestra Majestad fue muy servido, ansí por la pacificación de los naturales de allí como por la seguridad de los españoles que habían de ir y venir por las dichas provincias a la villa de la Vera Cruz. El segundo día de la dicha Pascua de Navidad hice alarde en la dicha cibdad de Tascaltecal, y hallé cuarenta de caballo y quinientos y cincuenta peones, los ochenta dellos ballesteros y escopeteros, y ocho o nueve tiros de campo con bien poca pólvora. E hice de los de caballo cuatro cuadrillas de diez en diez cada una y de los peones hice nueve capitanías de a sesenta españoles cada una. Y a todos juntos en el dicho alarde les hablé y dije que ya sabían cómo ellos y yo por servir a Vuestra Sacra Majestad habíamos poblado en esta tierra, y que ya sabían cómo todos los naturales della se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y como tales habían perserverado algúnd tiempo recibiendo buenas obras de nosotros y nosotros dellos, y cómo sin causa ninguna todos los naturales de Culúa, que son los de la grand cibdad de Temixtitán y los de todas las otras provincias a ella subjetas, no solamente se habían rebelado contra Vuestra Majestad, mas aun nos habían muerto muchos hombres deudos y amigos nuestros y nos habían echado fuera de toda su tierra; y que se acordasen de cuántos peligros y trabajos habíamos pasado y viesen cuánto convenía al servicio de Dios y de Vuestra Majestad tornar a recobrar lo perdido, pues para ello teníamos de nuestra parte justas causas y razones: lo uno por pelear en abmento de nuestra fee y contra gente bárbara, y lo otro por servir a Vuestra Majestad, y lo otro por seguridad de nuestras vidas, y lo otro porque en nuestra ayuda teníamos muchos de los naturales nuestros amigos, que eran causas potísimas para animar nuestros corazones; por tanto, que les rogaba que se alegrasen y esforzasen, y que porque yo en nombre de Vuestra Majestad había fecho ciertas ordenanzas para la buena orden y cosas tocantes a la guerra, las cuales luego allí fice pregonar públicamente, y que también les rogaba que las guardasen y compliesen porque dello redundaría mucho servicio a Dios y a Vuestra Majestad. Y todos prometieron de lo facer y cumplir así, y que de muy buena gana querían morir por nuestra fee y por servicio de Vuestra Majestad o tornar a recobrar lo perdido y vengar tan grand traición como nos habian fecho los de Temixtitán y sus aliados, y yo en nombre de Vuestra Majestad se lo agradescí. Y así con mucho placer nos volvimos a nuestras posadas aquel día del alarde. Otro día siguiente, que fue día de Sant Juan Evangelista, fice llamar a todos los señores de la provincia de Tascaltecal. Y venidos, díjeles que ya sabían cómo yo me había de partir otro día para entrar por la tierra de nuestros enemigos y que ya vían cómo la cibdad de Temixtitán no se podía ganar sin aquellos bergantines que allí se estaban faciendo, que les rogaba que a los maestros dellos y a los otros españoles que allí dejaba les diesen lo que hobiesen menester y les ficiesen el buen trata miento que siempre nos habían hecho, y que estuviesen aparejados para cuando yo desde la cibdad de Tasayco, si Dios nos diese vitoria, inviase por la ligazón y tablazón y otros aparejos de los dichos bergantines. Y ellos me prometieron que ansí lo farían y que también querían agora inviar gente de guerra conmigo, y que para cuando fuesen con los bergantines ellos todos irían con toda cuanta gente tenían en su tierra, y que querían morir donde yo muriese o vengarse de los de Culúa, sus capitales enemigos. Y otro día, que fueron veinte y ocho de deciembre, día de los Inocentes, me partí con toda la gente puesta en orden y fuimos a dormir a seis leguas de Tascaltecal en una población que se dice Teznoluca que es de la provincia de Guasocingo, los naturales de la cual han siempre tenido y tienen con nosotros la mesma amistad y alianza que los naturales de Tascaltecal, y allí reposamos aquella noche. En la otra relación, Muy Católico Señor, dije cómo había sabido que los de las provincias de Méxyco y Temixtitán aparejaban muchas armas y hacían por toda su tierra muchas cavas y albarradas y fuerzas para nos resistir la entrada porque ya ellos sabían que yo tenía voluntad de revolverlo sobre ellos. Y yo, sabiendo esto y cuán mañosos y ardides son en las cosas de la guerra, había muchas veces pensado por dónde podríamos entrar para tomarlos con algúnd descuido. Y porque ellos sabían que nosotros teníamos noticia de tres caminos o entradas por cada una de las cuales podíamos dar en su tierra acordé de entrar por éste de Tezmoluca, porque como el puerto dél es más agro y fragoso que los de las otras entradas tenía creído que por allí no temíamos mucha resistencia ni ellos no estarían tan sobre aviso. Y otro día después de los Inocentes, habiendo oído misa y encomendándonos a Dios, partimos de la dicha población de Tezmoluca. Y yo tomé la delantera con diez de caballo y sesenta peones ligeros y hombres diestros en la guerra, y comenzamos a seguir nuestro camino el puerto arriba con toda la orden y concierto que nos era posible. Y fuemos a dormir a cuatro leguas de la dicha población en lo alto del puerto, que era ya término de los de Culúa, y aunque hacía grandísimo frío en él con la mucha leña que había nos remediamos aquella noche. Y otro día, domingo por la mañana, comenzamos a seguir nuestro camino por el llano del puerto e invié cuatro de caballo y tres o cuatro peones para que descubriesen la tierra. Y yendo nuestro camino comenzamos de bajar el puerto, y yo mandé que los de caballo fuesen delante y luego los ballesteros y escopeteros y ansí en su orden la otra gente, porque por muy descuidados que tomásemos los enemigos bien teníamos por cierto que nos habían de salir a rescibir al camino por tenernos ordida alguna celada u otro ardid para nos ofender. Y como los cuatro de caballo y los cuatro peones siguieron su camino halláronle cerrado de árboles y rama, y cortados y atravesados en él muy grandes y gruesos pinos y cipreses que parescía que entonces se acababan de cortar. Y creyendo que el camino adelante no estaría de aquella manera procuraron de seguir su camino, y cuanto más iban más cerrados de pinos y de rama le hallaban. Y como por todo el puerto iba muy espeso de árboles y matas grandes y el camino hallaban con aquel estorbo, pasaban adelante con mucha dificultad. Y viendo que el camino estaba de aquella manera hobieron muy grande temor y creían que tras cada árbol estaban los enemigos, y como a causa de las grandes arboledas no se podían aprovechar de los caballos, cuanto más adelante iban más el temor se les aumentaba. Y ya que desta manera habían andado gran rato uno de los cuatro de caballo dijo a los otros: "Hermanos, no pasemos adelante, si os paresce que será bien, y volvamos a decir al capitán el estorbo que hallamos y el peligro grande en que todos venimos por no nos poder aprovechar de los caballos. Y si no, vamos adelante, que ofrescida tengo mi vida a la muerte también como todos hasta dar fin a esta jornada." Y los otros respondieron que bueno era su consejo pero que no les parescía bien volver a mí hasta ver alguna gente de los enemigos o saber qué tanto duraba aquel camino. Y comenzaron a pasar adelante, y como vieron que turaba mucho detuviéronse, y con uno de los peones hiciéronme saber lo que habían visto. Y como yo traía la avanguarda con la gente de caballo, encomendándonos a Dios, seguimos por aquel mal camino adelante. E invié a decir a los de la retroguarda que se diesen mucha priesa y que no tuviesen temor porque presto saldríamos a lo raso, y como encontré a los cuatro de caballo comenzamos a pasar adelante, aunque con harto estorbo y dificultad. Y al cabo de media legua plugo a Dios que abajamos a lo raso y allí me reparé a esperar la gente. Y llegados, díjeles a todos que diesen gracias a Nuestro Señor pues nos había traído en salvo hasta allí, de donde comenzamos a ver todas la provincias de Méxyco y Temixtitán que están en las lagunas y en torno dellas. Y aunque hobimos mucho placer en las ver, considerando el daño pasado que en ellas habíamos rescibido representósenos alguna tristeza por ello y prometimos todos de nunca della salir sin vitoria o dejar allí las vidas, y con esta determinación íbamos todos tan alegres como si fuéramos a cosa de mucho placer. Y como ya los enemigos nos sintieron comenzaron de improviso a hacer muchas y grandes ahumadas por toda la tierra, y yo torné a rogar y encomendar mucho a los españoles que hiciesen como siempre habían hecho y como se esperaba de sus personas, y que nadie no se desmandase y que fuesen con mucho concierto y orden por su camino. Y ya los indios comenzaban a darnos grita de unas estancias y poblaciones pequeñas, apellidando a toda la tierra para que se juntase gente y nos ofendiesen en unas puentes y malos pasos que por alli había. Pero nosotros nos dimos tanta priesa que sin que tuviesen lugar de se juntar ya estábamos abajo en todo lo llano. Y yendo ansí, pusiéronse adelante en el camino ciertos escuadrones de gente de indios, y yo mandé a quince de caballo que rompiesen por ellos, y así fueron alanceando en ellos y mataron algunos sin rescebir ningúnd peligro. Y comenzamos a seguir nuestro camino para la cibdad de Tesuico, que es una de las mayores y más hermosas que hay en todas estas partes. Y como la gente de pie venía algo cansada y se hacía tarde dormimos en una población que se dice Coatepeque, que es subjeta a esta cibdad de Tesuico y está della tres leguas, y hallámosla despoblada. Y aquella noche tuvimos pensamiento que como esta cibdad y su provincia, que se dice Aculuacan, es muy grande y de tanta gente - que se puede bien creer que había en ella a la sazón más de ciento y cincuenta mill hombres - que quisieran dar sobre nosotros. Y yo con diez de caballo comencé la vela y ronda de la prima e hice que toda la gente estuviese muy apercibida. E otro día lunes al último de diciembre seguimos nuestro camino por la orden acostumbrada, y a un cuarto de legua desta población de Coatepeque, yendo todos en harto peligro [y] perplejidad y razonando con nosotros si saldrían de guerra o paz los de aquella cibdad, teniendo por más cierta la guerra, salieron al camino cuatro indios prencipales con una bandera de oro en una vara pequeña que pesaba cuatro marcos de oro. Y por ella daban a entender que venían de paz, la cual Dios sabe cuánto deseábamos y cuánto la habíamos menester por ser tan pocos y tan apartados de cualquier socorro y metidos en las fuerzas de nuestros enemigos. Y como vi aquellos cuatro indios, al uno de los cuales yo conoscía, hice que la gente se detuviese y llegué a ellos. Y después de nos haber saludado dijéronme que ellos venían de parte del señor de aquella cibdad y provincia el cual se decía Ganacacin, y que de su parte me rogaban que en su tierra no hiciese ni consintiese hacer daño alguno porque de los daños pasados que yo había rescebido los culpantes eran los de Temixtitán y no ellos, y que ellos querían ser vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos porque siempre guardarían y conservarían nuestra amistad, y que nos fuésemos a la cibdad y que en sus obras conosceríamos lo que teníamos en ellos. Yo les respondí con las lenguas que fuesen bien venidos, que yo holgaba con toda paz y amistad suya, y que ya que ellos se escusaban de la guerra que me habían dado en la cibdad de Temixtitán, que bien sabían que a cinco o seis leguas de allí de la cibdad de Tesuico en ciertas poblaciones a ella subjetas me habían muerto la otra vez cinco de caballo y cuarenta y cinco peones y más de trecientos indios de Tascaltecal que venían cargados y nos habían tomado mucha plata y oro y ropas y otras cosas; que por tanto, pues no se podían escusar desta culpa, que la pena fuese volvernos lo nuestro, y que desta manera, aunque todos eran dinos de muerte por haber muerto tantos cristianos, yo quería paz con ellos pues me convidaban a ella, pero que de otra manera yo había de proceder contra ellos por todo rígor. Ellos me respondieron que todo lo que allí se había tomado lo habían llevado el señor y los prencipales de Temixtitán, pero que ellos buscarían todo lo que pudiesen y me lo darían. Y preguntáronme si aquel día iría a la cibdad o me aposentaría en una de dos poblaciones que son como arrabales de la dicha cibdad, las cuales se dicen Coatinchan y Buaxuta , que están a una legua y a media della y siempre va todo poblado, lo cual ellos deseaban por lo que adelante suscedió. Y yo les dije que no me había de detener hasta llegar a la dicha cibdad de Tesuico, y ellos dijeron que fuese en buen hora y que se querían ir adelante a adrezar la posada para los españoles y para mí, y ansí se fueron. Y llegando a estas dos poblaciones saliéronnos a recebir algunos prencipales dellas y a darnos de comer, y a hora de mediodía llegamos al cuerpo de la cibdad donde nos habíamos de aposentar, que era en una casa grande que había sido de su padre de Quacaguacin, señor de la dicha cibdad. Y antes que nos aposentásemos, estando toda la gente junta, mandé apregonar so pena de muerte que ninguna persona sin mi licencia saliese de la dicha casa y aposentos, la cual es tan grande que aunque fuéramos doblados españoles nos pudiéramos aposentar bien a placer en ella. Y esto hice porque los naturales de la dicha cibdad se asegurasen y estuviesen en sus casas, porque me parecía que no víamos la décima parte de la gente que solía haber en la dicha cíbdad ni tampoco veíamos mujeres ni niños, que era señal de poco sosiego. Este día que entramos en esta cíbdad, que fue víspera de año nuevo, después de haber entendido en nos aposentar, todavía algo espantados de ver poca gente y ésa que víamos muy rebotados, teníamos pensamiento que de temor dejaban de parescer y andar por su cíbdad, y con esto estábamos algo descuidados. Y ya que era tarde ciertos españoles se subieron a algunas azoteas altas de donde podían sojuzgar toda la cíbdad, y vieron cómo todos los naturales della la desamparaban y unos con sus haciendas se iban a meter en la laguna con sus canoas, que ellos llaman acales, y otros se subieron a las sierras. Y aunque yo luego mandé proveer en estorbarles la ida, como era ya tarde y sobrevino luego la noche y ellos se dieron mucha priesa no aprovechó cosa ninguna, y así el señor de la dicha cibdad, que yo deseaba como a la salvación haberle a las manos, con muchos prencipales della se fueron a la cibdad de Temixtitán, que está de allí por la laguna seis leguas, y llevaron consigo cuanto tenían. Y a esta causa, por hacer a su salvo lo que querían, salieron a mí los mensajeros que arriba dije para me detener algo y que no entrase haciendo daño, y por aquella noche nos dejaron así a nosotros como a su cibdad. Después de haber estado tres días desta manera en esta cibdad sin haber recuentro alguno con los indios, porque por entonces ni ellos osaban venirnos a acometer ni nosotros curábamos de salir lejos a los buscar, porque mi final intención era siempre que quisiesen venir de paz, recebirlos y a todos tiempos requerirlos con ella, veniéronme a fablar el señor de Coatinchan y Guaxuta y el de Autengo, que son tres poblaciones bien grandes y están, como he dicho, encorporadas y juntas a esta cibdad. Y dijéronme llorando que los perdonase porque se habían absentado de su tierra y que en lo demás ellos no habían peleado conmigo, a lo menos por su voluntad, y que ellos prometían de hacer de ahí adelante todo lo que en nombre de Vuestra Majestad les quisiese mandar. Yo les dije por las lenguas que ya ellos habían conoscido el buen tratamiento que siempre les hacía, y que en dejar su tierra y en lo demás, que ellos tenían la culpa; y que pues me prometían ser nuestros amigos, que poblasen sus casas y trujesen a ellas sus mujeres e hijos, y que como ellos hiciesen las obras así los trataría. Y así se volvieron, a nuestro parescer no muy contentos. Como el señor de Méxyco y Temixtitán y todos los otros señores de Culúa - que cuando este nombre de Culúa se dice se ha de entender por todas las tierras y provincias destas partes subjetas a Temixtitán - supieron que aquestos señores de aquellas poblaciones se habían venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, inviáronles ciertos mensajeros a los cuales mandaron que les dijesen que lo habían fecho muy mal; y que si de temor era, que bien sabían que ellos eran muchos y tenían tanto poder que a mí y a todos los españoles y a todos los de Tascaltecal nos habían de matar y muy presto, y que si por no dejar sus tierras lo habían hecho, que las dejasen y se fuesen a Temixtitán y allá les darían otras mayores y mejores poblaciones donde viviesen. Y estos señores de Coatinchan y Guaxuta tomaron los mensajeros y atáronlos y trujéronmelos, y luego confesaron que ellos habían venido de parte de los señores de Temixtitán, pero que había sido para les decir que fuesen allí para como terceros, pues eran mis amigos, entender en las paces entre ellos y mí. Y los de Guaxuta y Coatinchan dijeron que no era así y que los de Méxyco y Temixtitán no querían sino guerra. Y aunque yo les di crédito y aquélla era la verdad, porque deseaba atraer a los de la cibdad a nuestra amistad, porque della dependía la paz o la guerra de las otras provincias que estaban alzadas, fice desatar aquellos mensajeros y díjeles que no tuviesen temor porque yo les quería tornar a inviar a Temixtitán, y que les rogaba que dijesen a los señores que yo no quería guerra con ellos aunque tenía mucha razón, y que fuésemos amigos como antes lo habíamos sido. Y por más les asegurar y atraer al servicio de Vuestra Majestad les invié a decir que bien sabía que los prencipales que habían sido en hacerme la guerra pasada eran ya muertos, y que lo pasado fuese pasado y que no quisiesen dar causa a que destruyese sus tierras y cibdades porque me pesaba mucho dello. Y con esto solté a estos mensajeros, y se fueron prometiendo de me traer respuesta. Los señores de Coatichan y Guaxuta y yo quedamos por esta buena obra más amigos y confederados, y yo en nombre de Vuestra Majestad les perdoné los yerros pasados y así quedaron contentos. Después de haber estado en esta cibdad de Tesuico siete u ocho días sin guerra ni rencuentro alguno, fortaleciendo nuestro aposento y dando orden en otras cosas nescesarias para nuestra defensión y ofensa de los enemigos, y viendo que ellos no venían contra mí salí de la dicha cibdad con ducientosespañoles, en los cuales había diez y ocho de caballo y treinta ballesteros y diez escopeteros y con tres o cuatro mill indios nuestros amigos. Y fue por la costa de la laguna hasta una cibdad que se dice Yztapalapa, que está por el agua dos leguas de la gran cibdad de Temixtitán y seis désta de Tesuico, la cual dicha cibdad será de hasta diez mill vecinos y la mitad della y aun las dos tercias partes puestas en el agua. Y el señor della, que era hermano de Muteeçuma, a quien los indios después de su muerte habían alzado por señor, había sido el prencipal que nos había fecho la guerra y echado fuera de la cibdad. Y así por esto como porque había sabido que estaban de muy mal propósito los desta cibdad de Yztapalapa, determiné de ir a ellos. Y como fui sentido de la gente della bien dos leguas antes que llegase luego parescieron en el campo algunos indios de guerra y otros por la laguna en sus canoas, y así fuimos todas aquellas dos leguas revueltos peleando así con los de la tierra como con los que salían del agua fasta que llegamos a la dicha cibdad. Y antes, casi dos tercios de legua, abrían una calzada como presa que está entre la laguna dulce y la salada, segúnd que por la figura de la cibdad de Temixtitán que yo invié a Vuestra Majestad se podrá haber visto. Y abierta la dicha calzada y presa, comenzó con mucho ímpitu a salir agua de la laguna salada y correr hacia la dulce, aunque están las lagunas desviadas la una de la otra más de media legua. Y no mirando en aquel engaño, con la codicia de la vitoria que llevábamos pasamos muy bien y seguimos nuestro alcance fasta entrar dentro revueltos con los enemigos en la dicha cibdad. Y como estaban ya sobre el aviso, todas las casas de la tierra firme estaban despobladas y toda la gente y despojo dellas metido en las casas de la laguna. Y allí se recogieron los que iban huyendo y pelearon con nosotros muy reciamente, pero quiso Nuestro Señor dar tanto esfuerzo a los suyos que les entramos fasta los meter por el agua a las veces a los pechos y otras nadando, y les tomamos muchas casas de las que están en el agua y murieron dellos más de seis mill ánimas entre hombres y mujeres y niños, porque los indios nuestros amigos, vista la vitoria que Dios nos daba, no entendían en otra cosa sino en matar a diestro y a siniestro. Y porque sobrevino la noche recogí la gente y puse fuego a algunas de aquellas casas. Y estándolas quemando paresció que Nuestro Señor me inspiró y trujo a la memoria la calzada o presa que había visto rota en el camino, y representóseme el gran daño que era. Y a más andar, con mi gente junta me torné a salir de la cibdad ya noche bien oscura. Cuando llegué a aquella agua, que serían casi las nueve de la noche, había tanta y corría con tanto ímpitu que la pasamos a volapié,y se ahogaron algunos indios de nuestros amigos y se perdió todo el despojo que en la cibdad se había tomado. Y certifico a Vuestra Majestad que si aquella noche no pasáramos el agua o aguardáramos tres horas más, que ninguno de nosotros escapara, porque quedábamos cercados de agua sin tener paso por parte ninguna. Y cuando amanesció vimos cómo el agua de la una laguna estaba en el peso de la otra y no corría más, y toda la laguna salada estaba llena de canoas con gente de guerra creyendo de nos tomar allí. Y aquel día me volví a Tesuico peleando algunos ratos con los que salían de la mar, aunque poco daño les podíamos hacer porque se acogían luego a las canoas. Y llegando a la cibdad de Tesuico hallé la gente que había dejado muy segura y sin haber habido recuentro alguno, y hobieron mucho placer con nuestra venida y vitoria. Y otro día que llegamos fallesció un español que vino herido, y aun fue el primero que en campo los indios me han muerto fasta agora. Otro día siguiente vinieron a esta cibdad ciertos mensajeros de la cibdad de Otumba y otras cuatro cibdades que están junto a ella, las cuales están a cuatro y a cinco y a seis leguas de Tesuico, y dijéronme que me rogaban les perdonase la culpa si alguna tenían por la guerra pasada que se me había fecho. Porque allí en Otumba fue donde se juntó todo el poder de Méxyco y Temixtitán cuando salíamos desbaratados della, creyendo que nos acabaran. Y bien vían éstos de Otumba que no se podían relevar de culpa aunque se escusaban con decir que habían sido mandados, y para me inclinar más a benevolencia dijéronme que los señores de Temixtitán les habían inviado mensajeros a les decir que fuesen de su parcialidad y que no ficiesen ninguna amistad con nosotros, si no, que vernían sobre ellos y los destruirían; y que ellos querían ser antes vasallos de Vuestra Majestad y facer lo que yo les mandase. Y yo les dije que bien sabían ellos cuán culpables eran en lo pasado, y que para que yo les perdonase y creyese lo que me decían, que me habían de traer primero atados aquellos mensajeros que decían y a todos los naturales de Méxyco y Temixtitán que estuviesen en su tierra, y que de otra manera yo no los había de perdonar; y que se volviesen a sus casas y las poblasen e hiciesen obras por donde yo conosciese que eran buenos vasallos de Vuestra Majestad. Y aunque pasamos otras razones no pudieron sacar de mí otra cosa, y así se volvieron a su tierra, certificándome que ellos harían siempre lo que yo quisiese. Y de ahí adelante siempre han sido y son leales y obidientes al servicio de Vuestra Majestad. En la otra relación, Muy Venturoso y Exelentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad cómo al tiempo que me desbarataron y echaron de la cibdad de Temixtitán sacaba conmigo un hijo y dos hijas de Muteeçuma, y al señor de Tesuico, que se decía Cacamacin, y a dos hermanos suyos y a otros muchos señores que tenía presos; y cómo a todos los habían muerto los enemigos aunque eran de su propria nación y sus señores algunos dellos, excepto a los dos hermanos del dicho Cacamacin, que por grand ventura se pudieron escapar. Y el uno destos dos hermanos, que se decía Ypacsuchil, y en otra manera Cucascacin, al cual de antes yo en nombre de Vuestra Majestad y con parescer de Muteeçuma había fecho señor desta cibdad de Tesuico y provincia de Aculuacan, al tiempo que yo llegué a la provincia de Tascaltecal, teniéndolo en son de preso se soltó y se volvió a la dicha cibdad de Tesuico. Y como ya en ella habían alzado por señor a otro hermano suyo que se dice Guanacacin, de que arriba se ha fecho mención, dicen que fizo matar al dicho Cuacascacin, su hermano, desta manera: que como llegó a la dicha provincia de Tesuico, las guardas lo tomaron e ficiéronlo saber a Guanacacin, su señor, el cual también lo fizo saber al señor de Timixtitán. El cual, como supo que el dicho Cucascacin era venido, creyó que no se pudiera haber soltado y que debía de ir de nuestra parte para desde allá darnos algúnd aviso, y luego invió a mandar al dicho Guanacacin que matase al dicho Cucascacin, su hermano, el cual lo fizo ansí sin lo dilatar. El otro, que era hermano menor que ellos, se quedó conmigo, y como era mochacho imprimió más en él nuestra conversación y tornó se cristiano, y pusímosle nombre don Fernando. Y al tiempo que yo partí de la provincia de Tascaltecal para éstas de Méxyco y Temixtitán dejéle allí con ciertos españoles, y de lo que con él después suscedió adelante haré relación a Vuestra Majestad. El día siguiente que vine de Yztapalapa a esta cibdad de Tesuico acordé de inviar a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor de Vuestra Majestad, por capitán con veinte de caballo y ducientos hombres de pie, entre ballesteros y escopeteros y rodeleros, para dos efetos muy nescesarios: el uno para que echasen fuera desta provincia a ciertos mensajeros que yo inviaba a la cibdad de Tascaltecal para saber en qué término andaban los trece bergantines que allí se hacían y proveer otras cosas nescesarias así para los de la villa de la Veracruz como para los de mi compañía; y el otro para asegurar aquella parte para que pudiesen ir y venir los españoles seguros, porque por entonces ni nosotros podíamos salir desta provincia de Alculuacan sin pasar por tierra de los enemigos ni los españoles que estaban en la villa y en otras partes podían venir a nosotros sin mucho peligro de los contrarios. Y mandé al dicho alguacil mayor que después de puestos los mensajeros en salvo llegase a una provincia que se dice Calco que confina con ésta de Aculuacan, porque tenía certificación que los naturales de aquella provincia aunque eran de la liga de los de Culúa, se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad, y que no lo osaban hacer a cabsa de cierta guarnición de gente que los de Culúa tenían puesta cerca dellos. Y el dicho capitán se partió, y con él iban todos los indios de Tascaltecal que nos habían traído nuestro fardaje y otros que habían venido a ayudarnos y habían habido algúnd despojo en la guerra. Y como se adelantaron un poco adelante, el dicho capitán, creyendo que en venir en la rezaga los españoles los enemigos no osarían salir a ellos, como los vieron los contrarías que estaban en los pueblos de la laguna y en la costa della dieron en la rezaga de los de Tascaltecal y quitáronles el despojo y aun mataron algunos dellos. Y como el dicho capitán llegó con los de caballo y con los peones dieron muy reciamente en ellos y alancearon y mataron muchos, y los que quedaron desbaratados se acogieron a la laguna y a otras poblaciones que están cerca della. Y los indios de Tascaltecal se fueron a su tierra con lo que les quedó y también los mensajeros que yo inviaba. Y puestos todos en salvo, el dicho Gonzalo de Sandoval siguió su camino para la dicha provincia de Calco, que era bien cerca de allí. Y otro día de mañana juntóse mucha gente de los enemigos para los salir a rescebir, y puestos los unos y los otros en el campo, los nuestros arremetieron contra los enemigos y desbaratáronles dos escuadrones con los de caballo en tal manera que en poco rato les dejaron el campo y fueron quemando y matando en ellos. Y fecho esto y desembarazado aquel camino, los de Calco salieron a rescebir a los españoles, y los unos y los otros se holgaron mucho. Y los prencipales dijeron que me querían venir a ver y hablar, y así se partieron y vinieron a dormir a Tesuico. Y llegados, vinieron ante mí aquellos prencipales con dos hijos del señor de Calco y diéronnos obra de trecientos pesos de oro en piezas. Y dijéronme cómo su padre era fallescido, y que al tiempo de su muerte les había dicho que la mayor pena que llevaba era no verme primero que muriese y que muchos días me había estado esperando, y que les había mandado que luego como yo a esta provincia viniese, me viniesen a ver y me tuviesen por su padre; y que como ellos habían sabido de mi venida a aquella cibdad de Tesuico luego quisieran venir a verme pero que por temor de los de Culúa no habían osado, y que tampoco entonces osaran venir si aquel capitán que yo había inviado no hobiera llegado a su tierra, y que cuando se hobiese de volver a ella les había de dar otros tantos españoles para los volver en salvo. Y dijéronme que bien sabía yo que nunca en guerra ni fuera della habían sido contra mí, y que tambien sabía cómo al tiempo que los de Culúa combatían la fortaleza y casa de Timixtitán y los españoles que yo en ella había dejado cuando me fui a ver a Cempoal con Narváez que estaban en su tierra dos españoles en guarda de cierto maíz que yo les había mandado recoger en su tierra, y los había sacado fasta la provincia de Guaxocingo porque sabían que los de allí eran nuestros amigos, porque los de Culúa no los matasen como hacían a todos los que fallaban fuera de la dicha casa de Temixtitán. Y todo esto y otras cosas me dijeron llorando, y yo les agradescí mucho su voluntad y buenas obras y les prometí que haría siempre todo lo que ellos quisiesen y que serían muy bien tratados. Y fasta agora siempre nos han mostrado muy buena voluntad y están muy obidientes a todo lo que de parte de Vuestra Majestad se les manda. Estos fijos del señor de Calco y los que vinieron con ellos estuvieron allí un día conmigo y dijéronme que porque se querían volver a su tierra, que me rogaban que les diese gente que les pusiese en salvo. Y Gonzalo de Sandoval con cierta gente de caballo y de pie se fue con ellos, al cual dije que después de los haber puesto en su tierra se llegase a la provincia de Tascaltecal y que trujese consigo a ciertos españoles que allí estaban y aquel don Hernando, hermano de Cacamacin, de que arriba he fecho minción. Y dende a cuatro o cinco días el dicho alguacil mayor volvió con los españoles y trajo al dicho don Fernando conmigo. Y dende a pocos días supe cómo por ser hermano de los señores desta cibdad le pertenescía a él el señorío aunque había otros hermanos, y así por esto como porque esta provincia estaba sin señor a cabsa que Guanacocin, señor della, su hermano, la había dejado e ídose a la cibdad de Temixtitán, y así por estas causas como porque era muy amigo de los cristianos, yo en nombre de Vuestra Majestad fice que lo rescibiesen por señor. Y los naturales desta cibdad, aunque por entonces había pocos en ella, lo ficieron así y de ahí adelante le obedescieron, y comenzaron de venirse a la dicha cibdad y provincia de Aculucan muchos de los que estaban absentes y huidos y obedescían y servían al dicho don Fernando, y de ahí adelante se comenzó a reformar y poblar bien la dicha cibdad. Dende a dos días que esto se hizo vinieron a mí los dichos señores de Coatinchan y Guajuta y dijéronme que supiese de cierto cómo todo el poder de Culúa venía sobre mí y sobre los españoles y que toda la tierra estaba llena de los enemigos, y que viese si traerían a sus mujeres e hijos donde yo estaba o si los llevarían a la sierra, porque tenían grande temor. Y yo los animé y dije que no hobiesen ningúnd miedo y que se estuviesen en sus casas y no hiciesen mudanza, y que no holgaba de cosa más que de verme con los de Culúa en campo, y que estuviesen apercibidos y pusiesen sus velas y escuchas por toda la tierra, y en viendo o sabiendo que venían los contraríos, me lo hiciesen saber, y ansí se fueron llevando muy a cargo lo que les había encomendado. Y yo aquella noche apercebí toda la gente y puse muchas velas y escuchas en todas las partes que era necesarío, y en toda la noche nunca dormimos ni entendimos sino en esto, y ansí estuvimos esperando toda esta noche y día siguiente creyendo lo que nos habían dicho los de Buajuta y Cuatinchan. Y otro día supe cómo por la costa de la laguna andaban algunos de los enemigos haciendo saltos y esperando tomar algunos de los indios de Tascaltecal que iban y venían por cosas para el servicio del real, y supe cómo se habían confederado con dos pueblos subjetos a Tesuico que estaban allí junto al agua para dende allí facer todo el daño que pudiesen, y facían para fortalecerse en ellos albarradas y acequias y otras cosas para su defensa. Y como supe esto otro día tomé doce de caballo y ducientos peones y dos tiros pequeños de campo y fui allí donde andaban los contraríos, que sería legua y media de la cibdad. Y en saliendo della topé con ciertas espías de los enemigos y con otros que estaban en salto, y rompimos por ellos y alcanzamos y matamos algunos dellos y los que quedaron se echaron al agua, y quemamos parte de aquellos pueblos, y ansí nos volvimos al aposento con mucho placer y vitoria. Y otro día tres prencipales de aquellos pueblos vinieron a pedirme perdón por lo pasado y a rogarme que no los destruyese más y que ellos me prometían de no rescebir más en sus pueblos a ninguno de los de Temixtitán. Y porque éstos no eran personas de mucho caso y eran vasallos de don Fernando, yo los perdoné en nombre de Vuestra Majestad. Y luego otro día ciertos indios desta población vinieron a mí medio descalabrados y maltratados y dijéronme cómo los de Méxyco y Temixtitán habían vuelto a su pueblo, y como en ellos no hallaron el rescibimiento que solían los habían maltratado y llevado presos algunos dellos, y que si no se defendieran llevaran a todos; que me rogaban que estuviese sobre aviso para los socorrer si otra vez allí volviesen, porque tenían por cierto que habían de volver con más gente a los destruir. Y yo los aseguré y dije que estuviesen muy sobre el aviso, por manera que cuando los de Temixtitán volviesen yo lo pudiese saber a tiempo que los pudiese ir a socorrer, y así se partieron para su pueblo. La gente que había dejado en la provincia de Tascaltecal haciendo los bergantines tenían nuevas cómo al puerto de la villa de la Vera Cruz había llegado una nao en que venían sin los marineros treinta o cuarenta españoles y ocho caballos y algunas ballestas y escopetas y pólvora. Y como no habían sabido cómo nos iba en la guerra ni había seguridad para pasar a nosotros tenían mucha pena, y estaban allí detenidos algunos españoles que no osaban venir aunque deseaban traerme tan buena nueva. Como sintió un criado mío que había dejado allí que algunos se querían atrever a venir donde yo estaba, mandó apregonar so graves penas que nadie saliese de allí fasta que yo lo inviase a mandar. Y un mozo mío, como vio que con cosa del mundo no habría [yo] más placer que con saber la venida de la nao y del socorro que traía, aunque la tierra no estaba segura de noche se salió y vino a Tesuico, de que nos espantamos mucho haber llegado vivo. Y hobimos mucho placer con las nuevas porque teníamos estrema nescesidad de socorro. Este mismo día, Muy Católico Señor, llegaron allí a Tesuico ciertos hombres de bien mensajeros de los de Calco y dijéronme cómo a cabsa de haberse venido a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad todos los de Méxyco y Temixtitán venían sobre ellos para los destruir y matar, y que para ello habían convocado y apercebido a todos los cercanos a su tierra; y que me rogaban que los socorriese y ayudase en tan gran nescesidad, porque pensaban verse en grandísimo estrecho si ansí no lo hacía. Y certifico a Vuestra Majestad que, como en la otra relacion escribí, allende de nuestro trabajo y nescesidad, la mayor fatiga que tenía era no poder ayudar y socorrer a los indios nuestros amigos que por ser vasallos de Vuestra Majestad eran molestados y trabajados de los de Culúa, aunque en esto yo y los de mi compañía poníamos toda nuestra posibilidad, porque nos parescía que en ninguna cosa podíamos más servir a Vuestra Cesárea Majestad que en favorescer y ayudar a sus vasallos. Y por la coyuntura en que éstos de Calco me tomaron no pude hacer con ellos lo que yo deseaba, pero díjeles que porque yo a la sazón quería inviar por los bergantines y para ello tenía apercebidos a todos los de la provincia de Tescaltecal, de donde se habían de traer en piezas, y tenía nescesidad de inviar para ello gente de caballo y de pie, que ya sabían que los naturales de las provincias de Buaxocingo y de Churultecal y Buacachula eran vasallos de Vuestra Majestad y amigos nuestros, que fuesen a ellos y de mi parte les rogasen, pues vivían muy cerca de su tierra, que les viniesen a ayudar y socorrer e inviasen allí gente de guarnición con que pudiesen estar seguros en tanto que yo les socorría, porque otro remedio al presente yo no les podía dar. Y aunque ellos no quedaron tan satisfechos como si les diera algunos españoles agradesciéronmelo, y rogáronme que porque fuesen creídos les diese una carta mía y también para que con más segurídad se lo osasen rogar, porque entre éstos de Calco y los de dos provincias de aquéllas, como eran de diversas parcialidades, habían siempre diferencias. Y estando ansí dando orden en esto llegaron acaso ciertos mensajeros de las dichas provincias de Guajocingo y Guacachula. Y estando presentes los de Chalco di jeron cómo los señores de aquellas provincias no habian visto ni sabido de mí después que habia partido de la provincia de Tascaltecal, como quiera que ellos siempre tenían puestas sus velas por las sierras y cerros que confinan con su tierra y sojuzgan las de Méxyco y Temixtitán, para que viendo muchas ahumadas, que son las señales de la guerra, me viniesen a ayudar y favorescer con su gente y vasallos; y que porque de poco acá habían visto más ahumadas que nunca, venían a saber cómo estaba y si tenía nescesidad para luego proveer de gente de guerra. Y yo se lo agradescí mucho y les dije que, bendito Nuestro Señor, los españoles y yo estábamos buenos y siempre habíamos habido vitoria contra los enemigos; y que demás de holgar mucho con su voluntad y presencia que holgaba más por los confederar y hacer amigos con los de Calco, que estaban presentes, y que así les rogaba, pues los unos y los otros eran vasallos de Vuestra Majestad, que fuesen buenos amigos y se ayudasen y socorriesen contra los de Culúa que eran malos y perversos, especialmente agora que los de Calco tenían nescesidad de socorro porque los de Culúa querían venir sobre ellos. Y así quedaron muy amigos y confederados, y después de haber estado dos días allí conmigo los unos y los otros se fueron muy alegres y contentos y se ayudaron y socorrieron los unos a los otros. Dende a tres días, porque ya sabíamos que los trece bergantines estarían acabados de labrar y la gente que los había de traer apercebida, envié a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con quince de caballo y ducientos peones para los traer, al cual mandé que destruyese y asolase un pueblo grande sujeto a esta cibdad de Tesuico que alinda con los términos de la provincia de Tascaltecal, porque los naturales dél me habían muerto cinco de caballo y cuarenta y cinco peones que venían de la villa de la Vera Cruz a la cibdad de Temixtitán cuando yo estaba cercado en ella, no creyendo que tan grand traición se nos había de hacer. Y como al tiempo que esta vez entramos en Tesuico hallamos en los adoratorios y mesquitas de la cibdad los cueros de los cinco caballos con sus pies y manos y herraduras cosidos y tan bien adobados como en todo el mundo lo pudieran hacer, y en señal de vitoria ellos y mucha ropa y cosas de los españoles ofrescido a sus ídolos, y hallamos la sangre de nuestros compañeros y hermanos derramada y sacrificada por todas aquellas torres y mesquitas, fue cosa de tanta lástima que nos renovó todas nuestras tribulaciones pasadas. Y los traidores de aquel pueblo y de otros a él comarcanos al tiempo que aquellos cristianos por allí pasaron hiciéronles buen rescibimiento para los asegurar y hacer en ellos la mayor crueldad que nunca se hizo, porque abajando por una cuesta y mal paso todos a pie, trayendo los caballos de diestro de manera que no se podían aprovechar dellos, puestos los enemigos en celada de una parte y de otra del mal paso los tomaron en medio, y dellos mataron y dellos tomaron a vida para traer a Tesuico a sacrificar y sacarles los corazones delante de sus ídolos. Y esto paresce que fue así porque cuando el dicho alguacil mayor por allí pasó ciertos españoles que iban con él en una casa de un pueblo que está entre Tesuico y aquél donde mataron y prendieron los cristianos hallaron en una pared blanca escritas con carbón estas palabras: "aquí estuvo preso el sin ventura de Juan Yuste", que era un hidalgo de los cinco de caballo, que sin duda fue cosa para quebrar el corazón a los que lo vieron. Y llegado el dicho alguacil mayor a este pueblo, como los naturales dél conoscieron su grand yerro y culpa comenzaron a ponerse en huida, y los de caballo y los peones españoles e indios nuestros amigos siguieron el alcance y mataron muchos y prendieron y cativaron muchas mujeres y niños que se dieron por esclavos, aunque movido a compasión, no quiso matar ni destruir tanto cuanto pudiera, y aun antes que de allí partiese hizo recoger la gente que quedaba y que se viniese a su pueblo, y así está hoy muy poblado y arrepentido de lo pasado. El dicho alguacil mayor pasó adelante cinco o seis leguas a una población de Tascaltecal que es la más junta a los términos de Culúa y allí halló a los españoles y gente que traían los bergantines. Y otro día que llegó partieron de allí con la tablazón y ligazón dellos, la cual traían con mucho concierto más de ocho mill hombres, que era cosa maravillosa de ver y así me paresce que es de oír llevar trece fustas diez y ocho leguas por tierra, que certifico a Vuestra Majestad que dende la avanguarda a la retroguarda había bien dos leguas de distancia. Y como comenzaron su camino llevando en la delantera ocho de caballo y cient españoles y en ella y en los lados por capitanes de más de diez mill hombres de guerra a Yutecad y Teutipil, que son dos señores de los prencipales de Tascaltecal, y en la rezaga venían otros ciento y tantos españoles con otros ocho de caballo, y en ella venía por capitán con otros diez mill hombres de guerra muy bien adreszados Chichimecatecle, que es de los prencipales señores desta provincia, con otros capitanes que traía consigo, el cual al tiempo que partió della llevaba la delantera con toda la tablazón, y la rezaga traían los otros dos capitanes con la ligazón. Y como entraron en tierra de Culúa los maestros de los bergantines mandaron llevar en la delantera la ligazón dellos y que la tablazón se quedase atrás, porque era cosa de más embarazo si algo les acaesciese, lo cual, si fuera, había de ser en la delantera. Y Chichimecatecle, que traía la dicha tablazón, como siempre fasta allí con su gente de guerra había traído la delantera tomólo por afrenta, y fue cosa recia de acabar con él que se quedase en la retroguarda, porque él queria llevar el peligro que se pudiese rescibir. Y como ya lo concedió tampoco queria que en la rezaga se quedasen en guarda ningunos españoles, porque es hombre de mucho esfuerzo y queria él ganar aquella honra. Y llevaban estos capitanes dos mill indios cargados con su vitualla, y ansí con esta orden y concierto fueron su camino, en el cual se detuvieron tres días, y al cuarto entraron en esta cibdad con mucho placer y estruendo de atabales. Y yo los salí a rescebir y, como arriba digo, estendíase tanto la gente que dende que los primeros comenzaron a entrar hasta que los postreros hobieron acabado se pasaron más de seis horas sin quebrar el hilo de la gente. Y después de llegados y agradescido a aquellos señores las buenas obras que nos hacían, hícelos aposentar y proveer lo mejor que ser pudo. Y ellos me dijeron que traían deseo de se ver con los de Culúa y que viese lo que mandaba, que ellos y aquella gente venían con voluntad de se vengar o morir con nosotros, y yo les di las gracias y les dije que reposasen y que presto les daria las manos llenas. Y después que toda esta gente de guerra de Tascaltecal hobo reposado en Tesuico tres o cuatro días, que cierto era para la manera de acá muy lucida gente, hice aprescebir veinte y cinco de caballo y trecientos peones y cincuenta ballesteros y escopeteros y seis tiros pequeños de campo, y sin decir a persona alguna adonde íbamos salí desta cibdad a las nueve del día, y conmigo salieron los capitanes ya dichos con más de treinta mill hombres por sus escuadrones muy bien ordenados segúnd la manera dellos. Y a cuatro leguas desta cibdad ya que era tarde encontramos un escuadrón de gente de guerra de los enemigos, y los de caballo rompimos por ellos y desbaratámoslos, y los de Tascaltecal como son muy ligeros siguiéronnos y matamos muchos de los contrarios. Y aquella noche dormimos en el campo muy sobre aviso. Y otro día de mañana seguimos nuestro camino, y yo no había dicho aún adónde era mi intención de ir, lo cual hacía porque me recelaba de algunos de los de Tesuico que iban con nosotros que no diesen aviso de lo que yo quería hacer a los de Méxyco y Temixtitán, porque no tenía aún ninguna seguridad dellos. Y llegamos a una población que se dice Xaltoca que está asentada en medio de la laguna, y alderredor della hallamos muchas y grandes acequias llenas de agua y alderredor hacían la dicha población muy fuerte, porque los de caballo no podían entrar a ella. Y los contraríos daban muchas grítas tirándonos muchas varas y flechas, y los peones aunque con trabajo entráronles dentro y echáronlos fuera y quemaron mucha parte del pueblo. Y aquella noche nos fuimos a dormir una legua de allí, y en amaneciendo tomamos nuestro camino y en él hallamos los enemigos, y de lejos comenzaron a grítar como lo suelen hacer en la guerra, que cierto es cosa espantosa oírlos. Y nosotros comenzamos de seguillos, y siguiéndolos allegamos a una grande y hermosa cibdad que se dice Guanticlan , y hallámosla despoblada, y aquella noche nos aposentamos en ella. Otro día siguiente pasamos adelante y llegamos a otra cibdad que se dice Tenaynca en la cual no hallamos resistencia alguna, y sin nos detener pasamos a otra que se dice Acapuzalco, que todas están alderredor de la laguna. Y tampoco nos detuvimos en ella porque deseaba mucho llegar a otra cibdad que estaba allí cerca que se dice Tacuba, que está muy cerca de Temixtitán. Y ya que estábamos junto a ella fallamos también alderredor muchas acequias de agua y los enemigos muy a punto, y como los vimos, nosotros y nuestros amigos arremetimos a ellos y entrámosles la cibdad, y matando en ellos los echamos fuera della. Y como era ya tarde aquella noche no hecimos más de nos aposentar en una casa que era tan grande que cupimos todos bien a placer en ella. Y en amanesciendo, los indios nuestros amigos comenzaron a saquear y a quemar toda la cibdad salvo el aposento donde estábamos, y pusieron tanta deligencia que aun dél se quemó un cuarto. Y esto se hizo porque cuando salimos la otra vez desbaratados de Temixtitán, pasando por esta cibdad los naturales della juntamente con los de Temixtitán nos hicieron muy cruel guerra y nos mataron muchos españoles. En seis días que estuvimos en esta cibdad de Tacuba ninguno hobo en que no tuviésemos muchos recuentros y escaramuzas con los enemigos. Y los capitanes de la gente de Tascaltecal y los suyos hacían muchos desafíos con los de Temixtitán y peleaban los unos con los otros muy hermosamente y pasaban entre ellos muchas razones amenazándose los unos con los otros y diciéndose muchas injurias, que sin duda era cosa para ver. Y en todo este tiempo siempre morían muchos de los enemigos sin peligrar ninguno de los nuestros, porque muchas veces los entrábamos por las calzadas y puentes de la cibdad, aunque como tenían tantas defensas nos resistían reciamente, y muchas veces fingían que nos daban lugar para que entrásemos dentro diciéndonos: "entrad, entrad a holgaros". Y otras veces nos decían: "¿pensáis que hay agora otro Muteczuma para que haga todo lo que vosotros quisiéredes?" y estando en estas pláticas, yo me llegué una vez cerca de una puente que tenían quitada, y estando ellos de la otra parte hice señal a los nuestros que estuviesen quedos, y ellos también como vieron que yo les quería hablar hicieron callar a su gente. Y díjeles que por qué eran locos y querían ser destruidos, y si había allí entre ellos algúnd señor prencipal de los de la cibdad, que se llegase allí, porque le quería hablar. Y ellos me respondieron que toda aquella multitud de gente de guerra que por allí veía que todos eran señores, por tanto, que dijese lo que quería. Y como yo no respondí cosa alguna comenzáronme a deshonrar. Y no sé quién de los nuestros díjoles que se morían de hambre y que no les habíamos de dejar salir de allí a buscar de comer, y respondieron que ellos no tenían nescesidad, y que cuando la tuviesen, que de nosotros y de los de Tascaltecal comerían. Y uno dellos tomó unas tortas de pan de maís y arrojólas hacia nosotros diciendo: "tomad y comed si tenéis hambre, que nosotros ninguna tenemos", y comenzaron luego a gritar y pelear con nosotros. Y como mi venida a esta cibdad de Tacuba había sido prencipalmente para haber plática con los de Temixtitán y saber qué voluntad tenían y mi estada allí no aprovechaba ninguna cosa, al cabo de los seis días acordé de me volver a Tesuico para dar priesa en ligar y acabar los bergantines para por la tierra y por la agua ponerles cerco. Y el día que partimos venimos a dormir a la cibdad de Goatitan, de que arriba se ha fecho minción, y los enemigos no hacían sino seguirnos, y los de caballo de cuando en cuando revolvíamos sobre ellos y así nos quedaban algunos entre las manos. Y otro día comenzamos a caminar, y como los contrarios vían que nos veníamos creían que de temor lo hacíamos, y juntóse grand número dellos y comenzáronnos a seguir. Y como yo vi esto mandé a la gente de pie que se fuese adelante y que no se detuviese y que en la rezaga dellos fuesen cinco de caballo. Y yo me quedé con veinte y mandé a seis de caballo que se pusiesen en una cierta parte en celada y a otros seis en otra ya otros cinco en otra y yo con otros tres en otra, y que como los enemigos pasasen pensando que todos íbamos juntos adelante, en oyéndome el apellído de Señor Santiago saliesen y les diesen por las espaldas. Y como fue tiempo salimos y comenzamos a lancear en ellos, y turó el alcance cerca de dos leguas todas llanas como la palma, que fue muy hermosa cosa. Y ansí murieron muchos dellos a nuestras manos y de los indios nuestros amigos. Y se quedaron y nunca más nos siguieron, y nosotros nos volvimos y alcanzamos a la gente. Y aquella noche dormimos en una gentil población que se dice Aculman que está dos leguas de la cibdad de Tesuico, para donde otro día nos partimos. Y a mediodía entramos en ella y fuimos muy bien rescebidos del alguacil mayor que yo había dejado por capitán y de toda la gente, y holgaron mucho con nuestra venida porque dende el día que de allí habíamos partido nunca habían sabido de nosotros y de lo que nos había suscedido, y estaban con muy grandísimo deseo de lo saber. Y otro día que hobimos llegado, los señores y capitanes de la gente de Tascaltecal me pidieron licencia y se partieron para su tierra muy contentos y con algúnd despojo de los enemigos. Dos días después de entrados a esta cibdad de Tesuico llegaron a mí ciertos indios mensajeros de los señores de Calco y dijéronme cómo les habían mandado que me hiciesen saber de su parte que los de Méxyco y Temixtitán iban sobre ellos a los destruir, y que me rogaban les inviase socorro como otras veces me lo habían pedido. Y yo proveí luego de inviar con Gonzalo de Sandoval veinte de caballo y trecientos peones, al cual encargué mucho que se diese priesa, y llegado, trabajase de dar todo el favor y ayuda que fuese posible a aquellos vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos. Y llegado a Calco, halló mucha gente junta así de aquella provincia como de las de Guaxocingo y Guacachula que le estaban esperando, y dando orden en lo que se había de hacer partiéronse y tomaron su camino para una población que se dice Guastepeque, donde estaba la gente de Culúa en guarnición y de donde hacían daño a los de Calco. Y a un pueblo que estaba en el camino salió mucha gente de los contrarios, y como nuestros amigos eran muchos y tenían en ventaja a los españoles y a los de caballo todos juntos rompieron por ellos y desampararon el campo y matando en ellos siguieron a los enemigos, y en aquel pueblo que está antes de Guastepeque reposaron aquella noche. Y otro día se partieron, y ya que llegaban junto a la dicha población de Guastepeque, los de Culúa comenzaron a pelear con los españoles, pero en poco rato los desbarataron, y matando en ellos los echaron fuera del pueblo. Y los de caballo se apearon para dar de comer a sus caballos y aposentarse, y estando así descuidados de lo que suscedió, llegan los enemigos hasta la plaza del aposento apellidando y gritando muy fieramente y echando muchas piedras y varas y flechas. Y los españoles dieron alarma, y ellos y nuestros amigos dándose mucha priesa salieron a ellos y echáronlos fuera otra vez, y siguieron el alcance más de una legua y mataron muchos de los contrarios, y volviéronse aquella noche bien cansados a Guastepeque, adonde estuvieron reposando dos días. En este tiempo el alguacil mayor supo como en un pueblo más adelante que se dice Acapichtla había mucha gente de guerra de los enemigos y determinó de ir allá a ver si se darían de paz y a les requerir con ella. Y este pueblo era muy fuerte y puesto en una altura y donde no pudiesen ser ofendidos de los de caballo, y como llegaron los españoles los del pueblo sin esperar a cosa alguna empezaron a pelear con ellos y dende lo alto echar muchas piedras. Y aunque iba mucha gente de nuestros amigos con el dicho alguacil mayor, viendo la fortaleza de la villa no osaban acometer ni llegar a los contrarios, y como esto vio el dicho alguacil mayor y los españoles, determinaron de morir o subilles por fuerza a lo alto del pueblo, y con el apellido de Señor Santiago comenzaron a subir. Y plugo a Nuestro Señor dalles tal esfuerzo que aunque era mucha la defensa y resistencia que se les hacía les entraron, aunque hobo muchos heridos. Y como los indios nuestros amigos los siguieron y los enemigos se vieron de vencida, fue tanta la matanza dellos a manos de los nuestros y dellos despeñados de lo alto que todos los que allí se hallaron afirman que un río pequeño que cercaba casi aquel pueblo por más de una hora fue teñido en sangre y les estorbó de beber por entonces, porque como facía mucha calor tenían nescesidad dello. Y dado conclusión a esto y dejando al fin estas dos poblaciones de paz, aunque bien castigados por haberla al prencipio negado, el dicho alguacil mayor se volvió con toda la gente a Tesuico. Y crea Vuestra Católica Majestad que esta fue una bien señalada vitoria y donde los españoles mostraron bien señaladamente su esfuerzo. Como los de Méxyco y Temixtitán supieron que los españoles y los de Calco habían fecho tanto daño en su gente acordaron de inviar sobre ellos ciertos capitanes con mucha gente, y como los de Calco tuvieron aviso desto, inviaron a rogarme a mucha priesa que les inviase socorro. Y yo torné luego a despachar al dicho alguacil mayor con cierta gente de pie y de caballo, pero cuando llegó ya los de Culúa y los de Calco se habían visto en el campo y habían peleado los unos y los otros muy reciamente, y plugo a Dios que los de Calco fueron vencedores y mataron muchos de los contrarios y prendieron bien cuarenta personas dellos, entre los cuales había un capitán de los de Méxyco y otros dos prencipales, los cuales todos entregaron los de Calco al dicho alguacil mayor para que me los trujese, el cual me invió dellos y dellos dejó consigo, porque por seguridad de los de Calco estuvo con toda la gente en un pueblo suyo que es frontera de los de Méxyco. Y después que les paresció que no había nescesidad de su estada se volvió a Tesuico y trajo consigo a los otros prisoneros que le habían quedado. En este medio tiempo hobimos otros muchos rebatos y recuentros con los naturales de Culúa, y por evitar prolijidad los dejo de especificar, Como ya el camino para la villa de la Vera Cruz dende esta cibdad de Tesuico estaba seguro y podían ir y venir por él los de la villa, tenían cada día nuevas de nosotros y nosotros dellos, lo cual antes cesaba. Y con un mensajero inviáronme ciertas ballestas y escopetas y pólvora con que hobimos grandísimo placer, y dende a dos días me inviaron otro mensajero con el cual me hicieron saber que al puerto habían llegado tres navíos y que traían mucha gente y caballos, y que luego los despacharían para acá. Y segúnd la nescesidad que teníamos, milagrosamente nos invió Dios este socorro. Yo buscaba siempre, Muy Poderoso Señor, todas las maneras y formas que podía para traer a nuestra amistad a éstos de Temixtitán, lo uno porque no diesen causa a que fuesen destruidos, y lo otro por descansar de los trabajos de todas las guerras pasadas, y prencipalmente porque dello sabía que redundaba servicio a Vuestra Majestad. Y dondequiera que podía haber alguno de la cibdad gelo tornaba a inviar para les amonestar y requerir que se diesen de paz, y el Miércoles Santo, que fueron veinte y siete de marzo del año de quinientos y veinte y uno, hice traer ante mí a aquellos principales de Temixtitán que los de Calco habían prendido y díjeles si querían algunos dellos ir a la cibdad y hablar de mi parte a los señores della y rogalles que no curasen de tener más guerra conmigo y que se diesen por vasallos de Vuestra Majestad como antes lo habían fecho, porque yo no les quería destruir sino ser su amigo. Y aunque se les hizo de mal, porque tenían temor que yéndoles con aquel mensaje los matarían, dos de aquellos prisoneros se determinaron de ir y pidiéronme una carta. Y aunque ellos no habían de entender lo que en ella iba sabían que entre nosotros se acostumbraba y que llevándola ellos los de la cibdad les darían crédito. Pero con las lenguas yo les dí a entender lo que en la carta decía, que era lo que yo a ellos les había dicho. Y así se partieron y yo mandé a cinco de caballo que saliesen con ellos hasta los poner en salvo. El Sábado Santo los de Calco y otros sus aliados y amigos me inviaron a decir que los de Méxyco venían sobre ellos, y mostráronme en un paño blanco grande la figura de todos los pueblos que contra ellos venían y los caminos que traían, que me rogaban que en todo caso les inviase socorro. Y yo les dije que dende a cuatro o cinco días se lo inviaría, y que si entretanto se vían en nescesidad, que me lo hiciesen saber y que yo los socorrería. Y el tercero día de Pascua de Resurrección volviéronme a decir que me rogaban que brevemente fuese el socorro, porque a más andar se acercaban los enemigos. Yo les dije que yo quería ir a les socorrer, y mandé apregonar que para el viernes siguiente estuviesen apercebidos veinte y cinco de caballo y trecientos hombres de pie. El jueves antes vinieron a Tesuico ciertos mensajeros de las provincias de Tazapan y Mascalcingo y Nautan y de otras cibdades que están en su comarca y dijéronme que se venían a dar por vasallos de Vuestra Majestad y a ser nuestros amigos porque ellos nunca habían muerto ningúnd español ni se habían alzado contra el servicio de Vuestra Majestad, y trujeron cierta ropa de algodón. Yo se lo agradescí y les prometí que si fuesen buenos se les haría buen tratamiento, y así se volvieron contentos. El viernes siguiente, que fueron cinco de abril del dicho año de quinientos y veinte y uno, salí desta cibdad de Tesuico con los treinta de caballo y trecientos peones que estaban apercebidos, y dejé en ella otros veinte de caballo y otros trecientos peones y por capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y salieron conmigo más de veinte mill hombres de los de Tesuico, y en nuestra ordenanza fuimos a dormir a una población de Calco que se dice Talmalco donde fuimos bien rescebidos y aposentados. Y allí, porque está una buena fuerza, después que los de Calco fueron nuestros amigos siempre tenían gente de guarnición porque es frontera de los de Culúa, y otro día llegamos a Calco a las nueve del día, que no nos detuvimos más de hablar a los señores de allí y decirles mi parescer e intención, que era dar una vuelta en torno de las lagunas, porque creía que acabada esta jornada, que importaba mucho, fallaría fechos los trece bergantines y aparejados para los echar al agua, y como hobe hablado a los de Calco, partímonos aquel día a vísperas, y llegamos a una población suya donde se juntaron con nosotros más de cuarenta mill hombres de guerra nuestros amigos, y aquella noche dormimos allí. Y porque los naturales desta dicha población me dijeron que los de Culúa me estaban esperando en el campo mandé que al cuarto del alba toda la gente estuviese en pie y apercebida, y otro día, en oyendo misa, comenzamos a caminar, y yo tomé la delantera con veinte de caballo y en la rezaga quedaron diez, y ansí pasamos por entre unas sierras muy agras. Y a las dos después de mediodía llegamos a un peñol muy alto y agro, y encima dél estaba mucha gente de mujeres y niños y todas las laderas llenas de gente de guerra. Y comenzaron luego a dar muy grandes alaridos haciendo muchas ahumadas, tirándonos con hondas y sin ellas muchas piedras y flechas y varas, por manera que en llegándonos cerca rescibíamos mucho daño. Y aunque habíamos visto que en el campo no nos habían osado esperar, parescíame, aunque era otro camino el nuestro, que era poquedad pasar adelante sin hacerles algúnd mal sabor, y porque no creyesen nuestros amigos que de cobardía lo dejábamos de hacer comencé a dar una vista en torno del peñol, que había casi una legua, y cierto era tan fuerte que parescía locura queremos poner en ganárselo, y aunque les pudiera poner cerco y hacerles darse de pura nescesidad yo no me podía detener. Y así estando en esta confusión, determiné de les subir el risco por tres partes que yo había visto, y mandé a Cristóbal Corral, alférez de sesenta hombres de pie que yo traía siempre en mi compañía, que con su bandera acometiese y subiese por la parte más agra y que ciertos escopeteros y ballesteros le siguiesen; y a Juan Rodriguez de Villafuerte y a Francisco Verdugo, capitanes, que con su gente y con otros ciertos ballesteros y escopeteros subiesen por la otra parte; y a Pedro Dircio y Andrés de Monjaraz, capitanes, que acometiesen por la otra parte con otros pocos ballesteros y escopeteros; y que en oyendo soltar una escopeta, todos determinasen de subir y haber la vitoria o morir. Y luego en soltando el escopeta, comenzaron a subir y ganaron a los contrarios dos vueltas del peñol, que no pudieron subir más porque con pies y manos no se podían tener, porque era sin comparación la aspereza y agrura de aquel cerro. Y echaban tantas piedras de lo alto con las manos y rodando que aun los pedazos que se quebraban y sembraban hacían infinito daño. Y fue tan recia la ofensa de los enemigos que nos mataron dos españoles e hirieron más de veinte, y en fin en ninguna manera pudieron pasar de allí. Y yo, viendo que era imposible poder más hacer de lo hecho y que se juntaban muchos de los contrarios en socorro de los del peñol, que todo el campo estaba lleno dellos, mandé a los capitanes que se volviesen. Y abajados los de caballo, arremetimos a los que estaban en lo llano y echámoslos de todo el campo alanceando y matando en ellos. Y duró el alcance más de hora y media, y como era mucha gente los de caballo derramáronse a una parte y a otra. Y después de recogidos, de algunos dellos fui informado cómo habían llegado obra de una legua de allí y habían visto otro peñol con mucha gente pero que no era tan fuerte, y que por lo llano cerca dél había mucha población y que no faltarían dos cosas que en este otro nos habían faltado: la una era agua, que no la había acá; y la otra, que por no ser tan fuerte el cerro no habría tanta resistencia y se podía sin peligro tomar la gente. Y aunque con harta tristeza de no haber alcanzado vitoria, partimos de allí y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñol, adonde pasamos harto trabajo y nescesidad porque tampoco fallamos agua ni en todo aquel día la habíamos bebido nosotros ni los caballos, y así nos estuvimos aquella noche oyendo hacer a los enemigos mucho estruendo de atabales y bocinas y gritas. Y en siendo el día claro, ciertos capitanes y yo comenzamos a mirar el risco, el cual nos paresció casi tan fuerte como el otro, pero tenía dos padrastros más altos que no él y no tan agros de subir, y en éstos estaba mucha gente de guerra para los defender. Y aquellos capitanes y yo y otros hidalgos que allí estaban tomamos nuestras rodelas y fuemos a pie hasta allá - porque los caballos los habían llevado a beber una legua de allí - no para más de ver la fuerza del peñol y por dónde se podría combatir. Y la gente, como nos vieron ir, aunque no les habíamos dicho cosa alguna siguiéronnos. Y como llegamos al pie del peñol, los que estaban en el padrastro dél creyeron que yo quería acometer por el medio, y desamparáronlos por socorrer a los suyos. Y como yo vi el desconcierto que habían fecho y que tomados aquellos dos padrastros se les podría hacer dellos mucho daño, sin hacer mucho bollicio mandé a un capitán que de presto subiese con su gente y tomase él un padrastro de aquéllos más agro que habían desamparado, y así fue luego fecho. Y yo con la otra gente comencé a subir el cerro arriba allí donde estaba la más fuerza de la gente, y plugo a Dios que les gané una vuelta dél y posímonos en una altura que casi igualaba con lo alto de donde ellos peleaban, lo cual parescía que era cosa imposible podelles ganar, a lo menos sin infinito peligro. Y ya un capitán había puesto su bandera en lo más alto del cerro y de allí comenzó a soltar escopetas y ballestas en los enemigos, y como vieron el daño que rescebían y considerando el porvenir, hicieron señal que se querían dar y pusieron las armas en el suelo. Y como mi motivo sea siempre dar a entender a esta gente que no les queremos hacer mal ni daño por más culpados que sean, especialmente queriendo ellos ser vasallos de Vuestra Majestad, y es gente de tanta capacidad que todo lo entienden y conoscen muy bien, mandé que no se les ficiese más daño. Y llegados a me hablar, los rescebí bien. Y como vieron cuán bien con ellos se había hecho, hiciéronlo saber a los del otro peñol, los cuales aunque habían quedado con vitoria determinaron de se dar por vasallos de Vuestra Majestad y viniéronme a pedir perdón por pasado. En esta población de cabe el peñol estuve dos días, y de allí invié a Tesuico los heridos. Y yo me partí y a las diez del día llegamos a Guastepeque, de que arriba he fecho mención, y en la casa de una huerta del señor de allí nos aposentamos todos, la cual huerta es la mayor y más fermosa y fresca que nunca se vio, porque tiene dos leguas de circuito y por medio della va una muy gentil ribera de agua, y de trecho a trecho, cantidad de dos tiros de ballesta, hay aposentamientos y jardines muy frescos e infinitos árboles de diversas frutas y muchas yerbas y flores olorosas, que cierto es cosa de admiración ver la gentileza y grandeza de toda esta huerta. Y aquel día reposamos en ella, donde los naturales nos hicieron el placer y servicio que pudieron. Y otro día nos partimos, y a las ocho horas del día llegamos a una buena población que se dice Yautepeque, en la cual estaban esperándonos mucha gente de guerra de los enemigos. Y como llegamos, paresció que quisieron hacernos alguna señal de paz o por el temor que tuvieron o por nos engañar, pero luego incontinente sin más acuerdo comenzaron a huir desamparando su pueblo. Y yo no curé de deternerme en él, y con los treinta de caballo dimos tras ellos bien dos leguas fasta los encerrar en otro pueblo que se dice Gilutepeque, donde alanceamos y matamos muchos. Y en este pueblo hallamos la gente muy descuidada porque llegamos primero que sus espías, y murieron algunos y tomáronse muchas mujeres y mochachos, y todos los demás huyeron. Y yo estuve dos días en este pueblo creyendo que el señor dél se viniera a dar por vasallo de Vuestra Majestad, y como nunca vino, cuando partí fice poner fuego al pueblo. Y antes que dél saliese vinieron ciertas personas del pueblo antes, que se dice Yactepeque, y rogáronme que les perdonase y que ellos se querían dar por vasallos de Vuestra Majestad. Yo los rescebí de buena voluntad porque en ellos se habían hecho ya buen castigo. Aquel día que me partí a las nueve del día llegué a vista de un pueblo muy fuerte que se llama Coadnabaced, y dentro dél había mucha gente de guerra y era tan fuerte el pueblo y cercado de tantos cerros y barrancas que algunas había de diez estados de hondura. Y no podía entrar ninguna gente de caballo salvo por dos partes y éstas entonces no las sabíamos, y aun para entrar por aquéllas habíamos de rodear más de legua y media. Y también se podía entrar por puentes de madera, pero teníanlas alzadas y estaban tan fuertes y tan a su salvo que aunque fuéramos diez veces más no nos tuvieran en nada. Y llegándonos hacia ellos, tirábannos a su placer muchas varas y flechas y piedras. Y estando así muy revueltos con nosotros, un indio de Tascaltecal pasó de tal manera que no le vieron por un paso muy peligroso, y como los enemigos le vieron ansí de súpito creyeron que los españoles les entraban por allí. Y así, ciegos y espantados, comienzan a ponerse en huida y el indio tras ellos. Y tres o cuatro criados míos y otros dos de una capitanía, como vieron pasar al indio, siguiéronle y pasaron de la otra parte, y yo con los de caballo comencé a guiar hacia la sierra para buscar entrada al pueblo. Y los indios nuestros enemigos no hacían sino tirarnos varas y flechas porque entre ellos y nosotros no había más de una barranca como cava, y como esta ban embebecidos en pelear con nosotros y éstos no habían visto los cinco españoles, llegan de improviso por las espaldas y comienzan a darles de cochilladas. Y como los tomaron de tan sobresalto y sin pensamiento que por las espaldas se les había de facer alguna ofensa, porque ellos no sabían que los suyos habían desamparado el paso por donde los españoles y el indio habían pasado, estaban espantados y no osaban pelear, y los españoles mataban en ellos. Y desque cayeron en la burla comenzaron a huir, y ya nuestra gente de pie estaba dentro en el pueblo y le comenzaban a quemar y los enemigos todos a le desamparar. Y así huyendo se acogieron a la sierra, aunque murieron muchos dellos y los de caballo siguieron y mataron muchos. Y después que hallamos por dónde entrar al pueblo, que sería mediodía, aposentámosnos en las casas de una huerta porque lo hallamos ya casi quemado todo. Y ya bien tarde, el señor dél y algunos otros prencipales, viendo que en cosa tan fuerte como su pueblo no se habían podido defender, temiendo que allá en la sierra los habíamos de ir a matar, acordaron de se venir a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad después de les haber quemado, y yo los rescebí por tales y prometiéronme de ahí adelante ser siempre nuestros amigos. Estos indios y los otros que venían a se dar por vasallos de Vuestra Majestad después de los haber quemado y destruido sus casas y haciendas nos dijeron que la causa por que venían tarde a nuestra amistad era porque pensaban que satisfacían sus culpas con consentir primero hacerles daño, creyendo que hecho, no terníamos después tanto enojo dellos. Aquella noche dormimos en aquel pueblo, y por la mañana seguimos nuestro camino por una tierra de pinares despoblada y sin ninguna agua, la cual y un puerto pasamos con grandísimo trabajo y sin beber, tanto que muchos de los indios que iban con nosotros perescieron de sed. Y a siete leguas de aquel pueblo en unas estancias paramos aquella noche. Y en amanesciendo tomamos nuestro camino y llegamos a vista de una gentil cibdad que se dice Suchimilco, que está edificada en la la guna dulce. Y como los naturales della estaban avisados de nuestra venida tenían hechas muchas albarradas y acequias, y alzadas las puentes de todas las entradas de la cibdad, la cual está de Timixtitán tres o cuatro leguas, y estaba dentro mucha y muy lucida gente y muy determinados de se defender o morir. Y llegados y recogida toda la gente y puesta en mucha orden y concierto, yo me apeé de mi caballo y seguí con ciertos peones hacia una albarrada que tenían hecha, y detrás estaba infinita gente de guerra. Y como comenzamos a combatir el albarrada y los ballesteros y escopeteros les hacían daño, desamparáronla, y los españoles se echaron al agua y pasaron adelante por donde hallaban tierra firme, y en media hora que peleamos con ellos les ganamos la prencipal parte de la cibdad. Y retraídos los contrarios, por las calles del agua y en sus canoas pelearon hasta la noche. Y unos movían paces y otros por eso no dejaban de pelear, y moviéronlas tantas veces sin ponerlas por obra hasta que caímos en la cuenta, porque ellos lo hacían para dos efetos: el uno, para alzar sus haciendas en tanto que nos detenían con la paz; el otro, por dilatar tiempo en tanto que les venía socorro de México y Temixtitán. Y este día nos mataron dos españoles porque se desmandaron de los otros a robar y viéronse con tanta nescesidad que nunca pudieron ser socorridos. Y en la tarde pensaron los enemigos cómo nos podrían atajar de manera que no pudiésemos salir de su cibdad con las vidas y juntos mucha copia dellos, determinaron de venir por la parte que nosotros habíamos entrado. Y como los vimos venir tan de súpito, espantámonos de ver su ardid y presteza, y seis de caballo y yo que estábamos más a punto que los otros arremetimos por medio dellos. Y ellos de temor de los caballos pusiéronse en huida, y ansí salimos de la cibdad tras ellos matando muchos, aunque nos vimos en harto aprieto, porque como eran tan valientes hombres, muchos dellos osaban esperar a los de caballo con sus espadas y rodelas. Y como andábamos revueltos con ellos y había muy grand pieza, el caballo en que yo iba se dejó caer de cansado. Y como algunos de los contrarios me vieron a pie revolvieron contra mí, y yo con la lanza empecéme a defender dellos. Y un indio de los de Tascaltecal, como me vio en necesidad llegóse a me ayudar, y él y un mozo mío que luego llegó levantamos el caballo. Y ya en esto llegaron los españoles y los enemigos desampararon todo el campo, y yo con los otros de caballo que entonces habían llegado, como estábamos muy cansados nos volvimos a la cibdad. Y aunque era ya casi noche y sazón de reposar mandé que todas las puentes alzadas por do iba el agua se cegasen con piedra y adobes que había allí porque los de caballo pudiesen entrar y salir sin estorbo ninguno en la cibdad, y no me partí de allí fasta que todos aquellos pasos malos quedaron muy bien adreszados. Y con mucho aviso y recaudo de velas pasamos aquella noche. Otro día, como todos los naturales de la provincia de México y Temixtitán sabían ya que estábamos en Suchimilco, acordaron de venir con grand poder por el agua y por la tierra a nos cercar, porque creían que no podíamos ya escapar de sus manos. Y yo me subí a una torre de sus ídolos para ver cómo venía la gente y por dónde nos podían acometer, para proveer en ello lo que nos conveniese, y ya que en todo había dado orden llega por el agua una muy grande flota de canoas, que creo que pasaban de dos mill, y en ellas venían más de doce mill hombres de guerra. Y por la tierra llega tanta multitud de gente que todos los campos cubrían, y los capitanes dellos que venían delante traían sus espadas de las nuestras en las manos, y apellidando sus provincias decían: ¡México, México! ¡Temixtitán, Temixtitán!", y decíannos muchas enjurias y amenazándonos que nos habían de matar con aquellas espadas que nos habian tomado la otra vez en la cibdad de Temixtitán. Y como ya había proveído adónde había de acudir cada capitán, y porque hacia la tierra firme había mucha copia de enemigos, salí a ellos con veinte de caballo y con quinientos indios de Tascaltecal y repartímonos en tres partes. Y mandéles que desque hobiesen rompido, que se recogiesen al pie de un cerro que estaba media legua de allí, porque también había allí mucha gente de los enemigos. Y como nos dividimos cada escuadrón siguió a los enemigos por su cabo, y después de desbaratados y alanceados y muertos muchos, recogímonos al pie del cerro. Y yo mandé a ciertos peones criados míos que me habían servido y eran bien sueltos que por lo más agro del cerro trabajasen de lo subir, y que yo con los de caballo rodearía por detrás, que era más llano, y los tomaríamos en medio. Y ansí fue, que como los enemigos vieron que los españoles les subian por el cerro, volvieron las espaldas, creyendo que huían a su salvo, y topan con nosotros, que seríamos quince de caballo. Y comenzamos a dar en ellos y los de Tascaltecal ansimesmo, por manera que en poco espacio murieron más de quinientos de los enemigos, y todos los otros se salvaron y fuyeron a las sierras. Y los otros seis de caballo acertaron a ir por un camino muy ancho y muy llano alanceando en los enemigos, y a media legua de Suchimilco dan sobre un escuadrón de gente muy lucida que venía en su socorro, y desbaratáronlos y alancearon algunos. Y ya que nos hobimos juntado todos los de caballo, que serían las diez del día, volvimos a Suchimilco. Y a la entrada hallé muchos españoles que deseaban mucho nuestra venida y saber lo que nos había acontecido, y contáronme cómo se habían visto en mucho aprieto y habían trabajado todo lo posible por echar fuera los enemigos, de los cuales habían muerto mucha cantidad, y diéronme dos espadas de las nuestras que les habían tomado y dijéronme cómo los ballesteros no tenían saetas ni almacén alguno. Y estando en esto, antes que nos apeásemos asomaron por una calzada muy ancha un grand escuadrón de los enemigos con muy grandes alaridos y de presto arremetimos a ellos, y como de la una parte y de la otra de la calzada era todo agua lanzáronse en ella, y así los desbaratamos. Y recogida la gente, volvimos a la cibdad bien cansados y mandéla quemar toda expceto aquello donde estábamos aposentados. Y así estuvimos en esta cibdad tres días que en ninguno dellos dejamos de pelear, y al cabo, dejándola toda quemada y asolada, nos partimos. Y cierto era mucho para ver, porque tenía muchas casas y torres de sus ídolos de cal y canto. Y por no me alargar dejo de particularizar otras cosas bien notables desta cibdad. El día que me partí me salí fuera a una plaza que está en la tierra firme junto a esta cibdad que es donde los naturales hacen sus mercados. Y estaba dando orden cómo diez de caballo fuesen en la delantera y otros diez en medio de la gente de pie y yo con otros diez en la rezaga, y los de Suchimilco, como vieron que nos encomenzábamos a ir, creyendo que de temor suyo era, llegan por nuestras espaldas con mucha grita. Y los diez de caballo y yo volvimos a ellos y seguímoslos hasta meterlos en el agua en tal manera que no curaron más de nosotros, y así nos volvimos nuestro camino. Y a las diez del día llegamos a la cibdad de Cuyoacan, que está de Suchimilco dos leguas, y de las cibdades de Temixtitán y Culuacan y Uchilubuzco e Yztapalapa y Cuytaguapa y Mizqueque, que todas están en el agua - la más lejos déstas está una legua y media - , y hallámosla despoblada. Y aposentámosnos en la casa del señor y aquí estuvimos el día que llegamos y otro. Y porque en siendo acabados los bergantines había de poner cerco a Temixtitán, quise primero ver la disposición desta cibdad y las entradas y salidas y por dónde los españoles podían ofender o ser ofendidos, y otro día que llegué tomé cinco de caballo y ducientos peones y fuime hasta la laguna, que estaba muy cerca, por una calzada que entra a la cibdad de Temixtitán. Y vimos tanto número de canoas por el agua y en ellas gente de guerra que era infinito, y llegamos a una albarrada que tenían fecha en la calzada y los peones comenzáronla a combatir. Y aunque fue muy recia y hobo mucho resistencia e hirieron diez españoles, al fin se la ganaron y mataron muchos de los enemigos, aunque los ballesteros y escopeteros quedaron sin pólvora y sin saetas. Y dende alli vimos cómo iba la calzada derecha por el agua hasta dar en Temixtitán bien legua y media, y ella y la otra que va a dar a Yztapalapa llenas de gente sin cuento. Y como yo hobe considerado bien lo que convenía verse, porque aquí en esta cibdad había de estar una guarnición de gente de pie y de caballo, hice recoger los nuestros, y así nos volvimos quemando las casas y torres de sus ídolos. Y otro día nos partimos desta cibdad a la de Tacuba, que está dos leguas, y llegamos a las nueve del día alanceando por unas partes y por otras porque los enemigos salían de la laguna por dar en los indios que nos traían el fardaje, y hallábanse burlados y ansí nos dejaban ir en paz. Y porque, como he dicho, mi intención prencipal había sido procurar de dar vuelta a todas las lagunas por calar y saber mejor la tierra y también por socorrer aquellos nuestros amigos, no curé de pararme en Tacuba. Y como los de Temixtitán - que está allí muy cerca, que casi se estiende la cibdad tanto que llega cerca de la tierra firme de Tacuba - como vieron que pasábamos adelante cobraron mucho esfuerzo, y con gran denuedo acometieron a dar en medio de nuestro fardaje. Y como los de caballo veníamos bien repartidos y todo por allí era llano aprovechábamosnos bien de los contrarios sin rescebir los nuestros ningúnd peligro, y como corríamos a unas partes y a otras y unos mancebos críados míos me siguían algunas veces, aquella vez dos déllos no lo hicieron y halláronse en parte donde los enemigos los llevaron, donde creemos que les darían muy cruel muerte como acostumbran, de que sabe Dios el sentimiento que hobe, ansí por ser cristianos como porque eran valientes hombres y le habían servido muy bien en esta guerra a Vuestra Majestad. Y salidos desta cibdad, comenzamos a seguir nuestro camino por entre otras poblaciones cerca de allí y alcanzamos a la gente. Y allí supe entonces cómo los indios habían llevado aquellos mancebos, y por vengar su muerte y porque los enemigos nos seguían con el mayor orgullo de mundo, yo con veinte de caballo me puse detrás de unas casas en celada. Y como los indios vían a los otros diez con toda la gente y fardaje ir adelante, no hacían sino seguillos por un camino adelante que era muy ancho y muy llano, no se temiendo de cosa ninguna. Y como vimos pasar ya algunos, yo apellidé en nombre del apóstol Santiago y dimos en ellos muy reciamente, y antes que se nos metiesen en las acequias que había cerca habíamos muerto dellos más de cient prencipales y muy lucidos, y no curaron de más nos seguir. Este día fuimos a dormir dos leguas adelante a la cibdad de Coatinchan bien cansados y mojados, porque había llovido mucho aquella tarde, y hallámosla despoblada. Y otro día comenzamos de caminar alanceando de cuando en cuando a algunos indios que nos salían a gritar, y fuemos a dormir a una población que se dice Gilotepeque, y hallámosla despoblada. Y otro día llegamos a las doce horas del día una cibdad que se dice Aculman, que es del señorío de la cibdad de Tesuico, a donde fuemos aquella noche a dormir. Y fuemos de los españoles bien rescebidos y se holgaron con nuestra venida como a la salvación, porque después que yo me había partido dellos no habían sabido de mí fasta aquel día que llegamos, y habían tenido muchos rebatos en la cibdad, y los naturales della les decían cada día que los de México y Temixtitán habían de venir sobre ellos en tanto que yo por allá andaba. Y así se concluyó con la ayuda de Dios esta jornada, y fue muy grand cosa y en que Vuestra Majestad rescibió mucho servicio por muchas causas que adelante se dirán. Al tiempo que yo, Muy Poderoso e Invitísimo Señor, estaba en la cibdad de Temixtitán, luego a la primera vez que a ella vine, proveí, como en la otra relación hice saber a Vuestra Majestad, que en dos o tres provincias aparejadas para ello se hiciesen para Vuestra Majestad ciertas casas de granjerías en que hobiese labranzas y otras cosas conforme a la calidad de aquellas provincias. Y a una dellas que se dice Chinanta invié para ello dos españoles. Y esta provincia no es subjeta a los naturales de Culúa, y en las otras que lo eran al tiempo que me daban guerra en la cibdad de Temixtitán mataron a los que estaban en aquellas granjerías y tomaron lo que en ellas había, que era cosa muy gruesa segúnd la manera de la tierra. Y destos españoles que estaban en Chinanta se pasó casi un año que no supe dellos, porque como todas aquellas provincias estaban rebeladas ni ellos podían saber de nosotros ni nosotros dellos. Y estos naturales de la provincia de Chinanta, como eran vasallos de Vuestra Majestad y enemigos de los de Culúa, dijeron a aquellos cristianos que en ninguna manera saliesen de su tierra, porque nos habían dado los de Culúa mucha guerra y creían que pocos o ningunos de nosotros había vivos, y así se estuvieron estos dos españoles en aquella tierra. Y el uno dellos, que era mancebo y hombre para guerra, hiciéronle su capitán, y en este tiempo salía con ellos a dar guerra a sus enemigos y las más veces él y los de Chinanta eran vencidores. Y como después plugo a Dios que nosotros volvimos a nos rehacer y haber alguna vitoria contra los enemigos que nos habían desbaratado y echado de Temixtitán, éstos de Chinanta dijeron a aquellos cristianos que habían sabido que en la provincia de Tepeaca había españoles, y que si querían saber la verdad, que ellos querían aventurar dos indios, aunque habían de pasar por mucha tierra de sus enemigos, pero que andarían de noche y fuera del camino hasta llegar a Tepeaca. Y con aquellos dos indios el uno de aquellos españoles, que era el más hombre de bien, escríbió una carta cuyo tenor es el siguiente: Nobles señores: Dos o tres cartas he escrípto a vuestras mercedes, y no sé si han aportado allá o no. Y pues de aquéllas no he habido respuesta, también pongo en duda habella désta. Hágoos, señores, saber cómo todos los naturales desta tierra de Culúa andan levantados y de guerra. Y muchas veces nos han acometido, pero siempre, loores a Nuestro Señor, hemos sido vencidores. Y con los de Tuxtepeque y su parcialidad de Culúa cada día tenemos guerra. Los que están en servicio de Sus Altezas y por sus vasallos son siete villas de los Tenez. Y yo y Nicolás siempre estamos en Chinanta, que es la cabecera. Mucho quisiera saber adónde está el capitán para le poder escrebir y hacer saber las cosas de acá. Y si por ventura me escribiéredes de dónde él está e inviáredes veinte o treinta españoles, irme ía con dos naturales prencipales de aquí que tienen deseo de ver y fablar al capitán. Y sería bien que viniesen, porque como es tiempo agora de coger el cacao, estórbanlo los de Culúa con las guerras. Nuestro Señor guarde las nobles personas de vuestras mercedes como desean. - De Chinantla, a no sé cuántos del mes de abríl de mill y quinientos y veinte y uno años. A servicio de vuestras mercedes. - Fernando de Barrientos. Y como los dos indios llegaron con esta carta a la dicha provincia de Tepeaca, el capitán que yo allí había dejado con ciertos españoles inviómela luego a Tesuico. Y rescebida, todos rescebimos muy grand placer, porque aunque siempre habíamos confiado en la amistad de los de Chinanta, teníamos pensamiento que si se confederaban con los de Culúa, que habrían muerto aquellos dos españoles. A los cuales yo luego escribí dándoles cuenta de lo pasado y que tuviesen esperanza, que aunque estaban cercados de todas partes de los enemigos, presto, placiendo a Dios, se verían libres y podrían salir y entrar seguros. Después de haber dado vuelta a las lagunas, en que tomamos muchos avisos para poner el cerco a Temixtitán por la tierra y por el agua, yo estuve en Tesuico fornesciéndome lo mejor que pude de gente y de armas y dando priesa en que se acabasen los bergantines y una zanja que se hacía para los llevar por ella fasta la laguna, la cual zanja se comenzó a facer luego que la ligazón y tablazón de los bergantines se trujeron en una acequia de agua que iba por cabe los aposentamientos fasta dar en la laguna. Y desde donde los bergantines se ligaron y la zanja se comenzó a hacer hay bien media legua fasta la laguna, y en esta obra anduvieron cincuenta días más de ocho mill personas cada día de los naturales de la provincia de Aculuacan y Tesuico, porque la zanja tenía más de dos estados de hondura y otros tantos de anchura e iba toda chapada y estacada , por manera que el agua que por ella iba la pusieron en el peso de la laguna, de forma que las fustas se podían llevar sin peligro y sin trabajo fasta el agua, que cierto que fue obra grandísima y mucho para ver. Y acabados los bergantines y puestos en esta zanja, a veinte y ocho de abril del dicho año fice alarde de toda la gente y hallé ochenta y seis de caballo, y ciento y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y setecientos y tantos peones de espadas y rodela, y tres tiros gruesos de hierro, y quince tiros pequeños de bronce y diez quintales de pólvora. Acabado de hacer el dicho alarde, yo encargué y encomendé mucho a todos los españoles que guardasen y cumpliesen las ordenanzas que yo había hecho para las cosas de la guerra en todo cuanto les fuese posible, y que se alegrasen y esforzasen mucho, pues que vían que Nuestro Señor nos encaminaba para haber vitoria de nuestros enemigos, porque bien sabían que cuando habíamos entrado en Tesuico no habíamos traído más de cuarenta de caballo, y que Dios nos había socorrido mejor que lo habíamos pensado y habían venido navíos con los caballos y gente y armas que habían visto; y que esto y prencipalmente ver que peleábamos en favor y augmento de nuestra fee y por reducir al servicio de Vuestra Majestad tantas tierras y provincias como se le habían rebelado les había de poner mucho ánimo y esfuerzo para vencer o morir. Y todos respondieron y mostraron tener para ello muy entera voluntad y deseo. Y aquel día del alarde pasamos con mucho placer y deseo de nos ver ya sobre el cerco y dar conclusión a esta guerra, de que dependía toda la paz o desasosiego destas partes. Otro día siguiente fice mensajeros a las provincias de Tascaltecal, Guaxocingo y Churultecal a les facer saber cómo los bergantines eran acabados y que yo y toda la gente estábamos apercebidos y de camino para ir a cercar la grand cibdad de Temixtitán; por tanto, que les rogaba, pues que ya por mí estaban avisados y tenían su gente apercebida, que con toda la más y bien armada [gente] que pudiesen, se partiesen y se viniesen allí a Tesuico donde yo les esperaría diez días, y que en ninguna manera excediesen desto, porque sería grande desvío para lo que estaba concertado. Y como llegaron los mensajeros y los naturales de aquellas provincias estaban apercebidos y con mucho deseo de se ver con los de Culúa, los de Guaxocingo y Chorultecal se vinieron a Calco porque yo se lo había ansí mandado, porque junto por allí había de entrar a poner el cerco. Y los capitanes de Tascaltecal con toda su gente muy lucida y bien armada llegaron a Tesuico cinco o seis días antes de Pascua de Espíritu Santo, que fue el tiempo que yo les asigné. Y como aquel día supe que venían cerca, salílos a rescebir con mucho placer. Y ellos venían tan alegres y bien ordenados que no podía ser mejor, y segúnd la cuenta que los capitanes nos dieron pasaban de cincuenta mill hombres de guerra, los cuales fueron por nosotros muy bien rescebidos y aposentados. El segundo día de Pascua mandé salir a toda la gente de pie y de caballo a la plaza desta cibdad de Tesuico para la ordenar y dar a los capitanes la que habían de llevar para tres guarniciones de gente que se habían de poner en tres cibdades que están en torno de Temixtitán. Y de la una guarnición hice capitán a Pedro de Alvarado, y dile treinta de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y cincuenta peones de espada y rodela y más de veinte y cinco mill hombres de guerra de los de Tascaltecal. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Tacuba. De la otra guarnición fice capitán a Cristóbal de Olid, al cual di treinta y tres de caballo, y diez y ocho ballesteros y escopeteros, y ciento y sesenta peones de espada y rodela y más de veinte mill hombres de guerra de nuestros amigos. Y éstos habían de asentar su real en la cibdad de Cuyoacan. De la otra tercera guarnición fice capitán a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y díle veinte y cuatro de caballo, y cuatro escopeteros, y trece ballesteros y ciento y cincuenta peones de espada y rodela - los cincuenta dellos mancebos escogidos que yo traía en mi compañía - y toda la gente de Guaxocingo y Chururtecal y Calco, que había más de treinta mill hombres. Y éstos habían de ir por la cibdad de Yztapalapa a destruirla y pasar adelante por una calzada de la laguna con favor y espaldas de los bergantines, y juntarse con la guarnición de Cuyoacan, para que después que yo entrase con los bergantines por la laguna el dicho alguacil mayor asentase su real donde le paresciese que más convenía. Para los trece bergantines con que yo había de entrar por la laguna dejé trecientos hombres, todos los más gente de la mar y bien diestra, de manera que en cada bergantín iban veinte y cinco españoles y cada fusta llevaba su capitán y veedor y seis ballesteros y [seis] escopeteros. Dada la orden susodicha, los dos capitanes que habían de estar con la gente en las cibdades de Tacuba y Cuyoacan, después de haber rescebido las instruciones de lo que habían de hacer, se partieron de Tesuico a diez días de mayo, y fueron a dormir dos leguas y media de allí a una población buena que se dice Aculman. Y aquel día supe cómo entre los capitanes había habido cierta diferencia sobre el aposentamiento, y proveí luego esa noche para lo remediar y poner en paz y yo invié una persona para ello que los reprehendió y apaciguó. Y otro día de mañana se partieron de allí y fueron a dormir a otra población que se dice Gilotepeque, la cual hallaron despoblada porque era ya tierra de los enemigos. Y otro día siguiente siguieron su camino en su ordenanza y fueron a dormir a una cibdad que se dice Guatitlan de que antes desto he fecho relación a Vuestra Majestad, la cual ansimesmo hallaron despoblada. Y aquel día pasaron por otras dos cibdades y poblaciones que tampoco hallaron gente en ellas. Y a hora de vísperas entraron en Tacuba, que también estaba despoblada, y aposentáronse en las casas del señor de allí, que son muy hermosas y grandes. Y aunque era ya tarde, los naturales de Tascaltecal dieron una vista por la entrada de dos calzadas de la cibdad de Temixtitán y pelearon dos o tres horas valientemente con los de la cibdad. Y como la noche los despartió, volviéronse sin ningúnd peligro a Tacuba. Otro día de mañana los dos capitanes acordaron, como yo les había mandado, de ir a quitar el agua dulce que por caños entraba a la cibdad de Temextitán. Y el uno dellos con veinte de caballo y ciertos ballesteros y escopeteros fue al nascimiento de la fuente, que estaba un cuarto de legua de allí, y cortó y quebró los caños, que eran de madera y de cal y canto. Y peleó reciamente con los de la cibdad que se lo defendían por la mar y por la tierra, y al fin los desbarató y dio conclusión a lo que iba, que era quitarles el agua dulce que entraba a la cibdad, que fue muy grande ardid. Este mismo día los capitanes ficieron adreszar algunos malos pasos y puentes y acequias que estaban por allí alderredor de la laguna porque los de caballo pudiesen libremente correr por una parte y por otra. Y hecho esto, en que se tardaría tres o cuatro días en los cuales se hobieron muchos recuentros con los de la cibdad en que fueron heridos algunos españoles y muertos hartos de los enemigos y les ganaron muchas albarradas y puentes y hobo hablas y desafíos entre los de la cibdad y los naturales de Tascaltecal que eran cosas bien notables y para ver, el capitán Cristóbal de Olid con la gente que había de estar en guarnición en la cibdad de Cuyoacan, que está dos leguas de Tacuba, se partió. Y el capitán Pedro de Alvarado se quedó en guarnición con su gente en Tacuba, donde cada día tenía escaramuzas y peleas con los in dios. Y aquel día que Cristóbal de Olid se partió para Cuyoacan él y la gente llegaron a las diez del día y aposentáronse en las casas del señor de allí y hallaron despoblada la cibdad. Y otro día de mañana fueron a dar una vista a la calzada que entra en Temixtitán con hasta veinte de caballo y algunos ballesteros y con seis o siete mill indios de Tascaltecal, y hallaron muy apercebidos los contrarios y rota la calzada y hechas muchas albarradas, y pelearon con ellos y los ballesteros hirieron y mataron algunos. Y esto continuaron seis o siete días que en cada uno dellos hobo muchos recuentros y escaramuzas. Y una noche a media noche llegaron ciertas velas de los de la cibdad a gritar cerca del real y las velas de los españoles apellidaron alarma, y salió la gente y no hallaron ninguno de los enemigos porque dende muy lejos del real habían dado la grita, la cual les había puesto algúnd temor. Y como la gente de los nuestros estaba dividida en tantas partes, los de las dos guarniciones deseaban mi llegada con los bergantines como la salvación, y con esta esperanza estuvieron aquellos pocos días hasta que yo llegué, como adelante diré. Y en estos seis días los del un real y del otro se juntaban cada día y los de caballo corrían la tierra como estaban cerca los unos de los otros, y siempre alanceaban muchos de los enemigos y de la sierra cogían mucho maíz para sus reales, que es el pan y mantenimiento destas partes y hace mucha ventaja a lo de las Islas. En los capítulos precedentes dije cómo yo me quedaba en Tesuico con trecientos hombres y los trece bergantines porque, en sabiendo que las guarniciones estaban en los lugares donde habían de asentar sus reales, yo me embarcase y diese una vista a la cibdad e ficiese algun daño en las canoas. Y aunque yo deseaba mucho irme por la tierra por dar orden en los reales, como los capitanes eran personas de quien se podía muy bien fiar lo que tenían entre manos y lo de los bergantines importaba mucha importancia y se requería grand concierto y cuidado, determiné de me meter en ellos porque la más aventura y ries go era la que se esperaba por el agua, y aunque por las personas prencipales de mi compañía me fue requerido en forma que me fuese con las guarniciones, porque ellos pensaban que ellas llevaban lo más peligroso. Y otro día después de la fiesta de Corpus Christi, viernes, al cuarto del alba fice salir de Tesuico a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con su gente y que se fuese derecho a la cibdad de Yztapalapa, que estaba de allí seis leguas pequeñas. Y a poco más de mediodía llegaron a ella y comenzaron a quemarla y a pelear con la gente della, y como vieron el grand poder que el alguacil mayor llevaba, porque iban con él más de treinta y cinco o cuarenta mill hombres nuestros amigos, acogéronse al agua en sus canoas. Y el alguacil mayor con toda la gente que llevaba se aposentó en aquella cibdad y estuvo en ella aquel día esperando lo que yo le había de mandar y me suscedía. Como hobe despachado al alguacil mayor luego me metí en los bergantines y nos hecimos a la vela y al remo, y al tiempo que el alguacil mayor combatía y quemaba la cibdad de Yztapalapa llegamos a vista de un cerro grande y fuerte que está cerca de la dicha cibdad y todo en el agua. Conoscieron que yo entraba ya por la laguna, y el dicho cerro estaba muy fuerte y había mucha gente en él ansí de los pueblos de alderredor del agua como de Temixtitán, porque ya ellos sabían que el primer recuentro había de ser con los de Yztapalapa y estaban allí para defensa suya y para nos ofender si pudiesen. Y como vieron llegar la flota comenzaron a apellidar y a hacer grandes ahumadas, porque todas las cibdades de las lagunas lo supiesen y estuviesen apercebidas. Y aunque mi motivo era ir a combatir la parte de la cibdad de Yztapalapa que está en el agua, revolvimos sobre aquel cerro y peñol y salté en él con ciento y cincuenta hombres, y aunque era muy agro y alto con mucha dificultad le comenzamos a subir y por fuerza les ganamos las albarradas que en lo alto tenían hechas para su defensa, y entrá moslos de tal manera que ninguno dellos se escapó expceto las mujeres y niños. Y en este combate me hirieron veinte y cinco españoles, pero fue muy hermosa vitoria. Como los de Yztapalapa habían hecho ahumadas desde unas torres de ídolos que estaban en un cerro muy alto junto a su cibdad, los de Temixtitán y de las otras cibdades que están en el agua conoscieron que yo entraba ya por la laguna con los bergantines, y de improviso juntóse tan grand flota de canoas para nos venir acometer y a tentar qué cosa eran los bergantines, y a lo que pudimos juzgar pasaban de quinientas canoas. Y como yo vi que traían su derrota derecha a nosotros, yo y la gente que habíamos saltado en aquel cerro grande nos embarcamos a mucha priesa y mandé a los capitanes de los bergantines que en ninguna manera se moviesen, porque los de las canoas se determinasen a nos acometer y creyesen que nosotros de temor no osábamos salir a ellos. Y así comenzaron con mucho ímpetu de caminar su flota hacia nosotros, pero a obra de dos tiros de ballesta reparáronse y estuvieron quedos. Y como yo deseaba mucho que el primer recuentro que con ellos hobiésemos fuese de mucha vitoria y se hiciese de manera que ellos cobrasen mucho temor de los bergantines, porque la llave de toda la guerra estaba en ellos y donde ellos podían rescebir más daño y aun nosotros también era por el agua, plugo a Nuestro Señor que, estándonos mirando los unos a los otros, vino un viento de la tierra muy favorable para embestir con ellos, y luego mandé a los capitanes que rompiesen por la flota de las canoas y siguiesen tras ellos fasta los encerrar en la cibdad de Temixtitán. Y como el viento era muy bueno, aunque ellos huían cuanto podían, embestimos por medio dellos y quebramos infinitas canoas y matamos y ahogamos muchos de los enemigos, que era la cosa del mundo más para ver. Y en este alcance los seguimos bien tres leguas grandes fasta los encerrar en las casas de la cibdad, y así plugo a Nuestro Señor de nos dar mayor y mejor victoria que nosotros habíamos pedido y deseado. Los de la guarnición de Cuyoacan, que podían mejor que los de la cibdad de Tacuba ver cómo veníamos con los bergantines, como vieron todas las trece velas por el agua y que traíamos tan buen tiempo y que desbaratábamos todas las canoas de los enemigos, segúnd después me certificaron, fue la cosa del mundo de que más placer hobieron y que más ellos deseaban. Porque, como he dicho, ellos y los de Tacuba tenían muy grand deseo de mi venida y con mucha razón, porque estaba la una guarnición y la otra entre tanta multitud de enemigos que milagrosamente los animaba nuestro Señor y enflaquecía los ánimos de los enemigos para que no se determinasen a los salir acometer a su real, lo cual si fuera, no pudiera ser menos de rescebir los españoles mucho daño, aunque siempre estaban muy apercebidos y determinados de morir o ser vencedores como aquéllos que se hallan apartados de toda manera de socorro salvo de aquél que de Dios esperaban. Así como los de las guarniciones de Cuyoacan nos vieron seguir, las canoas tomaron su camino y los más de caballo y de pie que allí estaban para la cibdad de Temixtitán, y pelearon muy reciamente con los indios que estaban en la calzada y les ganaron las albarradas que tenían hechas y les tomaron y pasaron a pie y a caballo muchas puentes que tenían quitadas. Y con el favor de los bergantines que iban cerca de la calzada los indios de Tascaltecal nuestros amigos y los españoles seguían a los enemigos, y dellos mataban y dellos se echaron al agua de la otra parte de la calzada por do no iban los bergantines. Así fueron con esta vitoria más de una grand legua por la calzada hasta llegar donde yo había parado con los bergantines, como abajo haré relación. Como los bergantines fuimos bien tres leguas dando caza a las canoas, las que se nos escaparon allegáronse entre las casas de la cibdad, y como era ya después de vísperas mandé recoger los bergantines y llegamos con ellos a la calzada. Y allí determiné de saltar en tierra con treinta hombres por les ganar unas dos torres de sus ídolos pequeñas que estaban cercadas con su cerca baja de cal y canto. Y como saltamos allí pelearon con nosotros muy reciamente por nos las defender, y al fin con harto peligro y trabajo ganámoselas. Y luego hice sacar en tierra tres tiros de hierro gruesos que yo traía, y porque lo que restaba de la calzada desde allí a la cibdad, que era media legua, estaba todo lleno de los enemigos y de la una parte y de la otra de la calzada que era agua todo lleno de canoas con gente de guerra, fice asentar el un tiro de aquéllos y tiró por la calzada adelante y fizo mucho daño en los enemigos, y por descuido del artillero en aquel mismo punto que tiró se nos quemó la pólvora que allí teníamos, aunque era poca. Y luego esa noche proveí un bergantin que fuese a Yztapalapa adonde estaba el alguacil mayor, que sería dos leguas de allí, y que trujese toda la pólvora que había. Y aunque al principio mi intención era luego que entrase con los bergantines irme a Cuyoacan y dejar proveído cómo anduviesen a mucho recaudo haciendo todo el más daño que pudiesen, como aquel día salté allí en la calzada y les gané aquellas dos torres, determiné de asentar allí real y que los bergantines se estuviesen allí junto a las torres, y que la mitad de la gente de la guarnición de Cuyoacan y otros cincuenta peones de los del alguacil mayor se viniesen allí otro día. Y proveído esto, aquella noche estuvimos a mucho recaudo porque estábamos en grand peligro y toda la gente de la cibdad acudía allí por la calzada y por el agua. Y a media noche llega mucha multitud de gente en canoas y por la calzada a dar sobre nuestro real, y cierto nos pusieron en grand temor y rebato, en especial porque era de noche y nunca ellos a tal tiempo suelen acometer ni se ha visto que de noche hayan peleado, salvo con mucha sobra de vitoria. Y como nosotros estábamos muy apercebidos comenzamos a pelear con ellos, y dende los bergantines, porque cada uno traía un tiro pequeño de campo, comenzaron a soltarlos y los ballesteros y escopeteros a hacer lo mismo, y desta manera no osaron llegar más adelante ni llegaron tanto que nos hiciesen ningúnd daño, y así nos dejaron lo que quedó de la noche sin nos acometer más. Otro día en amaneciendo llegaron al real de la calzada donde yo estaba quince ballesteros y escopeteros y cincuenta hombres de espada y rodela y siete u ocho de caballo de la guarnición de Cuyoacan. Y ya cuando ellos llegaron los de la cibdad en canoas y por la calzada peleaban con nosotros, y era tanta la multitud que por el agua y por la tierra no víamos sino gente, y daban tantas gritas y alaridos que parescía que se hundía el mundo. Y nosotros comenzamos a pelear con ellos por la calzada adelante y ganámosles una puente que tenían quitada y una albarrada que tenían hecha a la entrada, y con los tiros y con los de caballo hecimos tanto daño en ellos que casi los encerramos hasta las primeras casas de la cibdad. Y porque de la otra parte de la calzada como los bergantines no podían pasar andaban muchas canoas y nos facían daño con flechas y varas que nos tiraban a la calzada, hice romper un pedazo della junto a nuestro real e hice pasar de la otra parte cuatro bergantines, los cuales como pasaron, encerraron las canoas todas entre las casas de la cibdad en tal manera que no osaban por ninguna vía salir a lo largo. Y por la otra parte de la calzada los otros ocho bergantines peleaban con las canoas, y las encerraron entre las casas y entraron por entre ellas aunque hasta entonces no lo habían osado hacer porque había muchos bajos y estacas que les estorbaban. Y como hallaron canales por donde entrar seguros, peleaban con los de las canoas, y tomaron algunas dellas y quemaron muchas casas del arrabal. Y aquel día todo despendimos en pelear de la manera ya dicha. Otro día siguiente el alguacil mayor con la gente que tenía en Yztapalapa, así españoles como nuestros amigos, se partió para Cuyoacan. Y dende allí para tierra firme viene una calzada que tura obra de legua y media, y como el alguacil mayor comenzó a caminar, a obra de un cuarto de legua llegó a una cibdad pequeña que tambien está en el agua y por muchas partes della se puede andar a caballo. Y los naturales de allí comenzaron a pelear con él, y él los desbarató y mató muchos y les destruyó y quemó toda la cibdad. Y porque yo había sabido que los indios habían rompido mucho de la calzada y la gente no podía pasar bien, inviéles dos bergantines para que les ayudasen a pasar, de los cuales hicieron puente por donde los peones pasaron, y desque hobieron pasado se fueron a aposentar a Cuyoacan. Y el alguacil mayor con diez de caballo tomó el camino de la calzada donde teníamos nuestro real, y cuando llegó hallónos peleando, y él y los que venían con él se apearon y comenzaron a pelear con los de la calzada con quien nosotros andábamos revueltos. Y como el dicho alguacil mayor comenzó a pelear los contrarios le atravesaron un pie con una vara, y aunque a él y a otros algunos nos hirieron aquel día, con los tiros gruesos y con las ballestas y escopetas hecimos mucho daño en ellos, en tal manera que ni los de las canoas ni los de la calzada no osaban llegarse tanto a nosotros y mostraban más temor y menos orgullo que solían. Y desta manera estuvimos seis días en que cada día teníamos combate con ellos y los bergantines iban quemando alderredor de la cibdad todas las casas que podían. Y descubrieron canal por donde podían entrar alderredor y por los arrabales de la cibdad y llegar a lo grueso della, que fue cosa muy provechosa e hizo cesar la venida de las canoas, que ya no osaba asomar ninguna con un cuarto de legua a nuestro real. Otro día Pedro de Alvarado, que estaba por capitán de la gente que estaba en guarnición en Tacuba, me hizo saber cómo por la otra parte de la cibdad, por una calzada que va a unas poblaciones de la tierra firme y por otra pequeña que estaba junto a ella, los de Temixtitán entraban y salían cuando querían, y que creía que viéndose en aprieto, se habían de salir todos por allí. Aunque yo deseaba más su salida que no ellos, porque muy mejor nos pudiéramos aprovechar dellos en la tierra firme que no en la fortaleza grande que tenían en el agua, pero porque estuviesen todos cercados y no se pudiesen aprovechar en cosa ninguna de la tierra firme, aunque el alguacil mayor estaba herido le mandé que fuese a asentar su real a un pueblo pequeño a do iba a salir la una de aquellas dos calzadas, el cual se partió con veinte y tres de caballo y cient peones y diez y ocho ballesteros y escopeteros y me dejó otros cincuenta peones de los que yo traía en mi compañía. Y en llegando, que fue otro día, asentó su real adonde yo le mandé, y dende allí en delante la cibdad de Temixtitán quedó cercada por todas las partes que por calzadas podían salir a la tierra firme. Yo tenía, Muy Poderoso Señor, en el real de la calzada ducientos peones españoles en que había veinte y cinco ballesteros y escopeteros, éstos sin la gente de los bergantines, que eran más de ducientos y cincuenta. Y como teníamos algo encerrados a los enemigos y teníamos mucha gente de guerra de nuestros amigos, determiné de entrar por la calzada a la cibdad todo lo más que pudiese y que los bergantines al fin de la una parte y de la otra se estuviesen para hacrnos espaldas. Y mandé que algunos de caballo y peones de los que estaban en Cuyoacan se viniesen al real para que entrasen con nosotros, y que diez de caballo se quedasen a la entrada de la calzada haciendo espaldas a nosotros y a algunos que quedaban en Cuyoacan, porque los naturales de las cibdades de Suchimilco y Culuacan e Yztapalapa y Chilobusco y Mixicalcingo y Cuitaguacad y Mizque, que están en el agua, estaban rebellados y eran en favor de los de la cibdad. Y queriendo éstos tomarnos las espaldas, estábamos seguros con los diez o doce de caballo que yo mandaba andar por la calzada y otros tantos que siempre estaban en Cuyoacan y más de diez mill indios nuestros amigos. Ansimesmo mandé al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado que por sus estancias acometiesen aquel día a los de la cibdad, porque yo quería por mi parte ganalles todo lo que más pudiese. Y ansí salí por la mañana del real y seguimos a pie por la calzada adelante y luego hallamos los enemigos en defensa de una quebradura que tenían hecha en ella tan ancha como una lanza y otro tanto de hondura, y en ella tenían hecha una albarrada. Y peleamos con ellos y ellos con nosotros muy valientemente y al fin se la ganamos, y seguimos por la calzada adelante hasta llegar a la entrada de la cibdad donde estaba una torre de sus ídolos y al pie della una puente muy grande alzada y por ella atravesaba una calle de agua muy ancha con otra muy fuerte albarrada. Y como llegamos comenzaron a pelear con nosotros, pero como los bergantines estaban de la una parte y de la otra ganámosela sin peligro, lo cual fuera imposible sin ayuda dellos. Y como comenzaron a desamparar el albarrada, los de los bergantines saltaron en tierra y nosotros pasamos el agua y también los de Tascaltecal y Guaxocingo y Calco y Tesuico, que eran más de ochenta mill hombres. Y entretanto que cegábamos con piedra y adobes aquella puente los españoles ganaron otra albarrada que estaba en la calle que es la prencipal y más ancha de toda la cibdad, y como aquélla no tenía agua fue muy facil de ganar. Y siguieron el alcance tras los enemigos por la calle adelante hasta llegar a otra puente que tenían alzada salvo una viga ancha por donde pasaban, y puestos por ella y por el agua en salvo, quitáronla de presto. Y de la otra parte de la puente tenían hecha otra grande albarrada de barro y adobes, y como llegamos a ella y no podimos pasar sin echarnos al agua y esto era muy peligroso los enemigos peleaban muy valientemente, y de la una parte y de la otra de la calle había infinitos dellos peleando con mucho corazón desde las azoteas. Y como se llegaron copias de ballesteros y esco peteros y tirábamos con dos tiros por la calle adelante hacíamosles mucho daño, y como lo conoscimos ciertos españoles se lanzaron al agua y pasaron de la otra parte, y turó en ganarse más de dos horas. Y como los enemigos los vieron pasar, desampararon el albarrada y las azoteas y pónense en huida por la calle adelante, y así pasó toda la gente. Y yo hice luego comenzar a cegar aquella puente y desfacer el albarrada, y entretanto los españoles y los indios nuestros amigos siguieron el alcance por la calle adelante bien dos tiros de ballesta hasta otra puente que está junto a la plaza de los prencipales aposentamientos de la cibdad. Y esta puente no la tenían quitada ni tenían hecha albarrada en ella porque ellos no pensaron que aquel día se les ganara ninguna cosa de lo que se les ganó ni aun nosotros pensamos que fuera la mitad. Y a la entrada de la plaza asestóse un tiro y con él rescebían mucho daño los enemigos, que eran tantos que no cabían en ella. Y los españoles como vieron que allí no había agua, de donde se suele rescebir peligro, determinaron de les entrar la plaza, y como los de la cibdad vieron su determinación puesta en obra y vieron mucha multitud de nuestros amigos y aunque dellos sin nosotros no tenían ningúnd temor, vuelven las espaldas, y los españoles y nuestros amigos dan en pos dellos hasta los encerrar en el circuito de sus ídolos, el cual es cercado de cal y canto. Y como en la otra relación se habrá visto, tiene tan grand circuito como una villa de cuatrocientos vecinos. Y este fue luego desamparado dellos, y los españoles y nuestros amigos se lo ganaron y estuvieron en él y en las torres un buen rato. Y como los de la cibdad vieron que no había gente de caballo, volvieron sobre los españoles y por fuerza los echaron de las torres y del patio y circuito, en que se vieron en muy grande aprieto y peligro. Y como iban más que retrayéndose, hicieron rostro debajo de los portales del patio, y como los aquejaban tan reciamente, los desampararon y se retrujeron a la plaza y de allí los echaron por fuerza hasta los meter por la calle adelante, en tal manera que el tiro que allí estaba lo desampararon. Y los españoles como no podían sufrir la fuerza de los enemigos se retrajeron con mucho peligro, el cual de hecho rescebieran, sino que plugo a Dios que en aquel punto llegaron tres de caballo y entran por la plaza adelante, y como los enemigos los vieron creyeron que eran más y comienzan a huir, y mataron algunos dellos y ganáronles el patio y circuito que arriba dije. Y en la torre más prencipal y alta dél, que tiene ciento y tantas gradas hasta llegar a lo alto, ficiéronse fuertes allí diez o doce indios prencipales de los de la cibdad, y cuatro o cinco españoles subiérongela por fuerza, y aunque ellos se defendían bien gela ganaron y los mataron a todos. Y después vinieron otros cinco o seis de caballo, y ellos y los otros echaron una celada en que mataron más de treinta de los enemigos. Y como ya era tarde yo mandé recoger la gente y que se retrujesen, y al retraer cargaba tanta multitud de los enemigos que si no fuera por los de caballo fuera imposible no rescebir mucho daño los españoles, pero como todos aquellos malos pasos de la calle y calzada donde se esperaba el peligro al tiempo del retraer yo los tenía muy bien adreszados y adobados y los de caballo podían por ellos muy bien entrar y salir; y como los enemigos venían dando en nuestra retroguarda los de caballo revolvían sobre ellos, que siempre alanceaban o mataban algunos; y como la calle era muy larga, hobo lugar de facerse esto cuatro o cinco veces. Y aunque los enemigos vían que rescebían daño venían los perros tan rabiosos que en ninguna manera los podíamos detener ni que nos dejasen de seguir, y todo el día se gastara en esto, sino que ya ellos tenían tomadas muchas azoteas que salen a la calle y los de caballo rescebían a esta causa mucho peligro, y ansí nos fuemos por la calzada adelante a nuestro real sin peligrar ningúnd español, aunque hobo algunos heridos. Y dejamos puesto fuego a las más y mejores casas de aquella calle, porque cuando otra vez entrásemos dende las azoteas no nos hiciesen daño. Este mismo día el alguacil mayor y Pedro de Alvarado pelearon cada uno por su estancia muy reciamente con los de la cibdad, y al tiempo del combate estaríamos los unos de los otros a legua y media y a una legua, porque se estiende tanto la población de la cibdad que aun diminuyo la distancia que hay. Y nuestros amigos que estaban con ellos, que eran infinitos, pelearon muy bien y se retrujeron aquel día sin rescebir ningúnd daño. En este comedio don Hernando, señor de la cibdad de Tesuico y provincia de Aculuacan de que arríba he hecho relación a Vuestra Majestad, procuraba de traer a todos los naturales de su provincia y cibdad, especialmente los prencipales, a nuestra amistad, porque aún no estaban tan confirmados en ella como después lo estuvieron. Y cada día venían al dicho don Fernando muchos señores y hermanos suyos con determinación de ser en nuestro favor y pelear con los de Mésico y Temixtitán. Y como don Hernando era mochacho y tenía mucho amor a los españoles y conoscía la merced que en nombre de Vuestra Majestad se le había hecho en darle tan grande señorío, habiendo otros que le precedían en el derecho dél, trabajaba cuanto le era posible cómo todos sus vasallos viniesen a pelear con los de la cibdad y ponerse en los peligros y trabajos que nosotros. Y habló con sus hermanos, que eran seis o siete, todos mancebos bien dispuestos, y díjoles que les rogaba que con toda la gente de su señorío viniesen a me ayudar. Y a uno dellos, que se llama Ystrisuchil, que es de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, muy esforzado, amado y temido de todos, invióle por capitán. Y llegó al real de la calzada con más de treinta mill hombres de guerra muy bien adrezados a su manera, y a los otros dos reales irían otros veinte mill. Y yo los rescebí alegremente agradeciéndoles su voluntad y obra. Bien podrá Vuestra Cesárea Majestad considerar si era buen socorro y buena amistad la de don Fernando y lo que sinterían los de Temixtitán en ver venir contra ellos a los que ellos tenían por vasallos y por amigos y parientes y hermanos y aun padres e hijos. Dende a dos días el combate de la cibdad se dio, como arriba he dicho. Y venida ya esta gente en nuestro socorro, los naturales de la cibdad de Suchimilco, que está en el agua, y ciertos pueblos de utumíes, que es gente serrana y de más copia que los de Suchimilco y eran esclavos del señor de Timistitán, se vinieron a ofrescer y dar por vasallos de Vuestra Majestad rogándome que les perdonase la tardanza. Y yo los rescebí muy bien y folgué mucho con su venida, porque si algúnd daño podían rescebir los de Cuyoacan era de aquéllos. Como por el real de la calzada donde yo estaba habíamos quemado con los bergantines muchas casas de los arrabales de la cibdad y no osaba asomar canoa ninguna por todo aquello, parescióme que para nuestra seguridad bastaba tener en torno de nuestro real siete bergantines, y por eso acordé de inviar al real del alguacil mayor y al de Pedro de Alvarado cada tres bergantines. Y encomendé mucho a los capitanes dellos que porque por la parte de aquellos dos reales los de la cibdad se aprovechaban mucho de la tierra en sus canoas y metían agua y frutas y maíz y otras vituallas, que corriesen de noche y de día los unos y los otros del un real al otro, y que demás desto aprovecharían mucho para hacer espaldas a la gente de los reales todas las veces que quisiesen entrar a combatir la cibdad. Y así se fueron estos seis bergantines a los otros reales, que fue cosa nescesaria y provechosa, porque cada día y cada noche hacían con ellos saltos maravillosos y tomaban muchas canoas y gente de los enemigos. Proveído esto y venida en nuestro socorro y de paz la gente de que arriba he fecho mención, habléles a todos y díjeles cómo yo determinaba de entrar a combatir la cibdad dende a dos días, por tanto, que todos viniesen para entonces muy a punto de guerra y que en aquello conoscería si eran nuestros amigos, y ellos prometieron de lo complir ansí. Y otro día fice adreszar y apercebir la gente y escribí a los reales y bergantines lo que tenía acordado y lo que habían de hacer. Otro día por la mañana, después de haber oído misa e informados los capitanes de lo que habían de facer, yo salí de nuestro real con quince o veinte de caballo y trecientos españoles y con todos nuestros amigos, que era infinita gente. Y yendo por la calzada adelante, a tres tiros de ballesta de real estaban ya los enemigos esperándonos con muchos alaridos, y como en los tres días antes no se les había dado combate habían desfecho cuanto habíamos cegado del agua, y teníanlo muy más fuerte y peligroso de ganar que de antes. Y los bergantines llegaron por la una parte y por la otra de la calzada, y como con ellos se podían llegar muy cerca de los enemigos con los tiros y escopetas y ballestas hacíanles mucho daño, y conosciéndolo, saltan en tierra y ganan el albarrada y puente. Y comenzamos a pasar de la otra parte y dar en pos de los enemigos, los cuales luego se fortalecían en las otras puentes y albarradas que tenían hechas, las cuales aunque con más trabajo y peligro que la otra vez les ganamos, y les echamos de toda la calle y de la plaza de los aposentamientos grandes de la cibdad. Y de allí mandé que no pasasen los españoles, porque yo con la gente de nuestros amigos andaba cegando con piedra y adobes toda el agua, que era tanto de hacer que aunque para ello ayudaban más de diez mill indios, cuando se acabó de adreszar era ya hora de vísperas. Y en todo este tiempo siempre los españoles y nuestros amigos andaban peleando y escaramuzando con los de la cibdad y echándoles celadas en que murieron muchos dellos. Y yo con los de caballo anduve un rato por la cibdad y alanceábamos por las calles do no había agua los que alcanzábamos, de manera que los teníamos retraídos y no osaban llegar a lo firme. Viendo que éstos de la cibdad estaban rebeldes y mostraban tanta determinación de morir o defenderse, colegí dello dos cosas: la una, que habíamos de haber poca o ninguna de la riqueza que nos habían tomado; y la otra, que daban ocasión y nos forzaban a que totalmente los destruyésemos. Y desta postrera tenía más sentimiento y me pesaba en el alma, y pensaba qué forma ternía para los atemorizar de manera que viniesen en conoscimiento de su yerro y del daño que podían rescebir de nosotros. Y no hacía sino quemalles y derrocalles las torres de sus ídolos y sus casas, y porque lo sintiesen más este día fice poner fuego a estas casas grandes de la plaza donde la otra vez que nos echaron de la cibdad los españoles y yo estábamos aposentados - que eran tan grandes que un príncipe con más de seiscientas personas de su casa y servicio se podía aposentar en ellas - y otras que estaban junto a ellas, que aunque algo menores eran muy más frescas y gentiles y tenía en ellas Muteezuma todos los linajes de aves que en estas partes había. Y aunque a mí me pesó mucho dello, porque a ellos les pesaba mucho más determiné de las quemar, de que los enemigos mostraron harto pesar y también los otros sus aliados de las cibdades de la laguna, porque éstos ni otros nunca pensaron que nuestra fuerza bastara a les entrar tanto en la cibdad, y esto les puso harto desmayo. Puesto fuego a estas casas, porque ya era tarde recogí la gente para nos volver a nuestro real. Y como los de la cibdad veían que nos retraíamos cargaban infenitos dellos y venían con mucho ímpitu dándonos en la retroguarda, y como toda la calle estaba buena para correr los caballos volvíamos sobre ellos y alanceábamos de cada vuelta muchos dellos, y por eso no nos dejaban de nos venir dando grita a las espaldas. Este día sintieron y mostraron mucho desmayo, especialmente viendo entrar por su cibdad quemándola y destruyéndola y peleando con ellos los de Tesuico y Calco y de Suchimilco y los otumíes, y nombrándose cada uno de dónde era; y por otra parte los de Tascaltecal, que ellos y los otros les mostraban los de su cibdad hechos pedazos, diciéndoles que los habían de cenar aquella noche y almorzar otro día, como de hecho lo hacían. Y así nos venimos a nuestro real a descansar, porque aquel día habíamos trabajado mucho. Y los siete bergantines que yo tenía entraron aquel día por las calles del agua de la cibdad y quemaron mucha parte della. Los capitanes de los otros reales y los seis bergantines pelearon muy bien aquel día, y de lo que les acaesció me pudiera muy bien alargar, y por evitar prolejidad lo dejo, más de que con vitoria se retrujeron a sus reales sin rescebir peligro ninguno. Otro día siguiente luego por la mañana, después de haber oído misa, torné a la cibdad por la misma orden con toda la gente, porque los contrarios no tuviesen lugar de descegar las puentes y hacer las albarradas. Y por bien que madrugamos, de las tres partes y calles de agua que atraviesan la calle que va del real fasta las casas grandes de la plaza las dos dellas estaban como los días antes, que fueron muy recias de ganar, y tanto que duró el combate desde las ocho horas fasta la una después de mediodía, en que se gastaron casi todas las saetas, almacén y pelotas que los ballesteros y escopeteros llevaban. Y crea Vuestra Majestad que era sin comparación el peligro en que nos víamos todas las veces que les ganábamos estas puentes, porque para ganarlas era forzado echarse a nado los españoles y pasar de la otra parte, y esto no podían ni osaban facer muchos porque a cuchilladas y a botes de lanza resistían los enemigos que no saliesen a la otra parte. Pero como ya por los lados no tenían azoteas de donde nos hiciesen daño y desta otra parte los asaeteábamos – porque estábamos los unos de los otros un tiro de herradura – y los españoles tomaban de cada día mucho más ánimo y determinaban de pasar, y también porque vían que mi determinación era aquélla y que cayendo o levantando no se había de hacer otra cosa, parescerá a Vuestra Majestad que pues tanto peligro rescebíamos en el ganar destas puentes y albarradas, que éramos negligentes, ya que las ganábamos, [en] no las sostener, por no tornar cada día de nuevo a nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin duda era grande. Y cierto así parescerá a los absentes, pero sabrá Vuestra Majestad que en ninguna manera se podía facer,porque para ponerse así en efeto se requería dos cosas: o que el real pasáramos allí a la plaza y circuito de las torres de los ídolos, o que gente guardaran las puentes de noche. Y de lo uno y de lo otro se rescibiera grand peligro y había posibilidad para ello, porque teniendo el real en la cibdad cada noche y cada hora, como ellos eran muchos y nosotros pocos nos dieran mill rebatos y pelearan con nosotros y fuera el trabajo incomportable y podían darnos por muchas partes. Pues guardar las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de pelear el día que no se podía sufrir poner gente en guarda dellos, y a esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada día que entrábamos en la cibdad. Aquel día, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y en las tornar a cegar no hobo lugar de hacer más, slavo que por otra calle prencipal que va a dar a la cibdad de Tacuba se ganaron otras dos puentes y se cegaron y se quemaron muchas y buenas casas de aquella calle. Y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde recebíamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes, porque en viéndonos retraer era tan cierto cobrar los de la cibdad tanto esfuerzo que no parescía sino que habían habido toda la vitoria del mundo y que nosotros íbamos huyendo. Y para este retraer era nescesario estar las puentes bien cegadas y lo cegado igual al suelo de las calles, de maners que los de caballo pudiesen li bremente correr a una parte y a otra. Y así en el retraer, como ellos venían tan golosos tras nosotros algunas veces fingíamos ir huyendo y revolvíamos los de caballo sobre ellos y siempre tomábamos doce o trece de aquellos más esforzados, y con esto y con algunas celadas que siempre les echábamos continuo llevaban lo peor. Y cierto verlo era cosa de admiración, porque por más notorio que les era el mal y daño que al retraer de nosotros rescebían, no dejaban de nos seguir hasta nos ver salidos de la cibdad. Y con esto nos volvimos a nuestro real. Y los capitanes de los otros reales nos hicieron saber cómo aquel día les había suscedido muy bien y habían muerto mucha gente por la mar y por la tierra. Y el capitán Pedro de Alvarado, que estaba en Tacuba, me escribió que había ganado dos o tres puentes, porque como era en la calzada que sale del mercado de Temixtitán a Tacuba y los tres bergantines que yo le había dado podían llegar por la una parte a zabordar en la mesma calzada, no había tenido tanto peligro como los días pasados. Y por aquella parte de Pedro de Alvarado había más puentes y más quebradas en la calzada, aunque había menos azoteas que por las otras partes. En todo este tiempo los naturales de Yztapalapa y Oichilobuzco y Mexicacingo y Culuacan y Mezquique y Cuitaguaca, que, como he fecho relación, están en la laguna dulce, nunca habían querido venir de paz ni tampoco en todo este tiempo habíamos rescebido ningúnd daño dellos. Y como los de Calco eran muy leales vasallos de Vuestra Majestad y vían que nosotros teníamos bien que hacer con los de la grand cibdad, juntáronse con otras poblaciones que están alrededor de las lagunas y hacían todo el daño que podían a aquéllos del agua. Y ellos viendo cómo de cada día habíamos vitoria contra los de Temixtitán y por el daño que rescebían y podrían rescebir de nuestros amigos acordaron de venir, y llegaron a nuestro real y rogáronme que les perdonase lo pasado y que mandase a los de Calco y a los otros sus vecinos que no les hiciesen mas daño. Y yo les dije que me placía y que no tenía enojo dellos salvo de los de la cibdad, y que para que creyese que su amistad era verdadera, que les rogaba que porque mi determinación era de no levantar el real hasta tomar por paz o por guerra a los de la cibdad y ellos tenían muchas canoas para me ayudar, que hiciesen apercebir todas las que pudiesen con toda la más gente de guerra que en sus poblaciones había para que por el agua viniesen en nuestra ayuda de ahí en delante. Y también les rogaba que porque los españoles tenían pocas y ruines chozas y era tiempo de muchas aguas, que hiciesen en el real todas las más casas que pudiesen y que trujesen canoas para traer adobes y madera de las casas de la cibdad que estaban más cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra estaban apercebidas para cada día. Y en el facer de las casas sirvieron tan bien que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada donde yo estaba aposentado hicieron tantas que dende la primera casa hasta la postrera había más de tres o cuatro tiros de ballesta. Y vea Vuestra Majestad qué tan ancha puede ser la calzada que va por lo más hondo de la laguna que de la una parte y de la otra iban estas casas y quedaba en medio hecha calle, que muy a placer a pie y a caballo íbamos y veníamos por ella. Y había a la continua en el real con españoles e indios que les servían más de dos mill personas, porque toda la otra gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacan, que está legua y media del real. Y también éstos destas poblaciones nos proveían de algunos mantenimientos de que teníamos harta nescesidad, especialmente de pescado y de cerezas, que hay tantas que pueden bastecer en cinco o seis meses del año que turan a doblada gente de la que en esta tierra hay. Como dos o tres días arreo habíamos entrado por la parte de nuestro real en la cibdad - sin otras tres o cuatro que habíamos entrado - y siempre habíamos vitoria contra los enemigos y con los tiros y ballestas y escopetas matábamos infinitos, pensábamos que de cada hora se movieran a nos acometer con la paz, la cual deseábamos como a la salvación. Y ninguna cosa nos aprovechaba para los atraer a este propósito, y por los poner en más nescesidad y ver si los podría constreñir de venir a la paz propuse de entrar en la cibdad cada día y combatíles con la gente que llevaba por tres o cuatro partes. Y fice venir toda la gente de aquellas cibdades del agua en sus canoas y aquel día por la mañana había en nuestro real más de cient mill hombres nuestros amigos, y mandé que los cuatro bergantines con la mitad de canoas, que serían fasta mill y quinientas, fuesen por la una parte y que los tres con otras tantas que fuesen por otra y corriesen todo lo más de la cibdad en torno y quemasen y ficiesen todo el más daño que pudiesen. Y yo entré por la calle prencipal adelante y fallámosla toda desembarazada fasta las casas grandes de la plaza, que ninguna de las puentes estaba abierta, y pasé adelante a la calle que va a salir a Tacuba en que había otras seis o siete puentes. Y de allí proveí que un capitán entrase por otra calle con sesenta o setenta hombres y seis de caballo fuesen a las espaldas para los asegurar, y con ellos iban más de diez o doce mill indios nuestros amigos, y mandé a otro capitán que por otra calle ficiese lo mismo. Y yo con la gente que me quedaba seguí por la calle de Tacuba adelante y ganamos tres puentes, las cuales se cegaron, y dejamos para otro día las otras porque era tarde y se pudiesen mejor ganar , porque yo deseaba mucho que toda aquella calle se ganase porque la gente del real de Pedro de Alvarado se comunicase con la nuestra y pasasen del un real al otro y los bergantines ficiesen lo mesmo. Y este día fue de mucha vitoria así por el agua como por la tierra, y hóbose mucho despojo de los de la cibdad. En los reales del alguacil mayor y Pedro de Alvarado se hobo también mucha vitoria. Otro día siguiente volví a entrar en la cibdad por la orden que el día pasado, y diónos Dios tanta vitoria que por las partes donde yo entraba con la gente no parescía que había ninguna resistencia, y los enemigos se retraían tan reciamente que parescía que les teníamos ganado las tres cuartas partes de la cibdad. Y también por el real de Pedro de [Al]varado les daban mucha priesa, y sin duda el día pasado y aquéste yo tenía por cierto que vinieran de paz, de la cual yo siempre con vitoria y sin ella hacía todas las muestras que podía, y nunca por esto en ellos hallábamos ninguna señal de paz. Y aquel día nos volvimos al real con mucho placer, aunque no nos dejaba de pesar en el alma por ver tan determinados de morir a los de la cíbdad. En estos días pasados Pedro de Alvarado había ganado muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponía velas de pie y de caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real que estaba tres cuartos de legua de allí. Y porque este trabajo era incomportable acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va a dar al mercado de Temixtitán, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca y toda cercada de portales a la redonda. Y para llegar a ella no le faltaban de ganar sino otras dos o tres puentes, pero eran muy anchas y pelígrosas de ganar, y así estuvo algunos días que siempre peleaba y había vitoria. Y aquel día que digo en el capítulo antes déste, como vía que los enemigos mostraban flaqueza y que por donde yo estaba les daba muy continuos y recios combates, cebóse tanto en el sabor de la vitoria y de las muchas puentes y albarradas que les había ganado que determinó de les pasar y ganar una puente en que había más de sesenta pasos desfechos de la calzada, todo de agua de hondura de estado y medio y dos. Y como acometieron aquel mesmo día y los bergantines ayudaron mucho pasaron el agua y ganaron la puente y siguen tras los enemigos que iban puestos en huida. Y Pedro de Alvarado daba mucha priesa en que se cegase aquel paso porque pasasen los de caballo y también porque cada día por escrito y por palabra le amonestaba que no ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y salir los de caballo, porque éstos facían la guerra. Y como los de la cibdad vieron que no había más de cuarenta o cincuenta españoles de la otra parte y algunos amigos nuestros y que los de caballo no podían pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito que los ficieron volver las espaldas y echar al agua, y tomaron vivos tres o cuatro españoles que luego fueron a sacrificar y mataron algunos amigos nuestros. Y al fin Pedro de Alvarado se retrajo a su real. Y como aquel día yo llegué al nuestro y supe lo que le había acaescido fue la cosa del mundo que más me pesó, porque era ocasión de dar esfuerzo a los enemigos y creer que en ninguna manera les osaríamos entrar. La cabsa porque Pedro de Alvarado quiso tomar aquel mal paso fue, como digo, ver que había ganado mucha parte de la fuerza de los indios y que ellos mostraban alguna flaqueza, y prencipalmente porque la gente de su real importunaban que ganasen el mercado, porque aquél ganado, era toda la cibdad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenían allí. Y como los del dicho real de Alvarado vían que yo continuaba mucho los combates de la cibdad, creían que yo había de ganar primero que ellos el dicho mercado, y como estaban más cerca dél que nosotros tenían por caso de honra no le ganar primero, y por esto el dicho Pedro de Alvarado era muy importunado. Y lo mesmo me acaescía a mí en nuestro real, porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de tres calles que iban a dar al dicho mercado entrásemos, porque no teníamos resistencia y ganado aquél, temíamos menos trabajo. Y yo desimulaba por todas las vías que podía por no lo hacer aunque les encubría la causa, y esto era por los inconvinientes y peligros que se me representaban, porque para entrar en el mercado había infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas, y en tal manera que cada casa por donde habíamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua. Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Alvarado, otro día de mañana acordé de ir a su real para le reprehender lo pasado y para ver lo que había ganado y en qué parte había pasado el real, y para le avisar de lo que fuese más nescesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. Y como yo llegué a su real sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la cibdad y de los malos pasos y puentes que les había ganado. Y visto, no le imputé tanta culpa como antes parescía tener, y platicado cerca de lo que había de hacer, yo me volví a nuestro real aquel día. Pasado esto, yo fice algunas entradas en la cibdad por las partes que solía. Y combatían los bergantines y canoas por dos partes y yo por la cibdad por otras cuatro, y siempre habíamos vitoria y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada día venía gente sin número en nuestro favor. Y yo dilataba de me meter más adentro en la cibdad, lo uno por ver si revocarían el propósito y dureza que los contrarios tenían; y lo otro porque nuestra entrada no podía ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles veían tanta dilación en esto y que había más de veinte días que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque ganado, a los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender; y que si no se quisiesen dar, que de hambre y sed se morerían porque no tenían qué beber sino agua salada de la laguna. Y como yo me escusaba, el tesorero de Vuestra Majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello y que lo debía de hacer. Y a él y a otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno y que yo lo deseaba más que nadie, pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunación me hacían decir, que era que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrescía mucho peligro habría otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron que yo concedí que se haría en este caso lo que yo pudiese, concertándose primero con la gente de los otros reales. Otro día me junté con algunas personas prencipales de nuestro real y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y a Pedro de Alvarado cómo otro día siguiente habíamos de entrar en la cibdad y trabajar de llegar al mercado. Y escribíles lo que ellos habían de hacer por la parte de Tacuba, y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados inviéles dos criados míos para que les avisasen de todo el negocio. Y la orden que habían de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cient peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Alvarado y que en el suyo quedasen otros diez de caballo; y que dejase concertado con ellos que otro día que había de ser el combate se pusiesen en celada tras unas casas y que hiciesen alzar todo el fardaje como que levantaban el real, porque los de la cibdad saliesen tras dellos y la celada les diese en las espaldas; y que el dicho alguacil mayor con los tres bergantines que tenía y con los otros tres de Pedro de Alvarado ganase aquel paso malo donde desbarataron a Pedro de Alvarado y diese mucha priesa en lo cegar, y que pasasen adelante y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y adreszado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo habían de hacer lo mesmo; que mirasen que aunque esto les inviaba a decir, no era para los obligar a ganar un paso solo de que les pudiese venir algúnd desbarato o desmán. Y esto les avisaba porque conoscía de sus personas que habían de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados míos con este recabdo, fueron al real y hallaron en él a los dichos alguacil mayor y a Pedro de Alvarado, a los cuales significaron todo el caso segúnd que acá en nuestro real lo teníamos concertado. Y porque ellos habían de combatir por sola una parte y yo por muchas inviéles a decir que me inviasen setenta u ochenta hom Page 394 missing partes. Y demás destos tres combates que dábamos a los de la cibdad, era tanta la gente de nuestros amigos que por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parescía que había cosa que nos pudiesen ofender. Y como les ganamos aquellas dos puentes y albarradas y la calzada los españoles, nuestros amigos siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna. Y yo me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacía porque vía que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los enemigos y algunas veces los retraían hasta los echar al agua y con nuestro favor revolvían sobre ellos. Y demás desto guardábamos que por ciertas traviesas de calles los de la cibdad no saliesen a tomar las espaldas a los españoles que habían seguido la calle adelante, los cuales en esta sazón me inviaron a decir que habían ganado mucho y que no estaban muy lejos de la plaza del mercado, que en todo caso querían pasar adelante porque ya oían el combate que el alguacil mayor y Pedro de Alvarado daban por su estancia. Y yo les invié a decir que en ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes quedasen muy bien ciegas, de manera que si tuviesen nescesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo alguno, pues sabían que en todo aquello estaba el peligro. Y ellos me tornaron a decir que todo lo que habían ganado estaba bien reparado, que fuese allí y lo vería si era así. Y yo con recelo que no se desmandasen y dejasen ruin recabdo en el cegar de las puentes fue allá y hallé que habían pasado una quebrada de la calle que era de diez o doce pasos en ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de más de dos estados. Y al tiempo que la pasaron habían echado en ella madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos a pocos y con tiento no se había hundido la madera y cañas. Y ellos con el placer de la vitoría íban tan embebecidos que pensaban que quedaba muy fijo, y al punto que yo llegué a aquella puente de agua quitada vi que los españoles y muchos de nuestros amigos venían puestos en muy grand huida y los enemigos como perros dando en ellos. Y como yo vi tan grand desmán comencé a dar voces: itener, tener! Y ya que yo estaba junto al agua ha lléla toda llena de españoles e indios y de manera que no parescía que en ella hobiesen echado una paja, y los enemigos cargaron tanto que matando en los españoles se echaban al agua tras ellos. Y ya por la calle del agua venían canoas de los enemigos y tomaban vivos los españoles, y como el negocio fue tan de súpito y vi que me mataban la gente, determiné de que darme allí y morir peleando. Y en lo que más aprovechábamos yo y los otros que allí estaban conmigo era en dar las manos a algunos tristes españoles que se ahogaban para que saliesen afuera, y los unos salían heridos y los otros medio ahogados y otros sin armas, e inviábalos que se fuesen adelante. Y ya en esto cargaba tanta gente de los enemigos que a mí y a otros doce o quince que conmigo estaban nos tenían por todas partes cercados. Y como yo estaba muy metido en socorrer a los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba del daño que podía rescebir, y ya me venían a asir ciertos indios de los enemigos, y me llevaran si no fuera por un capitán de cincuenta hombres que yo traía siempre conmigo y por un mancebo de su compañía, el cual después de Dios me dio la vida, y por dármela como valiente hombre perdió allí la suya. En este comedio los españoles que salían desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y angosta e igual a la agua -que los perros la habían hecho ansí de industria - e iban por ella también desbaratados muchos de los nuestros amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar que los enemigos tenían lugar de llegar por el agua de la una parte y de la otra y tomar y matar cuantos querían. Y aquel capitán que estaba conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, díjome: "Vamos de aquí y salvemos vuestra persona, pues sabéis que sin ella ninguno de nosotros puede escapar". Y no podía acabar conmigo que me fuese de allí. Y como esto vio asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo holgara más con la muerte que con la vida, por importunación de aquel capitán y de otros compañeros que allí estaban nos comenzamos a retraer peleando con nuestras espadas y rodelas con los enemigos que venían heriendo en nosotros. Y en esto llega un criado mío a caballo e hizo algúnd poquito de lugar, pero luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que le hicieron dar la vuelta. Y estando en este tan grand conflito esperando que la gente pasase por aquella calzadilla a ponerse en salvo y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mío con un caballo para que cabalgase, porque era tanto el lodo que había en la cazaldilla de los que entraban y salían por el agua que no había persona que se pudiese tener, mayormente con los empellones que los unos y otros se daban por salvarse. Y yo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era imposible poderse hacer a caballo, porque si pudiera ser antes de la calzadilla en una isleta se habían hallado los ocho de caballo que yo había dejado y no habían podido hacer menos de se volver por ella, y aun la vuelta era tan peligrosa que dos yeguas en que iban dos criados míos cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los indios y la otra salvaron unos peones. Y otro mancebo criado mío que se decía Cristóbal de Guzmán cabalgó en un caballo que allí en la isleta le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar. Y a él y al caballo antes que a mí llegase mataron los enemigos, la muerte del cual puso a todo el real en tanta tristeza que fasta hoy está reciente el dolor de los que lo conoscían. Y ya con todos nuestros trabajos plugo a Dios que los que quedamos salimos a la calle de Tacuba, que era bien ancha. Y recogida la gente, yo con nueve de caballo me quedé en la retroguarda, y los enemigos venían con tanta vitoria y orgullo que no parescía sino que ninguno habían de dejar a vida. Y retrayéndome lo mejor que pude, invié a decir al tesorero y al contador que se retrujesen a la plaza con mucho concierto. Lo mesmo invié a decir a los otros dos capitanes que habían entrado por la calle que iba al mercado. Y los unos y los otros habían peleado valientemente y ganado muchas albarradas y puentes que habían muy bien cegado, lo cual fue causa de no rescebir daño al retraer. Y antes que [los d]el tesorero y contador se retrujesen ya los de la cibdad por encima del albarrada donde peleaban les habían echado dos o tres cabezas de cristianos, aunque no supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Alvarado o del nuestro. Y recogidos todos a la plaza, cargaba por todas partes tanta gente de los enemigos sobre nosotros que teníamos bien que hacer en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no osaran esperar a tres de caballo y a diez peones. E incontinente en una torre alta de sus ídolos que estaba allí junto a la plaza pusieron muchos perfumes y sahumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que paresce mucho a anime, lo cual ellos ofrescen a sus ídolos en señal de vitoria. Y aunque quisiéramos mucho estorbárselo no se pudo hacer, porque ya la gente a más andar se iban hacia el real. En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco o cuarenta españoles y más de mill indios nuestros amigos, e hirieron más de veinte cristianos y yo salí herido en una pierna. Perdióse el tiro pequeño de campo que habíamos llevado y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la cibdad, luego que hobieron la vitoria, por hacer desmayar al alguacil mayor y Pedro de Alvarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron al Tatabulco, que es el mercado, y en unas torres altas que allí estaban desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos y les sacaron los corazones para ofrescer a los ídolos, lo cual los españoles del real de Pedro de Alvarado pudieron ver bien de donde peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conoscieron que eran cristianos. Y aunque por ello hobieron grand tristeza y desmayo, se retrajeron a su real, habiendo peleando aquel día muy bien y ganado casi hasta el dicho mercado, el cual aquel día se acabara de ganar si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran desmán. Nosotros fuemos a nuestro real con grand tristeza algo más temprano que los otros días nos solíamos retraer, y también porque nos decían que los bergantines eran perdidos porque los de la cibdad con las canoas nos tomaban las espaldas, aunque plugo a Dios que no fue ansí, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se vieron en harto estrecho, y tanto que un bergantín se erró poco de perder e hirieron al capitán y maestre dél. Y el capitán murió dende a ocho días. Aquel día y la noche siguiente los de la cibdad hacían muchos regocijos de bocinas y atabales, que parescía que se hundía el mundo, y abrieron todas las calles y puentes del agua como de antes las tenían y llegaron a poner sus fuegos y velas de noche a dos tiros de ballesta de nuestro real. Y como todos salimos tan desbaratados y heridos y sin armas, había nescesidad de descansar y rehacemos. En este comedio los de la cibdad tuvieron lugar de inviar sus mensajeros a muchas provincias a ellos subjetas a decir como habían habido mucha vitoria y muerto muchos cristianos y que muy presto nos acabarían, que en ninguna manera tratasen paz con nosotros. Y la creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por donde a ellos parescía que convenía, que fue mucha ocasión de poner en más contumacia a los rebelados que de antes. Mas con todo, porque los de la cibdad no tomasen más orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada día algunos españoles de pie y de caballo con muchos de nuestros amigos iban a pelear a la cibdad, aunque nunca podían ganar más de algunas puentes de la primera calle antes de llegar a la plaza. Dende a dos días del desbarato, que ya se sabía por toda la comarca, los naturales de una población que se dice Quamaguaras que eran subjetos a la cibdad y se habían dado por nuestros amigos vinieron al real y dijéronme como los de la población de Marinalco, que eran sus vecinos, les hacían mucho daño y les destruían su tierra, y que agora se juntaban con los de la provincia de Coisco , que es grande, y querían venir sobre ellos a los matar porque se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y nuestros amigos; y que decían que después dellos destruidos, habían de venir sobre nosotros. Y aunque lo pasado era tan de poco tiempo acaescido y teníamos nescesidad antes de ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedían con mucha instancia determíné de se lo dar. Y aunque tuve mucha contradición y decían que me destruía en sacar gente del real, despaché con aquéllos que pedían socorro ochenta peones y díez de caballo con Andrés de Tapia, capítán, al cual encomendé mucho que ficiese lo que más convenía al servicio de Vuestra Majestad y nuestra seguridad, pues vía la nescesi dad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese más de diez días. Y él se partió, y llegado a una poblacíón pequeña que está entre Marinalco y Coadnaoacad, halló a los enemigos que le estaban esperando, y él con la gente de Coadnaoacad y con la que llevaba comenzó su batalla en el campo. Y pelearon tan bien los nuestros que desbarataron los enemigos y en el alcance los siguieron fasta los meter en Marinalco, que está asentado en un cerro muy alto y donde los de caballo no podían subir. Y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el llano y volviéronse a nuestro real con esta vitoria dentro de los diez días. En lo alto desta población de Marinalco hay muchas fuentes de muy buena agua, y es muy fresca cosa. En tanto que este capitán fue y vino a este socorro, algunos españoles de pie y de caballo, como he dicho, con nuestros amigos entraban a pelear a la cibdad fasta cerca de las casas grandes que están en la plaza. Y de allí no podían pasar, porque los de la cibdad tenían abierta la calle de agua que está a la boca de la plaza y estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenían una muy grande y fuerte albarrada. Y allí peleaban los unos con los otros fasta que la noche los despartió. Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice Chichimecatecle, de que atrás he fecho relación, que trujo la tablazón que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el prencipio de la guerra residía con toda su gente en el real de Pedro de Alvarado. Y como vía que por el desbarato pasado les españoles no peleaban como solían, determinó sin ellos de entrar él con su gente a combatir los de la cibdad. Dejando cuatrocientos flecheros de los suyos a una puente quitada de agua bien peligrosa que ganó a los de la cibdad, lo cual nunca acaescía sin ayuda nuestra, pasó adelante con los suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando su provincia y señor, pelearon aquel día muy reciamente, y hobo de una parte y de otra muchos heridos y muchos y algunos muertos. Y los de la cibdad bien tenian creído que los tenían asidos, porque como es gente que al retraer aunque sea sin vitoria siguen con mucha determinación, pensaron que al pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habían de vengar muy bien dellos. Y para este efeto y socorro Chichimecatecle había dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros. Y como ya se venían retrayendo los de la cibdad cargaron sobre ellos muy de golpe, y los de Tascaltecal echáronse al agua y con el favor de los flecheros pasaron. Y los enemigos con la resistencia que en ellos fallaron se quedaron y aun bien espantados de la osadía que había tenido Chichitelaque. Dende a dos días que los españoles vinieron de hacer guerra a los de Marinalco, segúnd que Vuestra Majestad habrá visto en los capítulos antes déste, llegaron a nuestro real diez indios de los utumíes, que eran esclavos de los de la cibdad. Y como he dicho, habíanse dado por vasallos de Vuestra Majestad y cada día venían en nuestra ayuda a pelear. Y dijéronme cómo los señores de la provincia de Matalcingo, que son sus vecinos, les facían guerra y les destruían su tierra y les habían quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que venían destruyendo cuanto podían y con intención de venir a nuestros reales y dar sobre nosotros porque los de la cibdad saliesen y nos acabasen. Y a lo más desto dimos crédito, porque de pocos días a aquella parte cada vez que entrábamos a pelear nos amenazaban con los desta provincia de Matalcingo, de la cual aunque no teníamos mucha noticia, bien sabíamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas de nuestros reales. Y en la queja que estos utumíes nos daban de aquellos sus vecinos daban a entender que les diésemos socorro, y aunque lo pedían en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios y por quebrar algo las alas a los de la cibdad que cada día nos amenazaban con éstos y mostraban tener esperanza de ser dellos socorridos y este socorro de ninguna parte les podía venir si déstos no, determiné de inviar allá a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con diez y ocho de caballo y cient peones en que había solo un ballestero, el cual se partió con ellos y con otra gente de los utumíes nuestros amigos. Y Dios sabe el peligro en que todos ellos iban y aun el en que nosotros quedábamos, pero como nos convenía mostrar más esfuerzo y ánimo que nunca y morir peleando, desimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos, pero muchas y muchas veces decían los españoles que pluyese a Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la cibdad aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interese ni provecho, por do se conocerá la aventura y nescesidad estrema en que teníamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fue aquel día a dormir a un pueblo de los otumíes, que está frontero de Matalcingo. Y otro día muy de mañana se partió y fue a unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló sin gente y mucha parte dellas quemadas. Y llegando más adelante junto a una ribera, halló mucha gente de guerra de los enemigos que habían acabado de quemar otro pueblo, y como le vieron, comenzaron a dar la vuelta. Y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que traían para su provisión, los cuales habían dejado como habían sentido ir los españoles. Y pasado un río que allí estaba más adelante en lo llano, los enemigos comenzaron a reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos. Y puestos en huida, tiraron su camino derecho a su pueblo de Matalcingo que estaba cerca de tres leguas de allí, y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo. Y allí esperaron a los españoles y a nuestros amigos, los cuales venían matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás, y en este alcance murieron más de dos mill de los enemigos. Llegados los de pie donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mill hombres, comenzaron a ir hacia el pueblo, donde los enemigos hicieron rostro en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponían en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos hiciéronlos también retraer a la fuerza que tenían en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio. Y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y también porque estaban muy cansados porque todo aquel día habían peleado. Los enemigos toda la más de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas. Otro día de mañana el alguacil mayor con toda la gente comenzó a guiar para sobirles a los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia. Y llegados, no vieron gente ninguna de los contrarios, y ciertos indios amigos nuestros descendían de lo alto y dijeron que no había nadie y que al cuarto del alba se habían ido todos los enemigos. Y estando ansí, vieron por todos aquellos llanos de la redonda mucha gente, y eran los utumíes. Y los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron hacia ellos y alancearon tres o cuatro. Y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa no los entendían más de como echaban las armas y se venían para los españoles, y todavía alancearon tres o cuatro, pero ellos bien entendieron que había sido por no lo conoscer. Y como los enemigos no esperaron los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que también estaba de guerra, pero como vieron venir tanto poder sobre ellos saliéronle de paz. Y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo y díjole que ya sabía que yo rescebía con buena voluntad a todos los que se venían a ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad, aunque fuesen muy culpados, que le rogaba que fuese a hablar con aquéllos de Matalcingo para que se viniesen a mí. Y profirióse de lo facer ansí y de traer de paz a los de Marinalco, y así se volvió el alguacil mayor con esta vitoria a su real. Y aquel día algunos españoles estaban peleando en la cibdad y los cibdadanos habían inviado a decir que fuese allá nuestra lengua porque querían hablar sobre la paz, la cual, segúnd paresció, ellos no querían sino con condición que nos fuésemos de toda la tierra, lo cual ficieron a fin que los dejásemos algunos días descansar y fornescerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros. Y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos - que no había sino una puente quitada en medio - , un viejo dellos allí a vista de todos sacó de su mochilla muy despacio ciertas cosas que comió por nos dar a entender que no tenían nescesidad, porque nosotros les decíamos que allí se habían de morir de hambre. Y nuestros amigos decían a los españoles que aquellas paces eran falsas, que peleasen con ellos. Y aquel día no se peleó más porque los prencipales dijeron a la lengua que me hablase. Dende a cuatro días que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa y estaban también rebelados, vinieron a nuestro real y pidieron perdón de lo pasado y ofresciéronse de servir muy bien, y ansí lo ficieron y han fecho fasta agora. En tanto que el alguacil mayor fue a Matalcingo, los de la cibdad acordaron de salir de noche y dar en el real de Alvarado. Y al cuarto del alba dan de golpe, y como las velas de caballo y de pie lo sintieron, apellidaron de llamar alarma y los que allí estaban arremetieron a ellos. Y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua, y en tanto llegan los nuestros y pelearon más de tres horas con ellos. Y nosotros oímos en nuestro real un tiro de campo que tiraba, y como teníamos recelo no los desbaratasen yo mandé armar la gente para entrar en la cibdad para que aflojasen en el combate de Alvarado. Y como los indios fallaron tan recios a los españoles acordaron de se volver a su cibdad, y nosotros aquel día fuemos a pelear a la cibdad. En esta sazón ya los que habíamos salido heridos del desbarato estábamos buenos. Y a la Villa Rica había aportado un navío de Juan Ponce de León que habían desbaratado en la tierra o isla Florida, y los de la villa inviáronme cierta pólvora y ballestas, de que teníamos mucha nescesidad. Y ya, gracias a Dios, por aquí a la redonda no teníamos tierra que no fuese en nuestro favor. Y yo, viendo como éstos de la cibdad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinación de morir que nunca generación tuvo, no sabía qué medio tener con ellos para quitarnos a nosotros de tantos peligros y trabajos y a ellos ni a su cibdad no los acabar de destruir, porque era la más hermosa cosa del mundo. Y no nos aprovechaba decilles que no habíamos de levantar los reales ni los bergantines habían de cesar de les dar guerra por el agua ni que habíamos destruido a los de Matalcingo y Marinalco, y que no tenían en toda la tierra quien los podiese socorrer ni tenían de donde haber maíz ni carne ni frutas ni agua ni otra cosa de mantenimiento. Y cuanto más destas cosas les decíamos, menos muestra víamos en ellos de flaqueza, mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca. Y yo, viendo que el negocio pasaba desta manera y que había ya más de cuarenta y cinco días que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder más estrechar a los enemigos, y fue que como fuésemos ganando por las calles de la cibdad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro, por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado y lo que era agua hacello tierra firme, aunque hobiese toda la dilación que se pudiese seguir. Y para esto yo llamé a todos los señores y prencipales nuestros amigos y díjeles lo que tenía acordado, por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores y trujesen sus coas, que son unos palos que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada. Y ellos me respondieron que ansí lo harían de muy buena voluntad y que era muy buen acuerdo, y holgaron mucho con esto porque les paresció que era manera para que la cibdad se asolase, lo cual todos ellos deseaban más que cosa del mundo. Entretanto que esto se concertaba, pasáronse tres o cuatro días. Los de la cibdad bien pensaron que ordenábamos algunos ardides contra ellos. Y ellos también, segúnd después paresció, ordenaban lo que podían para su defensa, segúnd que también lo barruntábamos. Y concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habíamos de ir a combatir otro día de mañana después de haber oído misa tomamos el camino para la cibdad. Y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la cibdad dijeron que estuviésemos quedos, que querían paz. Y yo mandé a la gente que no pelease y díjeles que viniese allí el señor de la cibdad a me hablar y que se daria orden en la paz. Y con decirme que ya le habían ido a llamar me detuvieron más de una hora, porque en la verdad ellos no tenían gana de la paz y ansí lo mostraron, porque luego en estando nosotros quedos nos comenzaron a tirar flechas y varas y piedras. Y como yo vi esto comenzamos a combatir el albarrada y ganámosla, y en entrando en la plaza hallámosla toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr por ella - porque por lo firme éstos son los que les hacen la guerra - y hallamos una calle cercada con piedra seca y otra también llena de piedras porque los caballos no pudiesen correr por ellas. Y dende este día en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salía a la plaza que nunca después los indios la abrieron, y de allí en delante comenzamos a asolar poco a poco las casas y cerrar y cegar muy bien lo que teníamos ganado del agua. Y como aquel día llevamos más de ciento y cincuenta mill hombres de guerra fizose mucha cosa, y así nos volvimos aquel día al real. Y los bergantines y canoas de nuestros amigos hicieron mucho daño en la cibdad y volviéronse a reposar. Otro día siguiente por la misma orden entramos en la cibdad. Y llegados a aquel circuito y patio grande donde estaban las torres de los ídolos, yo mandé a los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las calles de agua y allanar los pasos malos que teníamos ganados, y que nuestros amigos, deIlos quemasen y allanasen las casas y otros fuesen a pelear por las partes que solíamos, y que los de caballo guardasen a todos las espaldas. Y yo me subí en una torre más alta de aquéllas porque los indios me conoscían y sabía que les pesaba mucho de verme subido en la torre, y de allí animaba a nuestros amigos y hacíales socorrer cuando era nescesario, porque como peleaban a la continua a veces los contrarios se retraían y a veces los nuestros, los cuales luego eran socorridos con tres o cuatro de caballo que les ponían infinito miedo y a los nuestros ánimo para revolver sobre ellos. Y desta manera y por esta orden entramos en la cibdad cinco o seis días arreo, y siempre al retraer echábamos a nuestros amigos delante y hacíamos [que] algunos de los españoles se metiesen en celada en unas casas, y los de caballo quedábamos atrás y hacíamos que nos retraíamos de golpe por sacarlos a la plaza, y con esto y con las celadas de los peones cada tarde alanceábamos algunos. Y un día déstos había en la plaza siete u ocho de caballo y estuvieron esperando que los enemigos saliesen, y como vieron que no salían hicieron que se volvían. Y los enemigos con recelo que a la vuelta no los alanceasen como solían estaban puestos por unas paredes y azoteas, y había infinito número dellos. Y como los de caballo revolvían tras ellos, que eran ocho o nueve, y ellos les tenían tomada de lo alto una boca de la calle, no podieron seguir tras los enemigos que iban por ella y hobiéronse de retraer. Y los enemigos con favor de cómo los habían fecho retraer venían muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso que se acogían donde no rescebían daño y los de caballo rescebían de los que estaban puestos por las paredes. Y hobiéronse de retraer e hirieron dos caballos, lo cual me dio ocasión para les ordenar una buena celada, como adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y aquel día en la tarde nos volvimos a nuestro real con dejar bien seguro y allanado todo lo ganado y a los de la cibdad muy ufanos, porque creían que de temor nos retraíamos. Y aquella tarde fice un mensajero al alguacil mayor para que antes del día viniese allí a nuestro real con quince de caballo de los suyos y de los de Pedro de Alvarado. Otro día por la mañana llegó el alguacil mayor con los quince de caballo, y yo tenía de los de Cuyoacan allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta. Y a diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente y que ellos y los bergantines fuesen por la orden pasada a combatir y a derrocar y ganar todo lo que pudiesen, porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iría allá con los otros treinta de caballo; y que pues sabían que teníamos mucha parte de la cibdad allanada, que cuanto pudiesen siguiesen de tropel a los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer y yo y los otros treinta de caballo sin ser vistos pudiésemos meternos en una celada en unas casas grandes que estaban cerca de las otras grandes de la plaza. Y los españoles lo ficieron como yo les avisé, y a la una hora después de mediodía tomé el camino para la cibdad con los treinta de caballo. Y allegados, dejélos metidos en aquellas casas y yo me fue y me sobí en la torre alta, como solía. Y estando allí, unos españoles abrieron una sepoltura y hallaron en ella en cosas de oro más de mill y quinientos castellanos. Y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraídos en la plaza, ficiesen que acometían y que no osaban llegar, y esto se ficiese cuando viesen mucha copia de gente alderredor de la plaza. Y en ella los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenían deseo de facello bien y estaban ya cansados de esperar. Y yo metíme con ellos, y ya se venían retrayendo por la plaza los españoles de pie y de caballo y los indios nuestros amigos que habían entendido ya lo de la celada. Y los enemigos venían con tantos alaridos que parescía que consiguían toda la vitoria del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetían tras ellos por la plaza adelante y retraíanse de golpe, y como hobieron fecho esto dos veces los enemigos traían tanto favor que a las ancas de los caballos les venían dando fasta los meter por la boca de la calle donde estábamos en la celada. Y como vimos a los españoles pasar delante de nosotros y oímos soltar un tiro de escopeta que teníamos por señal, conoscimos que era tiempo de salir, y con el apellido de "señor Santiago" damos de súpito sobre ellos y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos que por nuestros amigos que nos seguían eran tomados, de manera que desta celada se mataron más de quinientos, todos los más prencipales y esforzados y valientes hombres. Y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros amigos, porque todos los que se mataron tomaron y llevaron hechos piezas para comer. Fue tanto el espanto y admiración que tomaron en verse tan de súpito ansí desabarata dos que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen muy a su salvo y seguros. Y ya que era casi noche, que nos retraímos, paresce que los de la cibdad mandaron a ciertos esclavos suyos que mirasen si nos retraíamos o qué hacíamos. Y como se asomaron por una calle arremetieron diez o doce de caballo y siguiéronlos, de manera que ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra vitoria los enemigos tanto temor que nunca más en todo el tiempo de guerra osaron entrar en la plaza ninguna vez que nos retraíamos aunque sólo uno de caballo no más viniese, y nunca osaron salir a indio ni a peón de los nuestros, creyendo que de entre los pies se les había de levantar otra celada. Y ésta deste día y vitoria que Dios Nuestro Señor nos dio fue bien prencipal causa para que la cibdad más presto se ganase, porque los naturales della rescebieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado ánimo. Y ansí nos fuemos a nuestro real con intención de dar mucha priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningúnd día fasta la acabar. Y aquel día ningúnd peligro hobo en los de nuestro real, expceto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de caballo y cayó uno de una yegua y ella fuese derecha a los enemigos, los cuales la flecharon. Y bien herida, como vio la mala obra que rescebía se volvió hacia nosotros, y aquella noche se murió. Y aunque nos pesó mucho porque los caballos y yeguas nos daban la vida, no fue tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si ansí fuera ellos hobieran más placer que no pesar por los que les matamos. Los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la cibdad aquel día sin rescebir peligro alguno. Como ya conoscimos que los indios de la cibdad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habían salido de la cibdad y se habían venido a nuestro real, que se morían de hambre, que salían de noche a pescar por entre las casas de la cibdad y andaban por la parte que della les teníamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. Y porque ya teníamos muchas calles de agua cegadas y adreszados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. Y los bergantines salieron antes del día, y yo con doce o quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe. Y primero posimos ciertas espías, las cuales, siendo de día, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos. Y dimos sobre infinita gente, pero como eran de aquellos más miserables y que salían a buscar de comer, los más venían desarmados y eran mujeres y muchachos, y fecimos tanto daño en ellos por todo lo que se podía andar de la cibdad, que presos y muertos pasaron de más de ochocientas personas. Y los bergantines tomaron también mucha gente y canoas que andaban pescando y ficieron en ellas mucho estrago. Y como los capitanes y prencipales de la cibdad nos vieron andar por ella a hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada y ninguno osó salir a pelear con nosotros, y así nos volvimos a nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos. Otro día de mañana entramos en la cibdad, y como ya nuestros amigos vían la buena orden que llevábamos para la destruición della, era tanta la multitud que de cada día venían que no tenían cuento. Y aquel día acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro [de] Alvarado se podían comunicar con nosotros por la cibdad. Y por la calle prencipal que iba al mercado se ganaron otras dos puentes y se cegó muy bien el agua y quemamos las casas del señor de la cibdad, que era mancebo de edad de diez y ocho años que se dicia Guatimuci, que era el segundo señor después de la muerte de Muteeçuma. Y en estas casas tenían los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y cercadas de agua. También se ganaron otras dos puentes de otras calles que van cerca désta del mercado y se cegaron muchos pasos, de manera que de cuatro partes de la cibdad las tres estaban ya por nosotros, y los indios no hacían sino retraerse hacia lo más fuerte, que era a las casas que estaban más metidas en el agua. Otro día siguiente, que fue día del apóstol Santiago, entramos en la cibdad por la orden que antes, y seguimos por la calle grande que iba a dar al mercado y ganámosles una calle muy ancha de agua en que ellos pensaban que tenían muchas seguridad, aunque se tardó gran rato y fue peligrosa de ganar y en todo este día no se pudo - como era muy ancha - de acabar de cegar por manera que los de caballo pudiesen pasar de la otra parte. Y como estábamos todos a pie y los indios vían que los caballos no habían pasado, vinieron de refresco sobre nosotros muchos dellos muy lucidos, y como les ficimos rostro y teníamos muchos ballesteros dieron la vuelta a sus albarradas y fuerzas que tenían, aunque fueron hartos asaeteados. Y demás desto todos los españoles de pie llevaban sus picas, las cuales yo había mandado facer después que me desbarataron, que fue cosa muy provechosa. Aquel día por los lados de la una parte y de la otra de aquella calle prencipal no se entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de ver, pero como no nos convenía hacer otra cosa éranos forzado seguir aquella orden. Los de la cibdad, como vían tanto estrago, por esforzarse decían a nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se las harían tornar a hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores ya ellos sabían que había de ser ansí; y si no, que las habian de hacer para nosotros. Y desto postrero plugo a Dios que salieron verdaderos, aunque ellos son los que las tornan a hacer. Otro día luego de mañana entramos en la cibdad por la orden acostumbrada. Y llegados a la calle de agua que habíamos cegado el día antes, fallámosla de la manera que la habíamos dejado y pasamos adelante dos tiros de ballesta. Y ganamos dos acequias grandes de agua que tenían rompidas en lo sano de la misma calle y llegamos a una torre pequeña de sus ídolos, y en ella hallamos ciertas cabezas de los cristianos que nos habían muerto que nos pusieron harta lástima. Y dende aquella torre iba la calle derecha - que era la misma adonde estábamos - a dar a la calzada del real de Sandoval, y a la mano izquierda iba otra calle a dar al mercado, en la cual ya no había agua ninguna excepto una que nos defendían. Y aquel día no pasamos de allí, pero peleamos mucho con los indios. Y como Nuestro Señor cada día nos daba vitoría ellos siempre llevaban lo peor. Y aquel día ya que era tarde nos volvimos al real. Otro día siguiente, estando aderezando para tomar a entrar en la cibdad, a las nueve horas del día vimos de nuestro real salir humo de dos torres muy altas que estaban en el Tatebulco o mercado de la cibdad, que no podíamos pensar qué fuese. Y como parescía que era más que de sahumeríos que acostumbran los indios hacer a sus ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de Alvarado había llegado allí, y aunque así era la verdad no lo podíamos creer. Y cierto aquel día Pedro de Alvarado y su gente lo ficieron valientemente, porque teníamos muchas puentes y albarradas de ganar y siempre acudían a las defender toda la más parte de la cibdad. Pero como él vio que por nuestra istancia íbamos estrechando a los enemigos, trabajó todo lo posible para entrarles al mercado porque allí tenían toda su fuerza, pero no pudo más de llegar a vista dél y ganalles aquellas torres y otras muchas que están junto al mesmo mercado, que es tanto casi como el circuito de las muchas torres de la cibdad. Y los de caballo se vieron en harto trabajo y les fue forzado retraerse, y al retraerse les hirieron tres caballos, y así se volvieron Pedro de Alvarado y su gente a su real. Y nosotros no quesimos ganar aquel día una puente y calle de agua que quedaba no más para llegar al mercado, salvo allanar y cegar todos los malos pasos. Y al retraer nos apretaron reciamente, aunque fue a su costa. Otro día entramos luego por la mañana en la cibdad, y como no había por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de agua con su albarrada que estaba junto a la torrecilla que he dicho, comenzámosla a combatir. Y un alférez y otros dos españoles echáronse al agua, y los de la cibdad desampararon luego el paso y comenzóse a cegar y adreszar para que pudiésemos pasar con los caballos. Y estándose adreszando, llegó Pedro de Alvarado por la mesma calle con cuatro de caballo, que fue sin comparación el placer que hobo la gente de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve conclusión en la guerra. Y Pedro de Alvarado dejaba recaudo de gente en las espaldas y lados, así para conservar lo ganado como para su defensa. Y como luego se adreszó el paso yo con algunos de caballo me fue a ver el mercado, y mandé a la gente de nuestro real que no pasase adelante de aquel paso. Y después que anduvimos paseándonos un rato por la plaza mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, y como la plaza era muy grande y vían por ella andar los de caballo, no osaban llegar. Y yo subí en aquella torre grande que estaba junto al mercado, y en ella también y en otras hallamos ofrecidas ante sus Ídolos las cabezas de los cristianos que nos habían muerto y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy cruel y antigua enemistad. Y yo miré dende aquella torre lo que teníamos ganado de la cibdad, que sin duda de ocho partes teníamos ganadas las siete. Y viendo que tanto número de gente de los enemigos no era posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puesta cada una dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la grandísima hambre que entre ellos había y que por las calles hallábamos roídas las raíces y cortezas de los árboles, acordé de los dejar de combatir por algúnd día y movelles algúnd partido por do no peresciese tanta multitud de gente, que cierto me ponía en mucha lástima y dolor el daño que en ellos se facía. Y continuamente les facía acometer con la paz, y ellos decían que en ninguna manera se habían de dar, y que uno solo que quedase había de morir peleando, y que de todo lo que tenían no habíamos de haber ninguna cosa y que lo habían de quemar y echar en el agua donde nunca paresciese. Y yo, por no dar mal por mal, desimulaba en no les dar combate. Como teníamos muy poca pólvora, habíamos puesto en plática más había de quince días de hacer un trabuco. Y aunque no había maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer uno pequeño. Y aunque yo tuve pensamiento que no habíamos de salir con esta obra, consentí que lo ficiesen, y en aquellos días en que teníamos tan arrinconados los indios acabóse de hacer y llevóse a la plaza del mercado para lo asentar en uno como teatro que está en medio della fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio y de isquina a isquina habrá treinta pasos, el cual tenían ellos para cuando hacían algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se ponían allí porque toda la gente del mercado y los que estaban en bajo y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacía. Y traído allí, tardaron en lo asentar tres o cuatro días. Y los indios nuestros amigos amenazaban con él a los de la cibdad diciéndoles que con aquel ingenio los habíamos de matar a todos, y aunque otro fruto no hiciera - como no hizo - sino el temor que con él se ponía, por el cual pensábamos que los enemigos se dieran, era harto. Y lo uno y lo otro cesó, porque ni los carpinteros salieron con su intención ni los de la cibdad, aunque tenían temor, movieron ningúnd partido para se dar. Y la falta y defeto del trabuco desimulámosla con que, movidos de compasión, no los queríamos acabar de matar. Otro día después de asentado el trabuco volvimos a la cibdad, y como ya había tres o cuatro días que no los combatíamos, hallamos las calles por donde íbamos llenas de mujeres y niños y otra gente miserable que se morían de hambre. Y salían traspasados y flacos que era la mayor lástima del mundo de los ver, y yo mandé a nuestros amigos que no les ficiesen mal ninguno, pero de la gente de guerra no salía ninguno adonde pudiesen rescebir daño, aunque los víamos estar encima de sus azoteas cubiertos con sus mantas que usan y sin armas. Y fice este día que se les requiriese con la paz, y sus respuestas eran disimulaciones. Y como lo más del día nos tenían en esto invié a decirles que les quería combatir, que ficiesen retraer toda su gente; si no, que daría lícencia que nuestros amigos los matasen. Y ellos dijeron que querían paz, y yo les repliqué que yo no vía allí el señor con quien se había de tratar; que venido, para lo cual le daría todo el seguro que quisiesen, que hablaríamos en la paz. Y como vimos que era burla y que todos estaban apercebidos para pelear con nosotros, después de se la haber muchas veces amonestado, por más los estrechar y poner en más estrema nescesidad mandé a Pedro de Alvarado que con toda su gente entrase por la parte de un grand barrio que los enemigos tenían, en que habría más de mill casas, y yo por la otra parte entré a pie con la gente de nuestro real, porque a caballo no nos podíamos por allí aprovechar. Y fue tan recio el combate nuestro y de nuestros amigos que les ganamos todo aquel barrio, y fue tan grande la mortandad que se hizo en nuestros enemigos que muertos y presos pasaron de doce mill ánimas, con los cuales usaban de tanta crueldad nuestros amigos que por ninguna vía a ninguno daban la vida, aunque más reprehendidos y castigados de nosotros eran. Otro día siguiente tornamos a la cibdad y mandé que no peleasen ni ficiesen mal a los enemigos. Y como ellos vían tanta multitud de gente sobre ellos y conoscían que los venían a matar sus vasallos y los que ellos solían mandar y vían su estrema nescesidad, y como no tenían donde estar sino sobre los cuerpos muertos de los suyos, con deseo de verse fuera de tanta desventura decían que por qué no los acabábamos ya de matar, y a mucha priesa dijeron que me llamasen, que me querían hablar. Y como todos los españoles deseaban que ya esta guerra se concluyese y habían lástima de tanto mal como se hacía, holgaron mucho pensando que los indios querían paz, y con mucho placer viniéronme a llamar e importunar que me llegase a una albarrada donde estaban ciertos prencipales porque querían hablar conmigo. Y aunque yo sabía que había de aprovechar poco mi ida, determiné de ir, comoquiera que bien sabía que el no darse estaba solamente en el señor y otros tres o cuatro principales de la cibdad, porque la otra gente muertos o vivos deseaban ya verse fuera de allí. Y llegado a la albarra da, dijéronme que pues ellos me tenían por hijo del sol y el sol en tanta brevedad como era en un día y una noche daba vuelta a todo el mundo, que porqué yo así brevemente no los acababa de matar y los quitaba de penar tanto, porque ya ellos tenían deseos de morir e irse al cielo para su Ochilobus que los estaba esperando para descansar. Y este ídolo es el que en más veneración ellos tienen. Yo les respondí muchas cosas para los atraer a que se diesen y ninguna cosa aprovechaba, aunque en nosotros vían más muestras y señales de paz que jamás ningunos vencidos mostraron, siendo nosotros, con el ayuda de Nuestro Señor, los vencedores. Puestos los enemigos en el último estremo, como de lo dicho se puede colegir, para los quitar de su mal propósito como era la determinación que tenían de morir, hablé con una persona bien prencipal entre ellos que teníamos preso, al cual dos o tres días antes había prendido un tío de don Fernando, señor de Tesuico, peleando en la cibdad. Y aunque estaba muy herido le dije que si se quería volver a la cibdad, y él me respondió que sí. Y como otro día entramos en ella, inviéle con ciertos españoles, los cuales lo entregaron a los de la cibdad. Y a este prencipal yo le había fabIado largamente para que fablase con el señor y con otros prencipales sobre la paz, y él me prometió de facer sobre ello todo lo que pudiese. Los de la cibdad lo rescibieron con mucho acatamiento, como a persona prencipal, y como lo llevaron delante de Guatimucin, su señor, y él le comenzó a hablar sobre la paz, diz que luego lo mandó matar y sacrificar. Y la respuesta que estábamos esperando nos dieron con venir con grandísimos alaridos diciendo que no querían sino morir, y comienzan a nos tirar varas, flechas y pie dras y a pelear reciamente con nosotros, y tanto que nos mataron un caballo con un dalle que uno traía hecho de una espada de las nuestras. Y al fin les costó caro, porque murieron muchos dellos. Y así nos volvimos a nuestros reales aquel día. Otro día tornamos a entrar en la cibdad, y ya estaban los enemigos tales que de noche osaban quedar en ella de nuestros amigos infinitos dellos. Y llegados a vista de los enemigos, no quesimos pelear con ellos sino andamos paseando por su cibdad, porque teníamos pensamiento que cada hora y cada rato se habían de salir a nosotros. Y por los inclinar a ello yo me llegué cabalgando cabe una albarrada suya que tenían bien fuerte y llamé a ciertos prencipales que estaban detrás, a los cuales yo conoscía, y díjeles que pues se vían tan perdidos y conoscían que si yo quisiese en una hora no quedaría ninguno dellos, que porqué no venía a me hablar Guatrimicin, su señor, que yo le prometía de no hacelle ningúnd mal, y que queríendo él y ellos venir de paz, que serían de mí muy bien rescebidos y tratados. Y pasé con ellos otras razones con que los provoqué a muchas lágrímas. Y llorando me respondieron que bien conoscían su yerro y perdición, y que ellos querían ir a hablar a su señor y me volverían presto con la respuesta, y que no me fuese de allí. Y ellos se fueron, y volvieron dende a un rato y dijéronme que porque ya era tarde su señor no había venido, pero que otro día a mediodía vernía a me hablar en todo caso en la plaza del mercado, y así nos fuemos a nuestro real. Y yo mandé para otro día que estuviese adreszado allí en aquel cuadrado alto que está en medio de la plaza para el señor y prencipales de la cibdad un estrado como ellos lo acostumbran, y que también les tuviesen aderezado de comer, y ansí se puso por obra. Otro día de mañana fuemos a la cibdad. Y yo avisé a la gente que estuviese apercebida porque si los de la cíbdad acometiesen alguna traición no nos tomasen descuidados, y a Pedro de Alvarado, que estaba allí, le avisé de lo mesmo. Y como llegamos al mercado, yo invié a decir y hacer saber a Guatimucin cómo le estaba esperando, el cual, segúnd paresció, acordó de no venir e invióme cinco de aquellos señores prencipales de la cibdad cuyos nombres, porque no hacen mucho al caso, no digo aquí. Los cuales llegados, dijeron que su señor me inviaba a rogar con ellos que le perdonase porque no venía, que tenía mucho miedo de parescer ante mí y también estaba malo, y que ellos estaban allí, que viese lo que mandaba, que ellos lo harían. Y aunque el señor no vino, holgamos mucho que aquellos prencipales viniesen, porque parescía que era camino de dar presto conclusión a todo el negocio. Yo los rescebí con semblante alegre y mandéles dar luego de comer y beber, en lo cual mostraron bien el deseo y nescesidead que dello tenían. Y después de haber comido díjeles que hablasen a su señor y que no tuviese temor ninguno, y que le prometía que aunque ante mi viniese, que no le sería hecho enojo ninguno ni sería detenido, porque sin su presencia en ninguna cosa se podía dar buen asiento ni concierto. Y mandéles dar algunas cosas de refresco que llevasen para comer. Y prometiéronme de hacer en el caso todo lo que pudiesen, y ansí se fueron. Y dende a dos horas volvieron y trajéronme unas mantas de algodón buenas de las que ellos usan, y dijéronme que en ninguna manera Guatimucin, su señor, vernía ni quería venir, y que era escusado hablar en ello. Y yo les torné a repetir que no sabía la cabsa porque él se recelaba venir ante mí, pues vía que a ellos, que yo sabía que habían sido los cabsadores prencipales de la guerra y que la habían sustentado, les hacía buen tratamiento, que los dejaba ir y venir seguramente sin rescebir enojo alguno; que les rogaba que le tornasen a fablar y mirasen mucho en esto de su venida, pues a él le convenía y yo lo hacía por su provecho. Y ellos respondieron que ansí lo harían y que otro día me volverían con la respuesta, y así se fueron ellos, y también nosotros a nuestros reales. Otro día bien de mañana aquellos principales vinieron a nuestro real y dijéronme que me fuese a la plaza del mercado de la cibdad, porque su señor me quería ir a hablar allí. Y yo, creyendo que fuera así, cabalgué y tomamos nuestro camino, y estúvele esperando donde quedaba concertado más de tres o cuatro horas, y nunca quiso venir ni parescer ante mí. Y como yo vi la burla y que era ya tarde y que los otros mensajeros ni el señor venían, invié a llamar a los indios nuestros amigos que habían quedado a la entrada de la cibdad casi una legua de donde estábamos, a los cuales yo había mandado que no pasasen de allí porque los de la cibdad me habían pedido que para hablar en las paces no estuviese ninguno dellos dentro. Y ellos no se tardaron ni tampoco los del real de Pedro de Alvarado, y como llegaron comenzamos a combatir unas albarradas y calles de agua que tenían - que ya no les quedaba otra mayor fuerza y entrámosles ansí nosotros como nuestros amigos todo lo que quesimos. Y al tiempo que yo salí del real había proveído que Gonçalo de Sandoval entrase con los bergantines por la otra parte de las casas en que los indios estaban fuertes por manera que los tuviésemos cercados, y que no los combatiese fasta que viese que nosotros combatíamos, por manera que por estar así cercados y apretados no tenían paso por donde andar sino por encima de los muertos y por las azoteas que les quedaban, y a esta causa ni tenían ni hallaban flechas ni varas ni piedras con que nos ofender, y andaban con nosotros nuestros amigos a espada y rodela. Y era tanta la mortandad que en ellos se hizo por la mar y por la tierra que aquel día se mataron y prendieron más de cuarenta mill ánimas, y era tanta la gríta y lloro de los niños y mujeres que no había persona a quien no quebrase el corazón. Y ya nosotros teníamos más que hacer en estorbar a nuestros amigos que no matasen ni hiciesen tanta crueldad que no en pelear con los indios, la cual crueldad nunca en generación tan recia se vio ni tan fuera de toda orden de naturaleza como en los naturales destas partes. Nuestros amigos hobieron este día grand despojo, el cual en ninguna manera les podíamos resistir, porque nosotros éramos obra de nuevecientos españoles y ellos más de ciento y cincuenta mill hombres, y ningúnd recaudo ni deligencia bastaba para los estorbar que no robasen, aunque de nuestra parte se hacía lo posible. Y una de las cosas porque los días antes yo rehusaba de no venir en tanta rotura con los de la cibdad era porque tomándolos por fuerza habían de echar lo que tuviesen en el agua; y ya que no lo ficiesen, nuestros amigos habrían de robar todo lo más que hallasen. Y a esta cabsa temía que se habría para Vuestra Majestad poca parte de la mucha ríqueza que en esta cibdad había y segúnd la que yo antes para Vuestra Alteza tenía. Y porque ya era tarde y no podíamos sufrír el mal olor de los muertos que había de muchos días por aquellas calles, que era la cosa del mundo mas pestilencial, nos fuemos a nuestros reales. Y aquella tarde dejé concertado que para otro día siguiente que habíamos de volver a entrar se aparejasen tres tiros gruesos que teníamos para llevarlos a la cibdad, porque yo temía que como estaban los enemigos tan juntos y que no tenían por dónde se rodear, queriéndoles entrar por fuerza, sin pelear podrían entre sí ahogar los españoles. Y quería dende acá hacerles con los tiros algúnd poco de daño porque se saliesen de allí para nosotros. Y al alguacil mayor mandé que asimesmo para otro día que estuviese apercebido para entrar con los bergantines por un lago de agua grande que se hacía entre unas casas donde estaban todas las canoas de la cibdad recogidas. Y ya tenían tan pocas casas donde poder estar que el señor de la cibdad andaba metido en una canoa con ciertos prencipales, que no sabían qué hacer de sí. Y desta manera quedó concertado que habíamos de entrar otro día por la mañana. Siendo ya de día, hice aprescebir toda la gente y llevar los tiros gruesos. Y el día antes había mandado a Pedro de Alvarado que me esperase en la plaza del mercado y no diese combate fasta que yo llegase. Y estando ya todos juntos y los bergantines apercebidos todos por detrás de las casas del agua donde estaban los enemigos, mandé que en oyendo soltar una escopeta que entrasen por una poca parte que estaba por ganar y echasen a los enemigos al agua hacia donde los bergantines habían de estar a punto. Y aviséles mucho que mirasen por Guautimucin y trabajasen de lo tomar a vida, porque en aquel punto cesaría la guerra. Y yo me sobí encima de una azotea y antes del combate hablé con algunos de aquellos prencipales de la cibdad que conoscía y les dije qué era la cabsa porque su señor no quería venir, que pues se vían en tanto estremo, que no diesen causa a que todos peresciesen, y que lo llamasen y no hobiese ningúnd temor. Y dos de aquellos prencipales paresció que lo iban a llamar, y dende a poco volvió con ellos uno de los más prencipales de todos ellos que se llamaba Ciguacoacin y era el capitán y gobernador de todos ellos y por su consejo se siguían todas las cosas de la guerra. Y yo le mostré toda buena voluntad porque se asegurase y no tuviese temor, y al fin me dijo que en ninguna manera el señor vernía ante mí, y antes quería por allá morír; y que a él pesaba mucho desto, que hiciese yo lo que quisiese. Y como vi en esto su determinación yo le dije que se volviese a los suyos y que él y ellos se aparejasen porque los quería combatir y acabar de matar, y así se fue. Y como en estos conciertos se pasaron más de cinco horas y los de la cibdad estaban todos encima de los muertos y otros en el agua y otros andaban nadando y otros ahogándose en aquel lago donde estaban las canoas, que era grande, era tanta la pena que tenían que no basta juicio a pensar cómo lo podían sufrir. Y no hacían sino salirse infinito número de hombres y mujeres y niños hacia nosotros, y por darse priesa al salir unos a otros se echaban al agua y se ahogaban entre aquella multitud de muertos, que, segúnd paresció, del agua salada que bebían y de la hambre y mal olor había dado tanta mortandad en ellos que murieron más de cincuentas mill ánimas, los cuerpos de las cuales porque nosotros no alcanzásemos su nescesidad ni los echaban al agua, porque los bergantines no topasen con ellos, ni los echaban fuera de su conversación, porque nosotros por la cibdad no los viésemos. Y así por aquellas calles en que estaban hallábamos los montones de los muertos, que no había persona que en otra cosa pudiese poner los pies. Y como la gente de la cibdad se salía a nosotros yo había proveído que por todas las calles estuviesen españoles para estorbar que nuestros amigos no matasen a aquellos tristes que se salían, que eran sin cuento, y también dije a todos los capitanes de nuestros amigos que en ninguna manera consintiesen matar a los que se salían. Y no se pudo estorbar, como eran tantos, que aquel día no mataron y sacrificaron más de quin ce mill ánimas. Y en esto todavía los prencipales y gente de guerra de la cibdad se estaban arrinconados y en algunas azoteas y casas y en el agua, donde ni les aprovechaba disimulación ni otra cosa, porque no viésemos su perdición y su flaqueza muy a la clara. Viendo que se venía la tarde y que no se querían dar, fice asentar los dos tiros gruesos hacia ellos para ver si se darían, porque más daño rescibieran en dar licencia a nuestros amigos que les entraran que no de los tiros, los cuales hicieron algúnd daño. Y como tampoco esto aprovechaba mandé soltar la escopeta, y en soltándola luego fue tomado aquel rincón que tenían y echados al agua los que en él estaban. Otros que quedaban sin pelear se rindieron. Y los bergantines entraron de golpe por aquel lago y rompieron por medio de aquella flota de las canoas, y la gente de guerra que en ellas estaba ya no osaban pelear. Y plugo a Dios que un capitán de un bergantín que se dice Garcí Holguín llegó en pos de una canoa en la cual le paresció que iba gente de manera. Y como llevaba dos o tres ballesteros en la proa del bergantín e iban encarando en los de la canoa ficiéronles señal que estaba allí el señor, que no tirasen. Y saltaron de presto y prendiéronle a él y a aquel Guautimoucin y a aquel señor de Tacuba y a otros principales que con él estaban. Y luego el dicho capitán Garcí Holguín me trajo allí a la azotea donde estaba, que era junto al lago, al señor de la cibdad y a los otros prencipales presos, el cual, como le fice sentar no monstrándole riguridad ninguna, llegóse a mí y díjome en su lengua que ya él había fecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos fasta venir en aquel estado, que agora ficiese déllo que yo quisiese. Y puso la mano en un puñal que yo tenía, deciéndome que le diese de puñaladas y lo matase. Y yo le animé y le dije que no tuviese temor ninguno. Y así, preso este señor, luego en ese punto cesó la guerra, a la cual plugo a Dios Nuestro Señor dar conclusión martes, día de Santo Hipólito, que fueron trece de agosto de mill y quinientos y veinte y un años, de manera que desde el día que se puso cerco a la cibdad, que fue a treinta de mayo del dicho año, fasta que se ganó, pasaron setenta y cinco días, en los cuales Vuestra Majestad verá los trabajos, peligros y desventuras que estos sus vasallos padescieron, en los cuales mostraron tanto sus personas que las obras dan buen testimonio dello. Y en todos aquellos setenta y cinco días del cerco ninguno se pasó que no se tuviese combate con los de la cibdad, poco o mucho. Aquel día de la presión de Guautimucin y toma de la cibdad, después de haber recogido el despojo que se pudo haber nos fuemos al real, dando gracias a Nuestro Señor por tan señalada merced y tan deseada vitoria como nos había dado. Allí en el real estuve tres o cuatro días dando orden en muchas cosas que convenían, y después nos venimos a la cibdad de Cuyoacan, donde hasta agora he estado entendiendo en la buena orden, gobernación y pacificación destas partes. Recogido el oro y otras cosas, con parecer de los oficiales de Vuestra Majestad se hizo fundición dello. Y montó lo que se fundió más de ciento y treinta mill castellanos, de que se dio el quinto al tesorero de Vuestra Majestad, sin el quinto de otros derechos que a Vuestra Majestad pertenescieron de esclavos y otras cosas, segúnd más largo se verá por la relación de todo lo que a Vuestra Majestad pertenesció, que irá firmado de nuestros nombres. Y el oro que restó se repartió en mí y en los españoles segúnd la manera y servicio y calidad de cada uno. Demás del dicho oro se hobieron ciertas piezas y joyas de oro, y de las mejores dellas se dio el quinto al dicho tesorero de Vuestra Majestad. Entre el despojo que se hobo en la dicha cibdad hobimos muchas rodelas de oro y penachos y plumajes y cosas tan maravillosas que por escrito no se pueden significar ni se pueden comprehender si no son vistas. Y por ser tales parescióme que no se debían quintar ni dividir, sino que de todas ellas se hiciese servicio a Vuestra Majestad, para lo cual yo fice juntar todos los españoles y les rogué que tuviesen por bien que todas aquellas cosas se inviasen a Vuestra Majestad, y que de la parte que a ellos venía y a mí sirviésemos a Vuestra Majestad. Y ellos folgaron de lo hacer de muy buena voluntad, y con tal ellos y yo inviamos el dicho servicio a Vuestra Majestad con los procuradores que los concejos desta Nueva España invían. Como la cibdad de Temixtitán era tan prencipal y nombrada por todas estas partes, paresce que vino a noticia de un señor de una muy grand provincia que está setenta leguas de Timixititán que se dice Mechuacan cómo la había destruido y asolado. Y considerando la grandeza y fortaleza de la dicha cibdad, al señor de aquella provincia le paresció que pues que aquélla no se nos había defendido, que no habría cosa que se nos amparase. Y por temor o por lo que a él le plugo invióme ciertos mensajeros, y de su parte me dijeron por los intérpetres de su lengua que su señor había sabido que nosotros éramos vasallos de un grand señor, y que si yo tuviese por bien, él y los suyos lo querían también ser y tener mucha amistad con nosotros. Y yo le respondí que era verdad que todos éramos vasallos de aquel grand señor que era Vuestra Majestad, y que a todos los que no lo quisiesen ser les habíamos de facer guerra, y que su señor y ellos lo habían fecho muy bien. Y como yo de poco acá tenía alguna noticia de la Mar del Sur, informéme también dellos si por su tierra podían ir allá, y ellos me respondieron que sí. Y roguéles que porque pudiese informar a Vuestra Majestad de la dicha mar y de su provincia, lleváse consigo dos españoles que les daría. Y ellos dijeron que les placía de muy buena voluntad, pero que para pasar al mar había de ser por tierra de un grand señor con quien ellos tenían guerra, y que a esta cabsa por agora no podían llegar a la mar. Estos mensajeros de Mechuacan estuvieron aquí conmigo tres o cuatro días, y delante dellos hice escaramuzar los de caballo para que allá lo contasen. Y habiéndoles dado ciertas joyas, a ellos y a los dos españoles despaché para la dicha provincia de Mechuacan. Como en el capítulo antes déste he dicho, yo tenía, Muy Poderoso Señor, alguna noticia poco había de la otra Mar del Sur y sabía que por dos o tres partes estaba a doce y a trece y a catorce jornadas de aquí. Y estaba muy ufano porque me parescía que en la descubrir se hacía a Vuestra Majestad muy grande y señalado servicio, especialmente que todos los que tienen alguna ciencia y espiriencia en la navegación de las Indias han tenido por muy cierto que descubriendo por estas partes la Mar del Sur, se habían de hallar muchas islas ricas de oro y piedras y perlas preciosas y especeria y se habían de descubrir y hallar otros muchos secretos y cosas admirables. Y esto han afirmado y afirman también personas de letras y esprimentadas en la ciencia de la cosmografia. Y con tal deseo y con que de mí pudiese Vuestra Majestad rescebir en esto muy singular y memorable servicio, despaché cuatro españoles, los dos por ciertas provincias y los otros dos por otras. E informados de las vías que habían de llevar y dándoles personas de nuestros amigos que los guiasen y fuesen con ellos, se partieron. Y yo les mandé que no parasen fasta llegar a la mar, y que en descubriéndola, tomasen la posesión real y corporalmente en nombre de Vuestra Majestad. Y los unos anduvieron cerca de ciento y treinta leguas por muchas y buenas provincias sin rescebir ningúnd estorbo, y llegaron a la mar y tomaron la posesión y en señal pusieron cruces en la costa della. Y dende a ciertos días se volvieron con la relación del dicho descubrimiento y me informaron muy particularmente de todo, y me trujeron algunas personas de los naturales de la dicha mar y también me truje ron muy buena muestra de oro de minas que hallaron en algunas de aquellas provincias por donde pasaron, la cual con otras muestras de oro agora invío a Vuestra Majestad. Los otros dos españoles se detuvieron algo más porque anduvieron cerca de ciento y cincuenta leguas por otra parte hasta llegar a la dicha mar, donde asimesmo tomaron la dicha posesión, y me trajeron larga relación de la costa. Y se vinieron con ellos algunos de los naturales della, y a ellos y a los otros los rescebí graciosamente. Y con haberlos informado del grand poder de Vuestra Majestad y dado algunas cosas, se volvieron muy contentos a sus tierras. En la otra relación, Muy Católico Señor, hice saber a Vuestra Majestad cómo al tiempo que los indios me desbarataron y echaron la primera vez fuera de la cibdad de Temixtitán se habían rebelado contra el servicio de Vuestra Majestad todas las provincias subjetas a la cibdad y nos habían hecho la guerra. Y por esta relación podrá Vuestra Majestad mandar ver cómo habemos reducido a su real servicio todas las más tierras y provincias que estaban rebeladas. Y porque ciertas provincias que están de la costa de la Mar del Norte a diez y a quince y a treinta leguas, dende que la dicha cibdad de Temixtitán se había alzado ellas estaban rebeladas y los naturales dellas habían muerto a traición y sobre seguro más de cient españoles, y yo fasta haber dado conclusión en esta guerra de la cibdad no había tenido posibilidad para inviar sobre ellos, acabados de despachar aquellos españoles que vinieron de descubrir la Mar del Sur, determiné de inviar a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, con treinta y cinco de caballo y ducientos españoles y gente de nuestros amigos y con algunos prencipales y naturales de Temixtitán a aquellas provincias, que se dicen Tatactetelco y Textebeque y Guatuxco y Aulicaba. Y dándole instrución de la orden que había de tener en esta jornada, se comenzó a adreszar para la hacer. En esta sazón el teniente que yo había dejado en la villa de Segura la Frontera, que es en la provincia de Tepeaca, vino a esta cibdad de Cuyoacan e hízome saber cómo los naturales de aquella provincia y de otras a ella comarcanas vasallos de Vuestra Majestad rescebían daño de los naturales de una provincia que se dice Guaxacaque que les facían guerra porque eran nuestros amigos; y que demás de ser nescesario poner remedio a esto era muy bien asegurar aquella provincia de Guaxacaque porque estaba en camino de la Mar del Sur, y en pacificándose sería cosa muy provechosa así para lo dicho como para otros efetos de que adelante haré relación a Vuestra Majestad. Y el dicho teniente me dijo que estaba muy particularmente informado de aquella provincia y que con poca gente la podría sojuzgar, porque estando yo en el real sobre Temixtitán él había ido a ella porque los de Tepeaca le ahincaban que fuese a hacer guerra a los naturales della, pero como no llevaba más de veinte o treinta españoles le habían fecho volver, aunque no tanto despacio como él quisiera. Y yo, vista su relación, dile doce de caballo y ochenta españoles, y el dicho alguacil mayor y teniente se partieron con su gente desta cibdad de Cuyoacan a treinta de otubre del año de quinientos y veinte y uno. Y llegados a la provincia de Tepeaca, ficieron allí sus alardes y cada uno se partió a su conquista. Y el alguacil mayor dende a veinte y cinco días me escríbió cómo había llegado a la provincia de Buatusco, y que aunque llevaba harto recelo que se había de ver en apríeto con los enemigos porque era gente muy diestra en la guerra y tenían muchas fuerzas en su tierra, que habia placido a Nuestro Señor que había salido de paz; y que aunque no había llegado a las otras provincias, que tenía por muy cierto que todos los naturales dellas se le vernían a dar por vasallos de Vuestra Majestad. Y dende a quince días hobe cartas suyas por las cuales me fizo saber cómo había pasado más adelante y que toda aquella tierra estaba ya de paz, y que le parescía que para la tener segura era bien poblar en lo más a propósito della, como mucho antes lo habíamos puesto en plática, y que viese lo que cerca dello debía hacer. Yo le escrebí agradeciéndole mucho lo que había trabajado en aquella su jornada en servicio de Vuestra Majestad, y le hice saber que me parescía muy bien lo que decía acerca del poblar. E inviéle a decir que ficiese una villa de españoles en la provincia de Tuxtebeque y que le pusiese nombre Medellín, e inviéle su nombramiento de alcaldes y regidores y otros oficiales, a los cuales todos encargué mirasen todo lo que conviniese al servicio de Vuestra Majestad y al buen tratamiento de los naturales. El teniente de la villa de Segura la Frontera se partió con su gente a la provincia de Guaxaca con mucha gente de guerra de aquella comarca nuestros amigos, y aunque los naturales de la dicha provincia se pusieron en resistirle y peleó dos o tres veces con ellos muy reciamente, al fin se dieron de paz sin rescebir ningúnd daño. Y de todo me escribió particularmente y me informó cómo la tierra era muy buena y rica de minas, y me invió una singular muestra de oro dellas que tambien invío a Vuestra Majestad. Y él se quedó en la dicha provincia para hacer de allí lo que le inviase a mandar. Habiendo dado orden en el despacho destas dos conquistas y sabiendo el buen susceso dellas, y viendo como yo tenia ya pobladas tres villas de españoles y que conmigo estaban copia dellos en esta cibdad de Cuyoacan, habiendo platicado en qué parte haríamos otra población alderredor de las lagunas - porque désta había más nescesidad para la seguridad y sosiego de todas estas partes - y ansimesmo viendo que la cibdad de Temixtitán que era cosa tan nombrada y de que tanto caso y memoria siempre se ha fecho, paresciónos que en ella era bien poblar, porque estaba toda destruida. Y yo repartí los solares a los que se asentaron por vecinos, y fízose nombramiento de alcaldes y regidores en nombre de Vuestra Majestad segúnd en sus reinos se acostumbra. Y entretanto que las casas se hacen acordamos de estar y residir en esta cibdad de Cuyocan, donde al presente estamos de cuatro o cinco meses acá que la dicha cibdad de Temixtitán se va reparando. Está muy hermosa, y crea Vuestra Majestad que cada día se irá ennobleciendo en tal manera que como antes fue prencipal y señora destas provincias todas, que lo será también de aquí adelante. Y se hace y hará de tal manera que los españoles estén muy fuertes y seguros y muy señores de los naturales, de manera que dellos en ninguna forma puedan ser ofendidos. En este comedio el señor de la provincia de Tecoantepeque, que es junto a la mar del Sur y por donde la descu brieron los dos españoles, me invió ciertos prencipales y con ellos se invió a ofrescer por vasallo de Vuestra Majestad, y me invió un presente de ciertas joyas y piezas de oro y plumajes, lo cual todo se entregó al tesorero de Vuestra Majestad. Y yo les agradescí a aquellos mensajeros lo que de parte de su señor me dijeron y les dí ciertas cosas que le llevasen, y se volvieron muy alegres. Ansimismo vienieron a esta sazón los dos españoles que habían ido a la provincia de Mechuacan, por donde los mensajeros que el señor de allí me había inviado me habían dicho que también por aquella parte se podía ir a la mar del Sur, salvo que había de ser por tierra de un señor que era su enemigo. Y con los dos españoles vino un hermano del señor de Mechuacan, y con él otros prencipales y servidores que pasaban de mill personas, a los cuales yo rescebí mostrándoles mucho amor. Y de parte del señor de la dicha provincia, que se dice Calcucin, me dieron para Vuestra Majestad un presente de rodelas de plata que pesaron tantos marcos y otras cosas muchas que se entregaron al tesorero de Vuestra Majestad. Y porque viesen nuestra manera y lo contasen allá a su señor, hice salir a todos los de caballo a una plaza y delante dellos corrieron y escaramuzaron. Y la gente de pie salió en ordenanza, y los escopeteros soltaron las escopetas y con la artillería fice tirar a una torre, y quedaron muy espantados de ver lo que en ella se hizo y de ver correr los caballos. E hícelos llevar a ver la destruición y asolamiento de la cibdad de Temixtitan, que de la ver y de ver su fuerza y fortaleza por estar en el agua quedaron muy espantados. Y a cabo de cuatro o cinco días, dándoles muchas cosas para su señor de las que ellos tienen en estima y para ellos, se partieron muy alegres y contentos. Antes de agora he fecho relación a Vuestra Majestad del río de Pánuco, que es la costa abajo de la villa de la Vera Cruz cincuenta o sesenta leguas, al cual los navíos de Francisco de Garay habían ido dos o tres veces y aun rescebido harto daño de los naturales del dicho río por la poca manera que se habían dado los capitanes que allí había inviado en la contratación que habían querído tener con los indios. Y después yo, viendo que en toda la costa de la Mar del Norte hay falta de puertos y ninguno hay tal como aquél del río, y también porque aquellos naturales dél habían venido de antes a mí por se ofrescer por vasallos de Vuestra Majestad y agora han hecho y facen guerra a los vasallos de Vuestra Majestad nuestros amigos, tenía acordado de inviar allá un capitán con cierta gente y pacificar toda aquella provincia, y si fuese tierra tal para poblar, hacer allí en el río una villa, porque todo lo de aquella comarca se aseguraría. Y aunque éramos pocos y derramados en tres o cuatro partes y tenía por esta cabsa alguna contradición para no sacar más gente de aquí, empero, así por socorrer a nuestros amigos como porque después que se había ganado la cibdad de Temixtitán habían venido navíos y habían traido alguna gente y caballos, fice adreszar veinte y cinco de caballo y ciento y cincuenta peones y un capitán con ellos para que fuesen al dicho río. Y estando despachando a este capitán, me escribieron de la villa de la Vera Cruz cómo allí al puerto della había llegado un navío y que en él venía Crístóbal de Tapia, veedor de las fundiciones de la isla Española, del cual otro día siguiente rescebí una carta por la cual me hacía saber que su venida a esta tierra era para tener la gobernación della por mandado de Vuestra Majestad, y que dello traía sus provisiones reales, de las cuales en ninguna parte quería facer presentación fasta que nos viésemos, lo cual quisiera que fuera luego, pero que como traía las bestias fatigadas de la mar no se había metido en camino; y que me rogaba que diésemos orden cómo nos viésemos, o él veniendo acá o yo yendo allá a la costa de la mar. Y como rescebí su carta, luego respondí a ella diciéndole que holgaba mucho con su venida, y que no pudiera venir persona proveída por mandado de Vuestra Majestad a tener la gobernación destas partes de quien más contentamiento tuviera, así por el conoscimiento que entre nosotros había como por la crianza y vecindad que en la isla Española habíamos tenido. Y porque la pacificación destas partes no estaba aún tan soldada como convenía y de cualquiera novedad se daría ocasión de alterar a los naturales, y como el padre fray Pedro Melgarejo de Urrea, comisario de la cruzada, se había hallado en todos nuestros trabajos y sabía muy bien en qué estado estaban las cosas de acá y de su venida Vuestra Majestad había sido muy servido y nosotros aprovechados de su dotrina y consejos, yo le rogué con mucha instancia que tomase trabajo de se ver con el dicho Tapia y viese las provisiones de Vuestra Majestad; y pues él mejor que nadie sabía lo que convenía a su real servicio y al bien de aquestas partes, que él diese orden con el dicho Tapia en lo que más convenía, pues tenía concepto de mí que no excedería un punto dello, lo cual yo le rogué en presencia del tesorero de Vuestra Majestad y él ansimesmo se lo encargó mucho. Y él se partió para la villa de la Vera Cruz donde el dicho Tapia estaba, y para que en la villa o por donde viniese el dicho veedor se le ficiese todo buen servicio y acogimiento, despaché al dicho padre y a dos o tres personas de bien de los de mi compañía. Y como aquellas personas se partieron, yo quedé esperando su respuesta y en tanto que adreszaba mi partida dando orden en algunas cosas que convenían al servicio de Vuestra Majestad y a la pacificación y sosiego destas partes. Dende a diez o doce días la justicia y regimiento de la villa de la Vera Cruz me escribieron cómo el dicho Tapia había fecho presentación de las provisiones que traía de Vuestra Majestad y de sus gobernadores en su real nombre y que las habían obedescido con toda la reverencia que se requería; y que en cuanto al cumplimiento, habían respondido que porque los más del regimiento estaban acá conmigo que se habían hallado en el cerco de la cibdad, ellos se lo harían saber, y todos harían y cumplirían lo que fuese más servicio de Vuestra Majestad y bien de la tierra; y que desta su respuesta el dicho Tapia había rescebido algúnd desabrimiento y aun había tentado algunas cosas escandalosas. Y comoquiera que a mí me pesaba dello, les respondí que les rogaba y encargaba mucho que mirando prencipalmente el servicio de Vuestra Majestad, trabajasen de contentar al dicho Tapia y no dar ninguna ocasión a que hobiese ningúnd bollicio; y que yo estaba de camino para me ver con él y cumplir lo que Vuestra Majestad mandaba y más su servicio fuese. Y estando ya de camino, y empidida la ida del capitán y gente que inviaba al río de Pánuco, porque convenía que yo salido de aquí quedase muy buen recabdo, los procu radores de los concejos desta Nueva España me requirieron con muchas protestaciones que no saliese de aquí, porque como toda esta provincia de México y Temixtitán había poco que se había pacificado con mi ausencia se alborotaría, de que se podía seguir mucho deservicio a Vuestra Majestad y desasosiego en la tierra. Y dieron en el dicho su requirimiento otras muchas causas y razones por donde no convenía que yo saliese desta cibdad al presente, y dijéronme que ellos con poder de los concejos irían a la villa de la Vera Cruz, donde el dicho Tapia estaba, y verían las provisiones de Vuestra Majestad y harían todo lo que fuese su real servicio. Y porque nos paresció ser ansí nescesario y los dichos procuradores se partían, escrebí con ellos al dicho Tapia faciéndole saber lo que pasaba, y que yo inviaba mi poder a Gonçalo de Sandoval, alguacil mayor, y a Diego de Soto y a Diego de Valdenebro, que estaban allá en la villa de la Veracruz, para que en mi nombre juntamente con el cabildo della y con los procuradores de los otros cabildos viesen y ficiesen lo que fuese servicio de Vuestra Majestad y bien de la tierra, porque erán y son personas que ansí lo habían de cumplir. Allegados donde el dicho Tapia estaba, que venía ya de camino y el padre fray Pedro se venía con él, requiríéronle que se volviese, y todos juntos se volvieron a la cibdad de Cempoal. Y allí el dicho Crístóbal de Tapia presentó las provisiones de Vuestra Majestad, las cuales todos obedescieron con el acatamiento que a Vuestra Majestad se debe, y en cuanto al cumplimiento dellas dijeron que suplicaban para ante Vuestra Majestad, porque así convenía a su real servicio por las causas y razones contenidas en la suplicación que hicieron, segúnd que más largamente pasó y los procuradores que van desta Nueva España lo llevan signado de escribano público. Y después de haber pasado otros abtos y requirimientos entre el dicho veedor y procuradores, se embarcó en un navío suyo porque ansí le fue requerido, porque de su estada y haber publicado que él venía por gobernador y capitán destas partes se alborotaban, y tenían éstos de México y Temixtitán ordenado con los naturales destas partes de se alzar y hacer una grand traición que, a salir con ella, hobiera sido peor que la pasada. Y fue que ciertos indios de aquí de Mexico concertaron con algunos de los naturales de aquellas provincias que el alguacil mayor había ido a pacificar, que viniesen a mí a mucha priesa y me dijesen cómo por la costa andaban veinte navíos con mucha gente, y que no salían a tierra; y que porque no debía ser buena gente, si yo queria ir allá y ver lo que era, que ellos se adreszarían e irían de guerra conmigo a me ayuday. Y para que los creyese trujéronme la figura de los navíos en un papel. Y como secretamente me hicieron saber esto luego conoscí su intención y que era maldad. Y rodeado para verme fuera desta provincia, porque como algunos de los prencipales della habían sabido que los días antes yo estaba de partida y vieron que me estaba quedo, habían buscado esta otra manera. Y yo desimulé con ellos y después prendí a algunos que lo habían ordenado, de manera que la venida del dicho Tapia y no tener espiriencia de la tierra y gente della causó harto bullicio, y su estada ficiera mucho daño si Dios no lo hobiera remediado. Más servicio hobiera fecho a Vuestra Majestad, estando en la isla Española, dejar su venida y consultarla primero a Vuestra Majestad y facerle saber el estado en que estaban las cosas destas partes, pues lo había sabido de los navíos que yo había inviado a la dicha isla por socorro y sabía claramente haberse remediado el escándalo que se esperaba haber con la venida de la armada de Pánfilo de Narváez, aquél que prencipalmente por los gobernadores y Consejo Real de Vuestra Majestad había sido proveído; mayormente que por el almirante y jueces y oficiales de Vuestra Majestad que residen en la dicha isla Española el dicho Tapia había sido requerido muchas veces que no curase de pasar a estas partes sin que primeramente Vuestra Majestad fuese informado de todo lo que en ella ha suscedido, y para ello le sobreseyeron su venida so ciertas penas, el cual, con formas que con ellos tuvo, mirando más su particular intere se que a lo que al servicio de Vuestra Majestad convenía, trabajó que se le alzase el sobreseimiento de su venida. He fecho relación de todo ello a Vuestra Majestad porque cuando el dicho Tapia se partió los procuradores y yo no la fecimos porque él no fuera buen portador de nuestras cartas, y también porque Vuestra Majestad vea y crea que en no rescebir al dicho Tapia Vuestra Majestad fue muy servido, segúnd que más largamente se probará cada y cuando fuere nescesario. En un capítulo antes déste he fecho saber a Vuestra Majestad cómo el capitán que yo había inviado a conquistar la provincia de Guaxaca la tenía pacífica y estaba esperando allí para ver lo que le mandaba. Y porque de su persona había nescesidad y era alcalde y teniente en la villa de Segura la Frontera, le escribí que los ochenta hombres y diez de caballo que tenía los diese a Pedro de Alvarado, al cual inviaba a conquistar la provincia de Tatutepeque, que es cuarenta leguas adelante de la de Guaxaca junto a la Mar del Sur, y hacían mucho daño y guerra a los que se habían dado por vasallos de Vuestra Majestad y a los de la provincia de Tecoatepeque porque nos habían dejado por su tierra entrar a descobrir la Mar del Sur. Y el dicho Pedro de Alvarado se partió desta cibdad al último de enero deste presente año, y con la gente que de aquí llevó y con la que rescibió en la provincia de Guaxaca juntó cuarenta de caballo y ducientos peones en que había cuarenta ballesteros y escopeteros y dos tiros pequeños de campo. Y dende a veinte días rescebí cartas del dicho Pedro de Alvarado cómo estaba de camino para la dicha provincia de Tatutepeque, y que me hacía saber que había tomado ciertas espías naturales della, y habiéndose informado dellas le habían dicho que el señor de Tatutepeque con su gente le estaba esperando en el campo; y que él iba con propósito de hacer en aquel camino toda su posibilidad por pacificar aquella provincia, y porque para ello, demás de los españoles, llevaba mucha y buena gente de guerra. Y estando con mucho deseo esperando la suscesión de aqueste negocio, a cuatro de marzo deste mesmo año rescebí cartas del dicho Pedro de Alvarado en que me fizo saber cómo él había entrado en la provincia, y que tres o cuatro poblaciones della se habían puesto en resistirle pero que no habían perseverado en ello; y que había entrado en la población y cibdad de Tatutepeque y habían sido bien rescebidos a lo que habían mostrado, y que el señor, que le había dicho que se aposentase allí en unas casas grandes suyas que tenían la cobertura de paja; y que porque eran en lugar algo no provechoso para los de caballo no habían querido sino abajarse a otra parte de la cibdad que era más llano, y que también lo había fecho porque luego entonces había sabido que le ordenaban de matar a él y a todos desta manera: que como todos los españoles estuviesen aposentados en las casas, que eran muy grandes, a media noche les pusiesen fuego y los quemasen a todos; y como Dios le había descubierto este negocio había desimulado y llevado consigo a lo bajo al señor de la provincia y un fijo suyo, y que los había detenido y tenía en su poder como presos, y le habían dado veinte y cinco mill castellanos; y que creía que segúnd los vasallos de aquel señor le decían, que tenían mucho tesoro, y que toda la provincia estaba tan pacífica que no podía ser más, y que tenían sus mercados y contratación como de antes, y que la tierra era muy rica de oro de minas y que en su presencia le habían sacado una muestra, la cual me invió; y que tres días antes había estado en la mar y tomado la posesión della por Vuestra Majestad, y que en su presencia habían sacado una muestra de perlas que tambien me invió, las cuales con la muestra del oro de minas invío a Vuestra Majestad. Como Dios Nuestro Señor encaminaba bien esta negociación e iba cumpliendo el deseo que yo tengo de servir a Vuestra Majestad en esto de la Mar del Sur, por ser cosa de tanta importancia, he proveído con mucha deligencia que en la una de tres partes por do yo he descubierto la mar se hagan dos carabelas medianas y dos bergantines, las carabelas para descobrir y los bergantines para seguir la costa. Y para ello he inviado con una persona de recabdo bien cuarenta españoles, en que van maestros y carpinteros de ribera y aserradores y herreros y hombres de la mar. Y he proveído a la villa por clavazón y velas y otros aparejos nescesarios para los dichos navíos, y se dará toda la priesa que sea posible para los acabar y echar al agua, lo cual fecho, crea Vuestra Majestad que será la mayor cosa y de que más servicio redundará a Vuestra Majestad después que las Indias se han descubierto. Estando en la cibdad de Tesuico antes que de allí saliese a poner cerco a la de Temixtitán, adreszándonos y forneciéndonos de lo nescesario para el dicho cerco, bien descuidados de lo que por ciertas personas se ordenaba, vino a mí una de aquéllas que eran en el concierto y fízome saber cómo ciertos amigos de Diego Velázquez que estaban en mi compañia me tenían ordenada traición para me matar, y que entre ellos había y tenían elegido capitán y alcalde mayor y alguacil y otros oficiales; y que en todo caso lo remediase, pues veía que demás del escándalo que se siguiría por lo de mi persona, estaba claro que ningúnd español escaparía viéndonos revueltos a los unos y a los otros, y que para esto no solamente hallaríamos a los enemigos apercebidos, pero aun a los que teníamos por amigos trabajarían de nos acabar a todos. Y como yo vi que se me había revelado tan grand traición, di gracias a Nuestro Señor porque en aquello consestía el remedio, y luego fice prender al uno que era el prencipal agresor, el cual espontáneamente confesó que él había ordenado y concertado con muchas personas que en su confesión declaró de me prender o matar y tomar la gobernación de la tierra por Diego Velázquez; y que era verdad que tenía ordenado de hacer capitán y alcalde mayor y que él había de ser alguacil mayor y me había de prender o matar, y que en esto eran muchas personas que él tenía puestas en una copia, la cual se halló en su posada aunque hecha pedazos, con algunas de las dichas personas que declaró él había platicado lo susodicho; y que no solamente esto se había ordenado allí en Tesuico, pero que también lo había comunicado y puesto en plática estando en la guerra de la provincia de Tepeaca. Y vista la confesión déste, el cual se decía Antonio de Villafañe, que era natural de Zamora, y como se certificó en ella, un alcalde y yo le condenamos a muerte, la cual se ejecutó en su persona. Y caso que en este delito hallamos otros muy culpados, desimulé con ellos haciéndoles obras de amigos, porque por ser el caso mío - aunque más propiamente se puede decir de Vuestra Majestad - no he querido proceder contra ellos rigurosamente. La cual disimulación no ha fecho mucho provecho, porque después acá algunos desta parcialidad de Diego Velázquez han buscado contra mí muchas acechanzas y de secreto hecho muchos bullicios y escándalos en que me ha convenido tener más aviso de me guardar dellos que de nuestros enemigos, pero Dios Nuestro Señor lo ha siempre guiado en tal manera que sin facer en aquéllos castigo ha habido y hay toda pacificación y tranquilidad. Y si de aquí adelante sintiere otra cosa, castigar se ha conforme a justicia. Después que se tomó la cibdad de Temixtitán, estando en ésta de Cuyoacan fallesció Don Fernando, señor de Tesuico, de que a todos nos pesó porque era muy buen vasallo de Vuestra Majestad y muy amigo de los cristianos. Y con parescer de los señores y prencipales de aquella cibdad y su provincia, en nombre de Vuestra Majestad se dio el señorío a otro hermano suyo menor, el cual se bautizó y se le puso nombre Don Carlos. Y segúnd dél fasta agora se conosce, lleva las pasadas de su hermano y aplácele mucho nuestro hábito y conversación. En la otra relación hice saber a Vuestra Majestad cómo cerca de las provincias de Tascaltecal y Guaxocingo habia una sierra redonda y muy alta, de la cual salía casi a la contina mucho humo que iba como una saeta derecho hacia arriba. Y porque los indios nos daban a entender que era cosa muy mala y que morían los que allí subían, yo hice a ciertos españoles que subiesen y viesen de la manera que la sierra estaba arriba. Y a la sazón que subieron salió aquel humo con tanto roído que ni pudieron ni osaron llegar a la boca. Y después acá yo hice ir allá otros españoles, y subieron dos veces hasta llegar a la boca de la sierra do sale aquel humo, y había de la una parte de la boca a la otra dos tiros de ballesta porque hay en torno casi tres cuartas de legua, y tiene tan grand hondura que no pudieron ver el cabo. Y allí alderredor hallaron algúnd azufre de lo que el humo espele. Y estando una vez allá oyeron el ruido grande que traía el humo y ellos dieron priesa a bajar, pero antes que llegasen al medio de la sierra ya venían rodando infinitas piedras, de que se vieron en harto peligro. Y los indios nos tuvieron a muy grand cosa osar ir adonde fueron los españoles, Por una carta hice saber a Vuestra Majestad cómo los naturales destas partes eran de mucha más capacidad que no los de las otras islas; que nos parescían de tanto entendimiento y razón cuanto a uno medianamente basta para ser capaz, y que a esta cabsa me parescía cosa grave por entonces compelerse a que sirviesen a los españoles de la manera que los de las otras islas; y que también, cesando aquesto, los conquistadores y pobladores destas partes no se podían sustentar, y que para no costreñir por estonces a los indios y que los españoles se remediasen, me parescía que Vuestra Majestad debía mandar que de las rentas que acá pertenescían a Vuestra Majestad fuesen socorridos para su gasto y sustentación, y que sobre ello Vuestra Majestad mandase proveer lo que fuese más servido, segúnd que de todo más largamente fice a Vuestra Majestad relación, y después acá, vistos los muchos y continos gastos de Vuestra Majestad y que antes debíamos por todas vías acrecentar sus rentas que dar cabsa a las gastar, y visto también el mucho tiempo que habemos andado en las guerras y las nescesidades y debdas en que a cabsa della todos estábamos puestos y la dilación que había en lo que en aqueste caso Vuestra Majestad podía mandar, y sobretodo la mucha importunación de los oficiales de Vuestra Majestad y de todos los españoles y que en ninguna manera me podía escusar, fueme casi forzado depositar los señores y naturales destas partes a los españoles, y considerando en ello las personas y los servicios que en estas partes a Vuestra Majestad han hecho, para que en tanto que otra cosa mande proveer o confirmar esto, los dichos señores y naturales sirvan y den a cada español a quien estovieren depositados lo que hobiere menester para su sustentación. Y esta forma fue con parescer de personas que tenían y tienen mucha intiligencia y esperiencia de la tierra, y no se pudo ni puede tener otra cosa que sea mejor que convenga más así para la sustentación de los españoles como para conservación y buen tratamiento de los indios, según que de todo harán más larga relación a Vuestra Majestad los procuradores que agora van desta Nueva España. Para las faciendas y granjerías de Vuestra Majestad se señalaron las provincias y cibdades mejores y más convinientes. Suplico a Vuestra Majestad lo mande proveer y responder lo que más fuere servido. Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de Vuestra Cesárea Majestad conserve y aumente con acrecestamiento de muy mayores reinos y señoríos como su real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan desta su Nueva España del Mar Océano, a 15 días de mayo de 1522 años. Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy su humill servidor y vasallo que los muy reales pies y manos de Vuestra Majestad besa. - Hernando Cortés Potentísimo Señor: A Vuestra Cesárea Majestad hace relación Fernando Cortés, su Capitán y Justicia Mayor en esta Nueva España del Mar Océano, según Vuestra Majestad podrá mandar ver y porque los oficiales de Vuestra Católica Majestad somos obligados a le dar cuenta del susceso y estado de las cosas destas partes, y en esta escritura va muy particularmente declarado y aquello es la verdad, y lo que nosotros podríamos escrebir no hay nescesidad de más nos alargar, sino remitimos a la relación del dicho capitán. Invitísimo y Muy Católico Señor, Dios Nuestro Señor la vida y muy real persona y potentísimo estado de Vuestra Majestad conserve y aumente con acrecentamiento de muchos más reinos y señoríos como su real corazón desea. De la cibdad de Cuyoacan, a 15 de mayo de 1522 años. Potentísimo Señor, de Vuestra Cesárea Majestad muy humiles siervos y vasallos que los muy reales pies y manos de Vuestra Majestad besan. - Julián Alderete - Alonso de Grados - Bernaldino Vázquez de Tapia. La presente carta de relación fue impresa en la muy noble y muy leal cibdad de Sevilla por Jacobo Cromberger Alemán, y acabóse a treinta días de marzo, año de 1523.