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Francisco de Terrazas: Andanzas a Jerónimo de Aguilar
 
Hablando con los que iban delanteros,
-"Decid, señores-dijo-, ¿sois cristianos?"
-"Sí somos, -le responden-, no extranjeros,
y naturales somos castellanos."
Y él los llorosos ojos lastimeros
alzando al cielo, juntas ambas manos,
estando en la arena arrodillado
dijo: -"Seais, mi Dios siempre alabado!".
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Deshácese llorando de alegría,
haciendo gracias al bendito Cristo,
que ya por su bondad libre se vía
del largo cautiverio en que se ha visto,
de la infiel y dura tiranía
del bárbaro poder del Anticristo;
si es Miércoles, entonces preguntaba,
que aún unas Horas tiene en que rezaba.
Andrés de Tapia llega a levantarlo
Y todos a dar gracias le ayudaron;
uno a uno vinieron a abrazarlo
y de placer con él todos lloraron.
Al Capitán acuerdan de llevarlo,
que en ir adonde está poco tardaron
mil cosas preguntando y respondiendo,
consigo esótros tres también trayendo.
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Como, venido ya a su propia tierra,
es recibido el hijo peregrino
que tenido por muerto fue en la guerra
y acaba en cas del padre su camino,
que el un hermano y otro con él cierra
abrazando al hermano que le vino,
ya ún no le dan lugar de ver la madre
ni de besar las manos a su padre;
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así corriendo de una y otra parte
como si fuera hermano muy querido,
vinieron todos luego de aquesta arte
a ver a su español recién venido,
que apenas de un abrazo se desparte
cuando otro y otro está con él asido,
sin dar casi lugar de esta manera
de poder ir a do Cortés lo espera.
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Llegado a su presencia y de la gente,
a besarle las manos se arrodilla,
y como a aquél por quien librar se siente
llorando de ternura se le humilla.
Cortés lo recibió amorosamente,
también enternecido a maravilla:
vestirlo manda, y que le cuente a una
quién es y cuál ha sido su fortuna.
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En todos no quedó corazón fuerte
que viéndole llorar dolor no sienta,
y dijo: -"Aunque no sé en qué modo acierte
de tanta desventura a daros cuenta,
atento oíd, señor, mi triste suerte
que aún su memoria, el alma me atormenta:
jerónimo mi propio nombre ha sido
y tuve de Aguilar el apellido.
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En Ecija nací, y a Dios pluguiera
que en Ecija también me sepultara
y el juvenil hervor no me trajera
do tanta desventura me hallara;
en casa de mis padres me estuviera
y con mi suerte allí me contentara,
que no me ha sido el cielo tan avaro
que no me diese un padre rico y claro.
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El año de once fue la suerte dura
que para la Española dimos vela,
y al triste fin, a fin tan sin ventura,
nos lleva una pequeña carabela.
Llegando a Jamaica muy segura
de estar cerca del corte de la tela,
en los bajos de Víboras caímos
do el oro y nave y todo nos perdimos.
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Como aventado ciervo va corriendo,
espesas matas y árboles saltando,
que del ruido solo va huyendo
a la encubierta red enderezando:
Así nosotros, con buen tiempo yendo,
incautos nuestro mal no recelando,
primero nos hallamos ya perdidos
que fuésemos del daño prevenidos.
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Digo que vimos la infelice tierra
del malvado cacique Canetabo;
que si crueldad, que si maldad se encierra
en el reino infernal de cabo a cabo,
la suma, el colmo de ella, en paz y guerra,
se vio en aqueste solo por el cabo:
horrenda catadura, monstruosa;
ronca la voz, bravísima, espantosa.
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La cara negra y colorada de vetas,
gruesísimo xipate por extremo,
difícil peso para dos carretas;
debió ser su figura en Polifemo.
Deizne y sangre entrambas manos prietas,
bisojo, que aun soñarlo agora temo;
lo dientes y la boca, como grana,
corriendo siempre de la sangre humana.
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Venimos a poder del monstruo fiero,
ala inhumana, a la bestial presencia,
cual simplecico al lobo va el cordero
pasando que su madre lo aquerencia,
que en los dientes se ve del carnicero
pagando con la vida la inocencia:
al sacrificio así fuimos llevados
creyendo que era a ser muy regalados.
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Al triste de Valdivia echó las manos
para cenarlo luego al primer día,
que ya con unos golpes muy livianos
en vano su morir entretenía,
ya con promesas, ya con ruegos vanos,
porque con la flaqueza no tenía
más de sólo el sentir para sentirlo,
sin fuerzas ni poder de resistirlo
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Como al pollo llevar suele el milano,
Que apenas se rebulle y se menea,
asi el flaco Valdivia clama en vano,
Forcejea entre sus brazos y pernea.
Echolo en un tajón de piedar llano,
Con tosco pedernal en él golpea:
sacóle el corazón vivo de pecho
y ofrenda a los demonios del ha hecho.
Oh buen Validiva, que tu muerte esquiva
Y el alma a Dios ofreces juntamente!
Si ya, en tu volutad, víctima viva
te haces de tu Diso omnipontente,
¿Qué demonio podrá ser que reciba
tu noble corazón dado en presente?
Mal quitarán ministros del infierno
el sacrificio hecho a Dios eterno.
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Del casi vivo pecho palpitando
la sangre Canetabo había bebido,
cuando su cuerpo vi descuartizando
yen pequeños pedazos repartido;
mas porque está un banquete aparejando
y aquesta colación muy breve ha sido,
en otros cuatro hizo aquel malvado
pasar lo que en Valdivia había pasado.
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Como en el rastro vemos los carneros
que uno a uno se van disminuyendo,
y al ojo y la voluntad de los jiferos
este y aquél y estotro van asiendo:
así los miserables compañeros
vimos llevar al sacrificio horrendo,
donde los cinco de ellos acabaron;
y en cebo a esótros siete nos guardaron.
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Una jaula de vigas nos hicieron
de grosor indecible y de grandeza,
y a cebo como a puercos nos pusieron
en tanto que duró nuestra flaqueza.
Oh cuánta mayor hambre padecieron
por excusar un fin de tal crudeza,
pues toda la cuitada compañía
por no morir, de hambre se moría!
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El tiempo de una fiesta se llegaba,
que suele ser de treinta en treinta soles,
la cual muy más solemne se esperaba
con plato de los tristes españoles:
el bárbaro instrumento resonaba
de rallos, huesos, gaitas, caracoles,
y aquello se entendía, sin experiencia,
que fue notificarnos la sentencia.
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Dos cuchillos guardamos escondidos
que no sé como no nos los hallaron,
pues cuando en la prisión fuimos metidos
sin que quedase cosa nos cataron;
los maderos más bajos, escondidos,
con ellos a gastarse comenzaron,
como el que un monte de grandeza inmensa
a puñados de tierra acabar piensa.
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El instrumento boto, chico y malos,
con que se fabricaba la salida;
la gran dureza de aquel grueso palo,
y la menguada fuerza enflaquecida:
tan gran labor, tan breve el intervalo,
quitaban la esperanza de la vida,
que si por no perderla se ayunaba
para poder salvarla nos dañaba.
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Mas tanto hizo el miedo de la muerte
que ya, ya a los alcances nos venía,
que hubimos de romper la jaula fuerte
casi dos horas antes de ser día,
cuando del largo baile nuestra suerte
a todos ya cansados tenía,
de nuestra libertad muy descuidados,
en vino y grave sueño sepultados.
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Del maldito estalaje nos libramos,
salimos del lugar sin guía alguna,
y con la luz escasa caminamos
del emulo del sol y de la luna,
hasta dar en un monte do esperamos
no la salud, no próspera fortuna,
sino tan solamente procurando
poder morir siquiera peleando.
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Y allá, en la furia ardiente de la siesta,
habiendo sin parar gran tierra andado,
topamos al bajar de una gran cuesta
un pequeño escuadrón bien ordenado.
La poca gente de Aquincuz es ésta,
con Canetabo el fiero enemistado,
señor de un pueblo dicho Xamanzana,
tratabale gente y algo más humana.
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Dijera de sus tratos y costumbres:
cómo hubimos la gracia desta gente,
puesto que en cautiverio y servidumbre
sin esperar mas bien perpetuamente.
Mas ya Calisto puesta en la alta cumbre
trastorna la cabeza al occidente,
y la callada noche se resfría
y a los ojos el dulce sueño envía.
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Las guerras que acabamos y vencimos
En tiempo de Aquincuz, que fue muy breve,
y de Tascar su hijo, a quien servimos
espacio de ocho años o de nueve;
la mísera miseria que sufrimos,
el alma a renovarla no se atreve:
basta saber que en fin nos acabamos
y que otro solamente y yo quedamos.
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En Chetemal reside ahora Guerrero,
que así se llama el otro que ha quedado;
del grande Nachamacán es compañero
y con hermana suya está casado;
Está muy rica y era marinero,
agora es capitán muy afamado:
cargado está de hijos, y háse puesto
al uso de la tierra cuerpo y gesto.
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Rajadas trae las manos y la cara,
orejas y narices horadadas;
bien pudiera venir, si le agradara,
que a él también las cartas fueron dadas.
No sé si de vergüenza el venir pára,
o porque allá raíces tiene echadas.
Así se queda, y solo yo he venido,
porque él está ya en indio convertido.
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Los ánimos de todos los oyentes
dejó de un miedo helado casi llenos;
los pelos erizados en las frentes,
los corazones muertos en los senos;
viendo que van a do se comen gentes,
adonde de piedad son tan ajenos,
do no valen palabras ni razones,
regalos, ni promesas ni otros dones...